A manera introductoria, digamos que la real presencia despide una curiosa aureola de serenidad y desenfado, si es que no se queda uno totalmente patidifuso ante el despliegue de circunstancias y personalidades.
Llegamos a la una en punto al Palacio de Oriente, en un hermoso y casi bucólico sector madrileño para hacer entrada, pasando por guardianes en vistoso uniforme medieval, en el amplísimos salón de recepción.
Nos sirvieron variados refrescos para irnos acostumbrando, es decir, preparándonos para pasar al siguiente recinto donde nos esperan, para el saludo de ritual, Sus Majestades el Rey Juan Carlos I y la Reina Sofía, además de don Felipe, Príncipe de Asturias y su esposa la gentil doña Letizia.
Transcurrido ello se pasa al salón del banquete, donde primeramente nos sirven champaña para hacer un brindis tras breves palabras de bienvenida por parte del Rey.
En seguida, un par de platos exquisitos cuyo contenido he olvidado tras mantener conversaciones a la diestra y la siniestra con otros comensales, un académico de la española y la señora doña Renée Ferrer de Arréllaga, que preside la Academia Paraguaya.
Se sirven vinos blancos y rojos, ambos excelentes, naturalmente, con toda probabilidad con la marca de la Real Casa.
Diría que el singular almuerzo terminó en menos de treinta minutos, que pasaron tan fugazmente como suelen cuando se trata de ocasiones de tanto porte e importe.
Todo esto, cabe advertir, se debió a mi presencia como representante de la Academia Norteamericana en la Comisión Lexicográfica encargada de revisar el Diccionario de americanismos, cuya segunda edición va a publicarse próximamente.
De paso, ha resultado ser una ocasión muy propicia, puesto que la Real Academia celebra su tricentenario en estos días y hay una serie de actos culturales, académicos e incluso teatrales a los que nos han invitado.
En todo caso, durante la informal recepción en el salón de donde habíamos entrado, observé sin prisa el movimiento alrededor de las reales figuras, esperando una oportunidad propicia y natural.
Luego de unos minutos, aproveché una ocasión en la que el Rey estaba casi solo (es decir, con una o dos personas) para presentarme y decirle que como Canciller de la Hermandad de Ysabel la Católica, en Washington, le traía cordiales saludos y votos de nuestros afiliados por su pronta mejoría, cosa que S.M. me agradeció atentamente. (Ha sufrido los aquejos de dos recientes cirugías de cadera, y aún anda con bastón.)
En esos momentos se le aproximó una señora que habló con cierto acento norteamericano y le preguntó al Rey algo que me dejó boquiabierto.
Inquirió qué pensaba el monarca del problema que tenía España con Cataluña.
Antes de que el Rey pudiera contestar y viéndole la cara pensativa, intervine para decirle, “Su Majestad seguramente preferirá hablarnos del Premio Cervantes, de mañana.” S. M.
Me echó una breve mirada de reconocimiento y sonrió diciendo: “Pues sí, esa será una gran ocasión para volvernos a ver.”
Y con eso la señora se desapareció. Yo me quedé unos momentos más, escuchando hasta que vinieron otras personalidades a saludarle y me retiré discretamente.
¿Cuál no sería mi sorpresa al ver que sus palabras se cumplieron, al menos respecto a mi persona. Ello ocurrió tras la ceremonia de entrega del Premio Cervantes en el paraninfo de la Universidad Complutense, en Alcalá de Henares.
La recipiendaria, Elena Poniatowska, princesa de Polonia nacida en París y personalidad del mundo periodístico y literario formada en México, pronunció su discurso ante la presencia real y académica para posteriormente mezclarse y charlar con el selecto público allí presente, aunque siempre protestando , a pesar de o por su linaje, su gran interés e identificación con los pobres y menos afortunados.
Es difícil saber hasta qué punto es cierto que los ricos y famosos pueden hacer votos de pobreza… y cumplirlos. Una vez logrado, ¿se hace posible, luego de haber ascendido a la cúspide, bajar al pedestal y actuar como si nada hubiera pasado?
Pero ahí estamos, en el eterno dilema entre lo que uno es, lo que era o será, y cómo pretende que lo vean.