En recuerdo de nuestra querida amiga Lupe Bojórquez

Con la reciente muerte de nuestra querida amiga Gudalupe Bojórquez el Este de Los Ángeles ha perdido a su más fervorosa, sensible, aguerrida y apasionada activista cultural. También a la principal  impulsora del derecho a recibir educación artística que tuvieron todos los niños de origen mexicano que llegaron a cruzarse en su camino.

Para alguien como ella, a quien todos los que tuvimos suerte de conocerla solíamos llamar cariñosamente Lupe, el Este de Los Ángeles fue por mucho tiempo un árido desierto urbano en el que no había ningún lugar, espacio o institución donde pudiera sembrarse, nutrirse y florecer el gusto por la creación y el arte infantil.

Y como no pudo encontrarlo, por ninguna parte, se dio a la tarea de fundarlo con sus propios recursos, sin pedirle permiso o ayuda a nadie.

Por eso se dio a la tarea de convertir la cochera de la casa familiar en el oasis académico donde comenzó a ofrecer, siempre de manera gratuita y con una sonrisa en los labios, las primeras clases de pintura.

Mucho tiempo después, cuando tuve la oportunidad de ir a visitarla por primera vez, gracias a la recomendación de nuestra entrañable amiga Alicia Alarcón, Lupe me describió en detalle algunos de los muchos obstáculos legales y administrativos que debió superar para evitar que se interrumpiera la misión que estaba decidida a cumplir a toda costa: ofrecerle a niños y niñas de su barrio, y los alrededores, el acceso a un mejor futuro a través de la educación artística que ella podía proporcionarles, apoyada únicamente por  los recursos y las facilidades de las que disponía en su pequeño garaje.

Recuerdo que se me ocurrió preguntarle:

- ¿Y cuál fue la principal motivación que tuviste para hacer lo que hiciste?

-Cambiar la vida de un ser humano por medio de la imaginación, el arte y la cultura, especialmente si se trata de un niño, es la satisfacción más grande que se puede tener. Te puedo asegurar que no hay alegría comparable a ese sentimiento, lo que pasa es que muy pocas personas lo entienden – me respondió.

Fue todo lo que dijo Lupe con la mirada iluminada por la emoción y una sonrisa dibujada sobre el rostro.

Cuando estuve a su lado, poco antes de que falleciera, pude darme cuenta que estaba en paz, con los ojos delicadamente cerrados, tranquila,  feliz de saber que su espíritu, generoso, amplio y expansivo, estaba lleno y colmado de esa clase de satisfacciones que ella conoció tan bien.

Para una mujer con el carácter y la sensibilidad de Lupe Bojórquez no había elogios oficiales, ni aplausos o reconocimientos públicos que fueran superiores a la tarea que realizaba, día tras día, al frente de Casa Cultural Saybrook que tan generosamente le ayudo a establecer Gloria Molina.

Lo suyo era estar atenta a los progresos que hacia cada niño durante las clases que impartía, observar sus errores y problemas, ayudar a resolverlos y motivarlos a que llegaran hasta el final del dibujo o la pintura en los cuales estaban trabajando.

Eso era lo que le gustaba hacer y en lo que ponía todo su corazón.

Tanta fue la responsabilidad que Lupe siempre sintió hacia los niños que estudiaban en Casa Cultural Saybrook, que ni siquiera la mortal enfermedad que padeció por largo tiempo pudo evitar que siguiera dedicada a su labor educativa hasta pocos días antes de su fatal deceso.

La capacidad de entrega, la vocación de servicio, el deseo impostergable por hacer la diferencia en las vidas y el futuro de los niños del Este de Los Ángeles es el magnífico legado que Lupe dejo a su hija Beatriz y a su esposo Rubén. Un legado que seguramente sabrán honrar y mantener vigente con el mismo orgullo, tenacidad y amor con los que ella fue capaz de construirlo.

 

 

 

Juan Rodríguez Flores

Juan Rodríguez Flores