Por Alberto Avendaño
Es cierto que cuando una casa empieza a arder no nos debemos parar a buscar culpables, sino que debemos agarrar una manguera y todos los medios a nuestro alcance para apagar el fuego. En esas circunstancias, no hay que hablar. Hay que actuar. Pero ¿qué ocurre cuando el presidente del país, cuyo trabajo es unificar (“Et Pluribus Unum-De Muchos Uno”, lema de Estados Unidos) demuestra unos niveles de incompetencia clamorosos? ¿Qué ocurre cuando quien debe confortar, animar, alentar desde su púlpito presidencial se la pasa insultando a los medios de comunicación, a los informadores, a los gobernadores y políticos a quienes considera enemigos? ¿Qué ocurre cuando el líder de la nación más poderosa del mundo miente, dice barbaridades y crea falsas expectativas entre su pueblo? ¿Qué ocurre cuando el presidente del país se niega a expresar y reconocer, no sólo errores, sino la necesidad de palabras mágicas y simples como “solidaridad”, “empatía”, “consideración por los vulnerables”?
El papel de un líder en estos momentos debe ser el de creador de esperanzas, de visión de futuro, de articulador de lecciones aprendidas. No es el caso del actual presidente (y gobierno) de Estados Unidos ni de la mayoría de los líderes internacionales. De hecho, en un mundo interconectado y súper comunicado no surgen voces que entusiasmen, con ideas que despierten conciencias y pongan la luz de la ilusión en el corazón humano. Claro que hay listas de gobiernos que lo hacen mejor o peor y líderes que se comportan con más sensatez (Taiwan, Alemania, Nueva Zelanda, Portugal, Finlandia, Dinamarca…). Pero da la sensación de que esta pandemia nos ha demostrado que lo global, unos pocos, lo han convertido en un juego de ruleta económico y no en una plataforma humana de empatía y solidaridad. Y no hay voces que entusiasmen porque en estos años de llenarnos la boca de “globalidad para la riqueza”, nadie ha sabido-querido crear la única plataforma global que realmente es esencial: la fraternidad humana.
La fraternidad no se consigue, como hace el presidente del país más poderoso del mundo, despreciando las imperfectas plataformas globales que tenemos (ONU, OMS, UNICEF…) sino mejorándolas o proponiendo alternativas para “el bien común” (un concepto que debía ser sinónimo de “global”).
No culpo a nadie por el virus. Y a pesar de que espero, como agua de mayo, a que los profesionales de la salud del mundo nos sigan cuidando con un amor y dedicación que es más que una habilidad aprendida. A pesar de que deseo, con lágrimas por aquellos que hemos perdido en el camino, a que los científicos encuentren pronto una cura en cualquier laboratorio del planeta. También deseo que pensemos en aquella frase del novelista Joseph Conrad: No se trata solo de cómo curarnos, sino de cómo vivir.