Los sucesos de Boston, que nos han conmovido a todos, han originado múltiples desbarres idiomáticos, que si bien comprensibles por la premura, cabría analizar como ejemplos a evitar. Igualito que la estrategia terrorista, como ya veremos.
Nos anuncian a bombo y platillo (ojo: está de moda la incorrecta versión «con bombos y platillos») las conjeturas, supuestos y detalles de esa inútil barbarie, tanto o más cobarde y repudiable que las demás.
Primero, que trataban de descubrir a «el o los responsables». Solo faltaba que hipercorrectísimamente nos dijeran «el o los, o la o las responsables». Pregunta: ¿para qué tanta precisión? Además, ¿no es lógico que semejante atentado tenía que haberlo hecho más de una sola persona?
Luego nos dijeron, al principio, que no se sabía si era terrorismo. Nada, la cautela política llevada al absurdo. ¿En qué cabeza cabe que dos bombas pudieran estallar casi al mismo tiempo y en el mismo entorno por mera casualidad?
Más tarde nos hablaron de «un intento de atentado». Pues eso es un atentado: un intento de violencia que a veces mata y hiere y a veces no consigue su objetivo.
Posteriormente nos hablaron de que los artefactos eran «OLLAS BOMBAS» y nos explicaron al detalle cómo se fabrican. ¿Qué bien, eh? ¿No se les ocurre que esa imbécil irresponsabilidad nos pone en peligro a todos? Así a cualquier niño de escuela se le ocurre experimentar y hacernos daño a todos, incluso a sí mismo.
En cuanto a lo de «olla bomba» (¿«cacerola… vasija bomba»?), examinemos las categorías generales que hay, entre otras: aérea, terrestre, submarina y vehicular (no «autobomba», que sería una que explota por sí sola, como si eso fuera una novedad).
Además, no se instalan únicamente en autos sino en camiones, camionetas, motocicletas y demás. Por cierto que «bomba de tiempo» —el hecho de que todos lo digan así no es señal de corrección— es cacológica traducción de time bomb, cuyo equivalente castellano sería «bomba cronometrada» o «… de reloj»).
Concluimos entonces que «olla bomba» no solo es un desatino, sino enrevesada y disparatada aposición. Ya solo faltaría que nos hablaran de «camiseta…», «sombrero…» y «cinturón bomba».
Dígase simplemente que son «bombas improvisadas» y luego, si procede, se dan detalles. No es preciso ni recomendable inventar un término para cada cosa que pueda esconder explosivos. Entonces llegaríamos a «media bomba», que sería ambiguo por decir lo menos.
Para finalizar, los noticiámbulos nos dijeron que uno de los terroristas «había sido DECLARADO MUERTO» al llegar al hospital. Lo que plantea la pregunta: ¿si no lo declaran muerto, es que está vivo? Es una de las precisiones innecesarias del inglés que usa a veces lenguaje forense cuando maldita la falta que hace: eso se llama, en castellano mondo y lirondo, murió, y basta.
Y sobre ese lúgubre tema, insisten en abusar del vocablo PERSONAS (el inglés precisa de sujeto explícito y nosotros lo copiamos: people). Primero, nos dicen que los terroristas tratan de «matar y herir a personas», cuando bastaría matar y herir. Segundo, que van a permitir «a las personas» (¿no a las mascotas?) regresar a suS casaS. ¿Por qué no «a los RESIDENTES regresar a SU CASA? (Cada residente tiene, por regla general, una casa a donde volver.)
Pero nos complace que todo haya terminado como se debe, demostrando que el terrorismo a la larga es contraproducente —en el plano general no vence sino que fortalece—, y que pese a la chapucería de sus usuarios el idioma sigue vivo y coleando por muchos que sean los ATENTADOS y BOMBAS que le pongan.
Emilio Bernal Labrada, de la Academia Norteamericana, es autor de Getting Away with Murder—In U.S. Public Life, y de La prensa liEbre o Los crímenes del idioma. Pedidos a: emiliolabrada@msn.com o a amazon.com.