DE LOS 50 EN ADELANTE

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Irene Calvo

Por Irene Calvo

MEDIADOS DE DICIEMBRE

Hace pocos días que mi marido me soltó la bomba, se iba de casa porque había conocido una mujer, la historia es tan banal, que me duele la parte creativa del cerebro solo con pensar en sus palabras.
“Ella es 20 años más joven, ella le ha vuelto a dar la ilusión por la vida, ella le hace sentir más joven, ella, ella, ella…” para bordar su soliloquio concluyó con: “nuestros hijos son ya mayores y no nos necesitan…” Cualquier película de la cartelera de hoy o cualquier película de la televisión de esta noche te da un argumento igual.
Qué cansancio, qué frustración, qué pereza, qué dolor de alma y qué revoltijo de rutina. Lo trágico es que mi corazón y mi cabeza se lo esperaban desde hace tiempo, lo que pasa es que no había querido reaccionar; me dejaba llevar por mi silencioso, aburrido y perezoso destino: una vida sin problemas ni complicaciones.
Mis hijos no se pusieron de parte de nadie y con ello daban la razón al padre, ningún rencor, porque se la daba también yo. Ellos ya vivían fuera de casa y se mantenían más o menos solos, por lo que por una parte me sentía tranquila. Y así, con cinco minutos de conversación, de pie en el umbral de la puerta de casa, me quedaba dura como una piedra, diez minutos y todavía estaba ahí de pie, veinte minutos y más de lo mismo; una hora después me arrastré al salón a no ver la televisión.

Estoy sentada delante del ordenador como cualquier día, pero haciendo que trabajo, miro por la ventana, todo parece igual y sin embargo ¡es tan diferente! Llevo dos días viviendo de la inercia, esa inercia querida que ha hecho que me levantara, me duchara, me vistiera y sobreviviera. “Inercia” ha hecho que masticara, tragara comida y bebiera agua; no tengo fuerza ni para abrirme una botella de vino.

Faltan dos días para Nochevieja, “Inercia” me ha dicho que también ella se quiere ir de vacaciones, así que dentro de poco estaré completamente sola.

He leído que para resucitar hay que tocar fondo, yo debo estar en la fosa de las Marianas porque no noto nada debajo de mis pies, y es en esta continua fase de desplome en que me encuentro, cuando me llama mi jefe para comunicarme que, después de treinta años, me ponen de patitas en la calle.
Ahora sí que he tocado fondo.

CAPÍTULO 1

Vale, he tocado fondo, y aquí estoy sentada en el fondo. La escena es la siguiente: estoy tirada en el suelo con una bolsa de cotillón de los chinos, esperando a las campanadas, no me puedo ni levantar, el aperitivo de Nochevieja ha sido todo un homenaje a la fosa de las Marianas y a sus fondos marinos, creo que he dejado los arrecifes sí los hay temblando.

Sé que no he llegado a las campanadas porque, cuando me despierto, tengo las uvas pegadas a la mano, sigo en el suelo, son las siete de la mañana, siento martillazos en la cabeza, me he quedado dormida con la cabeza hacia atrás, así que tengo el cuello dolorido y una sensación de náusea terrible. No hago nada más que pensar en la náusea cuando salgo disparada al baño…

De acuerdo, he empezado el año vomitando, el año en el que cumpliré 50 años, el año en el que seré una mujer divorciada, el año que empiezo en el paro…

El espejo mágico del baño me recuerda que he tocado fondo y, en ese momento, pasan delante de mí las imágenes más significativas de mi vida, muy deprisa, pero consigo verlas todas, son todos momentos de cosas maravillosas de mi vida, mis hijos, mis cumpleaños, mis amigos, mi hermana, solo cosas bellas, todo lo bueno de mi vida…
Y es con toda esta maravilla en la cabeza cuando empiezo a llorar, a llorar y a llorar y suelto todo el lastre y la toxicidad de mi cuerpo, alcohol de ayer incluido.

