A la caza de Messi.

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Cuando estaba listo para escribir acerca del sensacional momento del Tigre Falcao, de cuánto quisiera ver otra Colombia como la de Maturana, de empezar a analizar los posibles candidatos a Campeón del Mundial de Brasil, o de discutir acerca de la implementación de la tecnología en los partidos de fútbol, nada de eso será posible, porque debo hablar de Messi una vez más.

Aunque esta vez no será debido a su imparable vendaval de records alcanzados, o a sus gambetas y regates endiablados que dejan a las defensas sin respuesta, sino que contemplaremos brevemente la reacción que crea en sus oponentes, esos mismos adversarios que se han propuesto una cacería adentro y fuera del campo de juego, y que por ahora esperan sedientos y llenos de revancha por una brecha o pequeña grieta de descuido que el ídolo blaugrana deje en el camino.

Y es que ese es el centro de mi editorial. La desmedida, desatinada y absurda persecución que se ha desatado sobre el cuatro veces mejor jugador del mundo, especialmente por una minoritaria pero poderosa facción de la prensa madridista, que se ha juramentado ver al causante de sus mayores decepciones deportivas, de rodillas y pidiendo clemencia.

Se hace más cierto que nunca aquel proverbio bíblico que dice que ‘cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?’ Es incomprensible y curioso ver como una afición que durante años sacaba sus pañuelos blancos para saludar y aplaudir el buen juego de hombres del calibre de Di Stefano, Zidane y Puskas, ahora lo hacen para llorar al son de Mourinho y Compañía, y en el proceso (y tal vez por tener la visión empañada) no logran ver el desatino en el que han caído.

Las acusaciones contra Messi van desde supuestos insultos del 10 hacia sus rivales, sospechadas burlas, absurdos e infundados rumores de una modelo israelí merodeando su campamento, y muchos otros chimentos que merecen ser clasificados como prensa amarilla, porque de real y concreto, no tienen nada. Lo que se ve es que a medida que sus éxitos continúan, su cosecha de enemigos blancos prolifera desmesuradamente.

Esta cacería que se ha instalado es absurda. Dejemos que los grandes jugadores de la historia escriban su autobiografía en los campos de juego, y que sin importar al club que representan, sean admirados y defendidos por todos los fanáticos del ‘jogo bonito’.

¡Que pare la cacería! Así podremos hablar de fútbol.