Francesca, “llámame Franchi querida”, marcó su territorio desde su aterrizaje.
Mi trabajo: “Me ha dicho Paolo que eres una cuidadora perfecta”
Mi sitio en la jerarquía: “Siéntate tú delante” En el coche.
Llamo a la gente como me apetece: “Manu, llévame la maleta” No se habían visto en la vida y Manuel era Manu.
La Franchi es físicamente perfecta para quien le guste Barbie, la verdad es que Paolo me ha desconcertado completamente con esta elección. Antonia, que tiene muchas tablas en cuestión de vida, se hizo la señal de la cruz en cuanto la vio entrar por la puerta.
“Que Dios nos coja confesados” dijo.
La Franchi ha cambiado la colcha de su habitación, no le pega con el camisón, las toallas del baño y ha pedido otra marca de gel. Sus caprichos para comer son infinitos: vamos desde nada frito, pasamos por pelar hasta el pan o quitar las pepitas del kiwi, para terminar con que no prueba bebidas alcoholicas, con sal, azúcar, sacarosa, sorbitol… tenemos que leer todas las etiquetas con lupa.
Pero lo que más molesta es que insiste hasta la saciedad en que venga una amiga suya, Franchi 2, porque:
“Está loca por conocer a James”. Está segura de que va a ser amor a primera vista.
Yo sustituyo a la prometida de James. La Franchi le tiene agarrado por la yugular a James con dos temas:
• La Franchi 2: es perfecta, tiene una reserva hecha para volar incluso mañana (ahora no está trabajando y tiene un montón de tiempo libre) “Dame tu VISA que reservo enseguida”.
• El porqué de la ruptura. Nosotros hemos sido muy cautos y respetuosos con el tema y no hemos preguntado nada. La cacatúa sedienta es una matraca. Imagino que lo haga para preparar a la Franchi 2. James tiene paciencia y cambia de tema como puede con mucha diplomacia, pero la verdad es que la tía no suelta la presa e insiste como una taladradora.
La Franchi nos ha cambiado el nombre a todos, James es Gigi, Manuel es Manu, Antonia es Anto, Natalia es Naty, Paolo es Amore y yo soy Tú. Es todo tan cuesta arriba…
Bueno, empezamos el calvario porque todos, incluyendo a Paolo y excluyendo a Franchi, sabemos que es lo que será esta semana: un auténtico calvario.
La segunda noche, y con la energía bajo mínimos, vamos al Palacio de Festivales a ver el ballet o mejor dicho la danza de Carlos Acosta. Estamos contentos porque todos imaginamos dos horas y cuarenta y cinco minutos de música sin tener que escuchar a la Urraca parlanchina, pero al Loro ni le gustó la danza (comentó que parecía un grupo de histéricos dando saltos), ni los asientos eran cómodos, el aire acondicionado estaba demasiado fuerte, no dejó de hablar en las dos horas y tres cuartos de espectáculo.
El Señor, que es misericordioso, y por eso le damos las gracias y le hacemos la ola porque después del espectáculo nos premió con un ataque de migraña (provocado seguramente por los espectadores que asistieron al espectáculo cerca de nosotros que la miraron con odio durante todo el tiempo). La Franchi tenía tal dolor de cabeza que Manuel la tuvo que acompañar a casa con el coche.
Antes de dejar a la Franchi sola, le pregunté a Paolo:
“¿Quieres que te deje solo con James?”
“No, no, tú también tienes que descansar” me contestó.
Nos fuimos a cenar al restaurante que teníamos reservado. Hacía una noche buenísima, teníamos una mesa en la terraza, nos sentamos y un suspiro de alivio salió al unísono de los tres, durante quince largos minutos nadie abrió la boca, finalmente ¡paz!
Después de este breve pero intenso descanso, James miró Paolo y le preguntó:
“¿Por qué?”
“Mañana está de vuelta, ahora nos toca pensar cómo hacerlo. Para eso estamos aquí ¿no?” contestó Paolo
No digo lo que nos comimos esa noche ni por supuesto lo que bebimos, elucubramos todo tipo de plan cada cual más absurdo. Fue un homenaje a la libertad de expresión, un brain storming en toda regla mezclado con odas a las prometidas mentirosas que se embarazan de otros (nos dejó descolocados a Paolo y a mí la explicación de la ruptura de James), a las novias que van detrás del dinero fácil (demasiado obvio) pero sobre todo íbamos a muerte contra los abstemios, las cacatúas y los pobres de espíritu.
El plan que ideamos bajo los efectos del alcohol fue delirante, pero nos sirvió para reírnos dos días seguidos, incluso ahora cuando escribo estas líneas me río sola. ¡Qué delirio!
Como penitencia, y si todo saliera bien, nos propusimos hacer unas etapas del Camino de Santiago pero eso, eso es otra historia.
Continuará…