Decir que con una ducha caliente de media hora te pasa todo es banal, pero no más que lo de tocar fondo, así que después de haberlo hecho, una ducha reparadora te arregla el alma. Duchada, limpia, sin pintarme, en chándal y con coleta, me voy a ver mi mar.

Son las ocho y media, es año nuevo y por la calle hay solo borrachuzos de la noche anterior, sobre todo chavalitos, no les envidio. Mi mar me quiere y no me riñe, hablo con él en silencio sentada en la arena, hace un día espectacular, me han regalado un primer día de año precioso. He sido buena y el primer día de mi nueva vida es maravilloso. El sol me calienta la cara, y aunque el culo se me está quedando helado, me siento bien conmigo misma.

Aparte de la duchita reparadora, del día espléndido y del mar, me voy a un bar a tomarme un té que me acabe de asentar el estómago y me haga entrar en calor. Me gusta el sonido de mi voz cuando pido el té y me gusta que el camarero me felicite el año y me diga que soy su primer cliente que no está borracho.

Yo sonrío pensando que me tenía que haber visto ayer bailando, encima de la barra de un bar, la canción de Camilo Sesto “Vivir sin ti es morir de amor” gritando como una energúmena. Pero, bueno, eso fue el año pasado…

El espejo mágico de mi baño me dice que ya estoy mejor, tengo las mejillas sonrosadas gracias al día espectacular de bienvenida a mi nueva vida y del nordeste que me ha dejado temblado de frio.

Estoy sola e Inercia me está dando un poco de tregua, como ligero y me siento en el sofá con un cuaderno, lápiz y el mando de la televisión. Es la primera vez que soy la dueña del mando, ahora mando yo en mi vida.
***

El lápiz y el papel junto con mi cerebro despejado han sido muy productivos. He hecho una lista de las cosas que NO ME GUSTAN de mi vida, otra con las que ME GUSTAN; estas dos listas están bastante desequilibradas, pero no me hace daño, se ve que estoy mejor. Para intentar salir del túnel he hecho una última lista que he titulado EVOLUCIÓN.

He ordenado todo por prioridades y he escrito en cada una de ellas, por lo menos, tres planes de acción que me ayudarán a conseguir mis objetivos.

El primer objetivo de la lista cosas que NO me gustan no necesita planes de acción (ahora veréis por qué) así que lo he tachado enseguida y he ido a ver mi sonrisa al espejo del baño y he repetido diez veces en voz alta mi mantra:
“NO PLANCHAR NUNCA MÁS CAMISAS DE NADIE”.

Cada vez que lo repetía subía la voz y de camino al salón gritaba más. Subiendo el tono me sentía más liberada. Al final me ha dado la risa, a lo mejor estoy perdiendo el juicio, seguramente…

Pero, como estoy en modo día positivo, me centro en las cosas que me gustaría hacer y pongo en primera posición:
“ME GUSTARÍA CAMBIAR MI ASPECTO”. Planes de acción:
1. Alimentación
2. Forma física
3. Look

Sigo con mis propósitos buenos y subrayo con un rotulador el punto que más me gusta de mi lista EVOLUCIÓN:
“SOLTAR LASTRE” lo coloco con una flecha en primera posición, escribiendo al lado las tres acciones, todas muy difíciles:
1. Marido (futuro ex marido)
2. Cosas materiales
3. Pensamientos tóxicos

Contenta y ligerita de estómago, un poco por el plan de acción, alimentación, un poco porque todavía mi cuerpo paga las consecuencias de la resaca, me voy a la cama.
***

A las siete de la mañana Inercia se ha vuelto a manifestar, se ve que ha vuelto de las vacaciones, apago el despertador y me resisto a levantarme, el no tener nada que hacer me empuja a seguir durmiendo, pero Inercia me persuade y me levanto. El punto dos, forma física, del plan de acción se hace fuerte y no se rinde.

