Una caravana de esperanzas

David Torres

Mientras el gobierno actual de Estados Unidos envía tropas de la Guardia Nacional hacia la frontera sur para, entre otras cosas, detener la inmigración y vigilar la construcción del muro, del otro lado la pobreza envía hacia el mismo punto una caravana de inmigrantes en busca de refugio.

Así de contudente e inequívoca es la simbología de nuestro tiempo, plasmada ahora mismo en una difícil frontera como punto de encuentro de dos visiones diametralmente distintas, en su origen y en su forma, y en el que los fines de limpieza demográfica de un gobierno nativista se topan con las legítimas aspiraciones de quienes quieren simplemente sobrevivir.

Así de duros han sido los testimonios de quienes participan en esta marcha, en su mayoría centroamericanos, organizada por el grupo Pueblo sin Fronteras, y que han sido recogidos día a día por la prensa internacional en su paso por territorio mexicano; voces que claman por “una mejor vida”, pero también por la extensión de su esperanza a través de sus descendientes: hijos que ahora mismo quizá no entienden bien a bien por qué están en esa caravana participando de un periplo que se pretende sin retorno.

“Quiero que tenga un buen estudio”, responde un joven padre centroamericano que carga a su pequeña hija en brazos durante una entrevista con el corresponsal de Univision en México. “Y en caso de que le dieran asilo, que apoye a la economía de Estados Unidos, no que sea como dice Trump, una terrorista más. Ella le va a tirar un peluche en lugar de tirarle una granada, como él piensa”.

Así, logre alcanzar o no la frontera México-Estados Unidos, la Caravana de Inmigrantes tiene por lo menos dos lecturas: por una parte, que la disparidad socioeconómica sigue siendo norma y, por otro, que el rechazo al que emigra por necesidad es la carta de presentación del “nuevo orden mundial”, sobre todo de los países poderosos.

Atrás quedaron los modelos político-económicos que prometían nivelar las disparidades. No solo no ha ocurrido, sino que cada vez más la brecha se expande. Y los resultados están a la vista. Según la organzación Oxfam, la mitad de la población mundial (unas 3,700 millones de personas) no recibió beneficio alguno del crecimiento económico que tuvo el planeta en 2017; en cambio, el 1% de los considerados más ricos tuvo una ganancia del 82%. ¿En qué parte de esta ecuación se encuentra el lector?

“El boom de los multimillonarios no es signo de una economía próspera, sino un síntoma del fracaso del sistema económico”, decía hacia principios de este año la directora de Oxfam, Winnie Byanyima, en una nota firmada por la agencia AFP, a propósito de la presentación del informe titulado “Recompensar el trabajo, no la riqueza”.

En efecto, el polo de atracción en que se ha convertido Estados Unidos durante décadas para millones de inmigrantes tiene su origen evidentemente en la inequitativa distribución de la riqueza mundial. En el caso de la América Latina pobre, las “caravanas” de inmigrantes hacia esta nación en busca de un mejor futuro no han sido siempre a pie, pero sí tienen el mismo maltrecho origen.

Esta caravana de inmigrantes lleva aspiraciones, ímpetu y esperanza hacia una región donde, precisamente, todo eso hace falta hoy más que nunca. Sobre todo para el reacomodo de la conciencia ante el acecho de tiempos aún más ignominiosos en el antiinmigrante gobierno de Trump.

David Torres

David Torres