Cuando la saga Harry Potter concluyó con las Reliquias de la Muerte, Partes I y II, allá en 2010 y 2011 respectivamente, un amplio sector de la población muggle (entre la que me encuentro) quedó conmocionada al saber que era el fin de una etapa. La magnitud de este tipo de peliculas, solo igualada por la trilogía de El Señor de los Anillos, no ha vuelto a repetirse, pues los films lograban convertirse en eventos cinematográficos; citas ineludibles cada uno o dos años que se aguardaban con expectación.
Por sorpresa, Warner y la autora de toda esta aventura, J.K. Rowling, conscientes de que no podían mantener por más tiempo a los fans con las varitas a buen recaudo, no fuera a ser que les lanzáramos algún hechizo tipo “Crucio” o “Desmaius”, tuvieron la idea de inspirarse en otra de las obras de la escritora y, por qué no, convertirla en una nueva serie de películas. Se trataba de <>, una guía de criaturas del mundo mágico, transformada en cine en un arco argumental a modo de precuela de Harry Potter.
El resultado, en 2016, fue bueno y recibido con aceptación pero no logró superar a las historias de “El chico que sobrevivió”. Aún así, las ansias de magia parecían calmadas y la expectación por saber cómo se desarrollaría esta trama era creciente, si bien la respuesta en taquilla de esta nueva saga, aunque buena, suma cifras por debajo de su antecesora.
Dos años despuéss, en 2018, llega esta continuación, “Los Crímenes de Grindelwald” que mejora en muchos aspectos a la anterior película.
Para empezar la historia conecta cada vez más con todo lo acontecido en Harry Potter y resulta muy disfrutable ir descubriendo guiños y menciones a tramas ya conocidas o encontrar personajes familiares de la anterior saga que aún pueden sorprendernos de formas inesperadas. Por no hablar de un impactante final que ha dejado noqueado y dividido a medio fandom. Quién sabe. Quizá J.K. Rowling, que se estrena como guionista, logre interconectar de alguna manera la última parte de Animales Fantásticos (se presumen aún tres películas más) con el inicio de “Harry Potter y la Piedra Filosofal”. Al fin y al cabo, la clave del éxito de este devenir mágico es no olvidar de dónde procede.
La realización de David Yates, director afincado en el universo Potter desde que en 2007 dirigiera “Harry Potter y La Orden del Fénix”, sigue mostrando muy buena factura visual. A destacar, la llamada de Grindelwald a sus seguidores cubriendo de velos negros gigantes todos los edificios y calles de París.
A nivel interpretativo sobresalen especialmente Ezra Miller, actor fantástico que puede desenvolverse en cualquier personaje (increíble en el film “Tenemos que hablar de Kevin”) y que necesita más papeles ya; Jude Law como un joven Dumbledore, estupendo como también lo fue Colin Farrel en la anterior película y Zoë Kravitz, la historia de Leta Lestrange, con toda su carga interior, es bastante interesante.
Lástima que Katherine Waterston y Eddie Redmayne no estén a la altura en ningún momento. Éste último realiza una nefasta interpretación en el que se puede llegar a creer que la timidez que intenta mostrar se confunde con algún tipo de discapacidad. Merece mención aparte el caso de Johnny Depp quien recrea al villano Grindelwald con mucha contención y sin ningún tipo de sobreactuación, lo cual es de agradecer. Por lo demás se echa en falta más desarrollo en los personajes de Queenie Goldstein y Seraphina Picquery, interpretados por Alison Sudol y Carmen Ejogo, respectivamente.
La banda sonora es bonita, con guiño a la partitura de John Williams incluido, pero tratando de conseguir su propia identidad respecto a todas las anteriores composiciones de la saga.
Finalmente, solo queda convocar nuestro mejor hechizo “Patronus” para ahuyentar todo tipo de miedos sobre el desarrollo de las restantes películas que vendrán y confiar en que todo esto derive en una adaptación al cine de la obra de teatro “Harry Potter and The Cursed Child” que se publicó en 2016, pues por agradables que sean estos Animales Fantásticos, nuestro mago con gafas favorito sigue siendo insustituible.