El plan de acción número uno, alimentación, también quiere ser protagonista de mi jornada, así que, ya que hemos empezado con buen pie, seguimos: zumito, café con leche y pan integral tostado con aceite de oliva. Aparco, de momento, el plan de acción tres, look, y me pongo mi uniforme, chándal, y a la calle. Antes de salir de casa, dejo en la cocina una botella de litro y medio de agua que tendré que beber durante todo el día.

Paseo una hora andando a paso ligero y subo cuatro pisos andando, vuelvo a casa que me duelen hasta las pestañas, en vez de la botella podía haber rellenado el bidet porque tengo una sed digna de papel secante. Duchita y tarea para hoy:
Comprarme unos cuantos chándales monos.

Si me voy a poner en forma me niego a salir de casa con un chándal asqueroso. El espejo del baño me ha mostrado unos andrajos, viejos, pasados de moda y sin gracia, no salvo nada de lo que tengo. Me faltan los calentadores y las hombreras para tener el look total ochentero.

“Hay que quitarse de encima esa pinta a lo Eva Nasarre” me dice Inercia.

Coche y rumbo a Decatlón. En el parking veo que hay un sitio para lavar el coche, teniendo en cuenta que ni me acuerdo de la última vez que lo lavé, freno en seco y le digo al señor que lo lave, que controle agua, aceite y ruedas, le dejo las llaves y me voy de compras. Cuando me estoy alejando el señor me grita diciendo:

“¿Qué hago con toda la mierda que hay dentro?”

Tiene razón, la mierda ha sido la protagonista de mi vida. Pongo en marcha el punto uno de mi evolución: soltar lastre, cosas materiales, así que le chillo:

“¡Tire toda la mierda que encuentre!”

Inercia aparece a mi lado y me dice que he acertado con soltar lastre y sobre todo con tirar la mierda.
En Decatlón me sobresalto. Me paro en seco y me doy cuenta de que no he estado en un centro comercial nunca a las once de la mañana de un día laborable, se me caen las lágrimas de emoción, estoy sola, tengo todo el tiempo del mundo y los probadores están vacíos, es la primera vez que no hago cola para probarme algo.
Una dependienta aburrida, pero motivada, me hace de personal shopper. Siguiendo sus consejos, súper acertados, me pruebo tres millones y medio de modelos de leggings, camisetas y sujetadores que ella llama algo así como “bra ”. Yo he hecho como que la entendía y cuando me lo ha presentado he descubierto que era un sujetador que te aplasta las tetas y no te deja respirar pero, al parecer, muy cómodo para correr y para andar a paso ligero “teniendo todo bajo control”, me dice.
“Eso me hace falta” pienso.

La chica tiene buen gusto. Me cuenta que es de Palencia y que estudia en Santander. Descubro que me gusta escuchar a la gente.

Me compro tres pantalones para mis paseos, cinco camisetas, dos bras para caminar con buena sujeción, con posibilidad de poner relleno, la palentina me guiña un ojo, y para tener todo bajo control, me repite.
Mi personal shopper no me deja ir sin unas zapatillas nuevas, dice que con las mías no deberían dejar salir ni del probador, tiene razón. Con dicha sentencia de muerte me convence para que me compre unas zapatillas de color rosa flúor. La verdad es que son comodísimas y no pesan nada; el modelo se llama Camino de Santiago, ha sido amor a primera vista y como una premonición.

La palentina insiste y no me deja ir a la caja sin antes comprar unas bragas láser para que no se noten con los leggings. Abre los ojos mirando a mi culo y apretando los labios, como diciendo que las bragas de algodón con tres millones y medio de costuras y dadas de sí ya no se usan ni cuando tienes la regla. Me dice que a su madre (que seguramente tendrá mi edad) se las regaló y le sentaban fenomenal. No pregunto que es una braga láser, espero que no se iluminen y que no me corten el culo.

Las bragas corte láser que no se marcan, no tienen costuras y tienen incluso “formato” tanga, las compro en oferta y también los tangas de color crema o nude, que se dice ahora, como me comenta mi nueva estilista.
***

Mi coche sonríe cuando me ve llegar y yo correspondo, parece otro, el pobre… lo tenía abandonadísimo. No queda ni rastro de la mierda y da gusto. Le doy al señor cinco euros de propina, merecida al cien por cien. Me gusta mi nuevo coche, ahora sí que se parece a su dueña, limpio y listo para su nueva vida. Inercia también está satisfecha.
Llego a casa, me pruebo todo de nuevo, estoy monísima, las bragas láser de la guerra de las Galaxias son todo un descubrimiento estelar, me cuesta encontrarlas incluso puestas. Lo que veo que no se esconde son mis chichas y mi celulitis, aquí Inercia se tapa los ojos y me dice.

“Hay que espabilarse”

No soy nada de gimnasios, así que tendré que seguir con mis paseos dedicando más tiempo y acelerando el paso, aún así, no pienso que esté haciendo todo lo necesario. ¿Qué más tendría que hacer para ponerme en forma, adelgazar y estar más tónica? Ni idea.

Para la dieta y para evitar a los médicos, consejo que mi hermana me repetía una y otra vez:
“Ponte en manos de profesionales”

Mi miedo residía en que iban a encontrar algo raro en mi cuerpo y eso iba a ser el resultado de una vorágine de especialistas, análisis y ambulatorios médicos, no, lo del chequeo médico, de momento, no estaba como prioridad en la lista de mi plan de acción ni en mi lista de cómo evolucionar, quizá más adelante, ahora no.

Para la dieta tiré de la red y auné los diez mandamientos de todos los regímenes alimenticios, el consumo del agua y el sentido común, lo mío era medio/largo plazo y educación alimentaria.

Lo del ejercicio planificado llegó de sorpresa, a la semana de hacer dos horas cada mañana de caminata rápida con mi ropita nueva, mis bragas estelares y mi bra de control de pechuga, me topé, subiendo casi a la carrera al Palacio de la Magdalena, (donde me paraba siempre, lloviera o no, porque eso tengo que decirlo y apuntarlo en mi Curriculum mental: “hola, me llamo Irene, hace diecisiete días seguidos que salgo a andar, llueva, haga sol, granice, truene o centellee”)
Pues a lo que iba, me topé con un grupo de seis personas con un entrenador (que ahora parece que se llama personal trainer) haciendo ejercicios al aire libre. A la ida pasé de largo, pero me quedé con la copla en la cabeza. Soy de poco impulso e improvisación y de mucho rumiar y prepararme las conversaciones en mi cabeza, lo hago incluso cuando voy a comprar el pan.

“Buenos días, una barra de pan, por favor”

Así que tuve el tiempo necesario para preparar conmigo misma mi ingreso en la escena de entrenamiento y preguntar cómo apuntarme, tuve todo el camino de bajada del Palacio para ensayar el discursito, llegué de chiripa cuando estaban recogiendo las alfombrillas.

Mi “ejem” como íncipit hizo que me vieran y el entrenador en seguida me preguntó si necesitaba algo, de lo roja que estaba a lo mejor se pensaba que me iba a dar una lipotimia, mezcla de timidez y paseo a paso rápido. Empecé fatal. Aún así, haciendo acopio de fuerzas y empujada por Inercia, que me estaba llamando de todo, pude preguntar en que consistía el entrenamiento.

El entrenador, más desenvuelto y simpático y, además, acostumbrado a este tipo de intromisiones, me explicó en que consistía su training diario, horarios, precios, etc.

¡Ya tenía mi rutina diaria! Sí, diaria, aunque ni mis compañeros de entrenamiento ni mi entrenador me daban mucho crédito, mi nueva yo estaba dispuesta a no defraudar a nadie. Inercia, mi única fan indiscutible, me aplaudía. Así que acabé mi paseo rápido y me fui a casa contentísima con ganas de seguir con mi lista de objetivos.
***

Al día siguiente, como una niña en su primer día de colegio, me dirigí hacia mi entrenamiento, habíamos quedado en la playa, bueno… mi entrenador me iba a prestar una alfombrilla. Gracias, porque si no hubiera sido así, tumbada en la arena húmeda me hubiera cogido una cistitis de aúpa.

Y yo pensando que eso iba a ser mi problema, los ejercicios no eran de mi nivel de flexibilidad, forma, ni tamaño. ¡Vaya PA-LI-ZA! He descubierto músculos por debajo de zonas adiposas durmientes que han dejado su estado de hibernación, he constatado que la apertura pélvica en otros seres humanos es un millón de veces superior a la mía y que cuando no quiero hacer el ridículo puedo arriesgarme a morir.

Mi entrenador me cambió los ejercicios cuando pensó que para qué iba a fastidiarse el día de trabajo llamando a una ambulancia de la UCI y me mandó a la orilla en un par de ocasiones para que me refrescara la cara o lo que hiciera falta.
Hoy he escrito en mi lista de prioridades: “No morir haciendo ejercicio”

Llegué como pude a casa, y llegué andando cual perezoso de tres dedos, aguantando el tipo como pude. Quise darme una ducha porque tenía una mezcla de sudor, arena y salitre digna de Máster Chef, pero los leggings estaban pegados a mi cuerpo serrano.

Bueno, vayamos por partes, primero me quito las zapatillas ideales, sacudo la arena y me lavo los pies, espero a que se me seque el sudor y me despego los pantalones, mientras tanto, me bebo toda la botella de agua.
Consigo bajar los leggings desenrollándolos por mi cuerpo y ahí van las bragas de corte láser detrás.
“Mejor, una cosa menos” pienso.

Consigo quitarme todo después de una hora y cuarto y darme una ducha sentada en una banqueta, es patético… ¡Pero, pero, pero…! ya noto las agujetas y eso es señal de que mi cuerpo responde y de que tengo músculos.
Me abandono en el sofá, levantarme para ir al baño es una pesadilla. Recibo un mensaje de mi entrenador a quien todos llaman Mister, me dice:

“Agua, azúcar y limón. Nos vemos mañana, guapa.”

GUAPA, ya sé que es una muletilla, pero me toca pensar cuándo ha sido la última vez que alguien me echó un piropo. Mi futuro ex marido, en los últimos años de convivencia, rugía y mimaba más al mando a distancia o a las latas de cerveza que a mí. En fin… pero de momento no estoy preparada para soltar el lastre del punto uno, futuro ex marido, y sí para el punto tres, pensamientos tóxicos, por lo que dejo de pensar en él y me limito a escuchar a mi cuerpo dolorido.
Me voy a la cama solo con la palabra GUAPA en mi mente.
***
Al día siguiente llego al entrenamiento con más miedo que el día anterior, me he levantado y he conseguido vestirme; el ¡ay, ay, ay! acompaña a todos los movimientos de mi cuerpo. Mis compañeros y el Míster, al verme llegar, me aplauden, me río y confieso que me duelen hasta las pestañas. No tienen piedad de mi queja, así que hoy más de lo mismo, pero lo llevo mejor: mi cuerpo me quiere y yo le agradezco que se porte bien conmigo, a fin de cuentas soy una buena persona.
Mis compañeros y el Míster me comentan que, en general, después del entrenamiento se quedan para tomar un café rápido y comentar la sesión, me dicen entre risas que ayer me largué casi sin saludar y tuve que confesar:

“No quería morirme con público, soy muy tímida”

“Café pagado a la superviviente”

“No sabes tú bien a lo que estoy sobreviviendo” pensé.

El café me supo a gloria por la compañía, hacia tiempo que no me sentía parte de algo y mis compañeros me preguntaron cosas sobre mi vida, se dieron cuenta que no estaba el horno para bollos así que fueron discretos y me involucraron en sus bromas. Me enteré de que los jueves se quedaba para tomar una cerveza y que una vez al mes se bañaban en el mar, dos señores de mi edad (apodados las momias) jugaban al fútbol playero, en la liga de los faraones ¡ja, ja, ja!. La verdad es que nadie se tomaba a mal ninguna de las bromas.
Me siento como si estuviera empezando a vivir mi vida.
***