El Camino de Santiago y el sexo

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Irene Calvo

Por Irene Calvo

¿A que nunca podríais imaginar un título así? Una “liaison” entre la espiritualidad que emana El Camino de Santiago y el sexo: una mochila con pocas cosas, viejas y arrugadas, hotelitos espartanos, menú del peregrino y el top ten de la pasarela del Apóstol: el famoso calcetín con sandalia…

Pues yo tuve la suerte (o la desgracia, según se mire) de encontrarme con Amanda pero, bueno, vayamos por partes.

Me embarqué de nuevo en El Camino, para imaginar que el Covid no estaba presente en nuestras vidas.

Empecé a hacer el Camino de Santiago hace cinco años. Como vivía por aquel entonces (que se me hace muy lejano) en Roma, la logística la tuvimos que adaptar porque, además, nadie tenía treinta días seguidos de vacaciones ni las piernas necesarias para hacerse ochocientos kilómetros de una tirada, así que decidimos optar por el Camino Francés y hacer varias etapas cada año.

Para quien no lo sepa, El Camino engancha y, una vez que empiezas, ya no lo quieres dejar. El primer año hicimos desde San Jean Pied de Port hasta Pamplona, el segundo desde Pamplona a Logroño y el tercero desde Logroño a Burgos. Había que volver a tomar posesión de El Camino, pero no nos poníamos de acuerdo con los días:

Que si “esa semana me viene fatal” “que si la siguiente no puedo”… Un lío. Así que, ni corta ni perezosa, aproveché un lunes festivo, enganché otro día de vacaciones, hice la mochila y me fui sola. Pero la verdad es que en El Camino nunca estás sola.

Cuatro etapas desde Burgos hasta Carrión de los Condes (donde violaron a las hijas del Cid) y lo digo porque mi mejor amiga (hola Belén) nació allí y, cada vez que le preguntan dónde ha nacido, lo dice todo de carrerilla, hayas o no hayas conocido al Cid Campeador, a su familia o sus hazañas por tierras castellanas.

Pero, dejando a un lado la literatura castellana, volvamos a El Camino y al sexo.

De Santander a Burgos me desplacé en autobús, tres horas para hacer ciento noventa y ocho kilómetros, es decir, que llegas a Burgos baldada y con pocas ganas de andar. Tengo que hacer una precisión, yo hago El Camino de Santiago para pijas, es decir, me llevan la mochila y duermo en hoteles, los albergues son too much a mi edad.

En la estación de Burgos había quedado con un tal Luis para que me llevara la mochila y dio la casualidad que también Amanda había encontrado su contacto, como yo, en Internet para que le llevara la suya. Como decía antes, en El Camino nunca, nunca estás sola, los astros se alinean siempre para que por lo menos no te sientas sola. Así que ahí estábamos las dos esperando a Luis.

Amanda y yo, yo y Amanda, empezamos desde Burgos El Camino, juntas.

Amanda, estadounidense de un pueblo de Minnesota que todavía no he encontrado en el mapa, afincada en California, 48 años, y 20 días de vacaciones para hacerse El Camino desde Burgos a Santiago.

Nice to meet you! ¡Encantada de conocerte!

Antes de salir de Burgos ya estábamos con el tercer amante a los 17 años. Nos perdimos en varias ocasiones porque su conversación era más interesante que ir buscando las conchas doradas de El Camino o las flechas amarillas, mi sentido de la orientación se bloqueó y no podía concentrarme en salir de la ciudad y mucho menos en la espiritualidad que emana El Camino, allí se hablaba de sexo y sexo duro.

Aunque Amanda se empeñaba en hacerme partícipe y me preguntaba mi opinión, mis experiencias, mientras insistía en saber cuándo había perdido la virginidad y el número de mis amantes, yo intentaba por lo menos encontrar la salida de Burgos, eso sí, con un calentón del uno y que conste que no hacía nada de calor…

Yo no sabía cómo meter boca en la conversación (y en este contexto me parece hasta feo usar la expresión) además, se me hacía raro contar esas cosas a una desconocida y, para más inri, en El Camino de Santiago, donde prima la espiritualidad sobre la sexualidad, pero no sé yo si, después del paso de Amanda, El Camino se iba a convertir en una meta de turismo sexual.

Ya íbamos por Marcus, amor que compartió con otro amigo, número veintitrés y veinticuatro, y ella a la tierna edad de veintiún añitos. Yo a esa edad me parecía más a Santa María Goretti comiendo pipas en un banco del Sardinero. Lo del trío me interesó y así, con un perfecto conocimiento de los todos los orificios de la anatomía femenina y de su capacidad de adaptación a diferentes medidas y volúmenes, llegamos a Hornillos del Camino.

Sonaban las campanas de la iglesia así que le propuse a Amanda ir a la misa del peregrino y recibir la bendición, ella aceptó con mucho entusiasmo. Por desgracia, el cura, que estaba bastante bueno, o yo ya estaba fatal, se parecía al número cuarenta y tres de Amanda, un hombre obsesionado por correrse en la boca de mi compañera de Camino. Esto me lo contó en pleno Padre Nuestro y me dio tal ataque de tos, que casi me echan de la iglesia.

Recibimos la bendición del peregrino, pero mis pensamientos al acercarme al sacerdote se fueron por los cerros de Úbeda o por los de Hornillos del Camino, si es que tiene cerros, y si los tuviera, seguro que Amanda estaría retozando por alguno de ellos.

En Hornillos del Camino hicimos pandilla con otros peregrinos degustando la cena en horario baby o guiri, no sabría decir, a eso de la siete de la tarde, ahí no quedaron ni las migas. Amanda se interesó por un alemán que fumaba como un carretero y no se despegaron hasta el día siguiente, lo sé porque el alemán se alojaba en mi hotel, en la habitación de al lado.

Saliendo de Hornillos del Camino casi de puntillas para hacerme unos kilómetros sola, pensando en el sentido de la vida, me topé otra vez con mi nueva amiga que me describió con pelos y señales su experiencia sexual, yo me hice una idea bastante exacta porque la parte audio me había quedado perfectamente clara. Amanda se quejó del alemán porque, poniendo como excusa la caminata que les esperaba al día siguiente, despidió a su amante a una hora prudencial, yo se lo agradecí al germánico ya que dormí como un lirón.

Aprovechando que Amanda estaba haciendo pis detrás de un mini arbusto y que había dejado durante cinco segundos de hablar (qué facilidad tienen algunas de hacer pis, así como así, en cualquier sitio, a mí que no me sale ni en el mar…) le pregunté:

¿Cómo haces para recordar todos sus datos y con tanto detalle?

Fácil, me dijo, tengo una hoja Excel donde apunto todo. A mi pregunta de si daba nota, me dijo:

“Claro, de 1 a 10”

Así que nuestra etapa hasta Castrojeriz fueron solo explicaciones del funcionamiento de la hoja Excel, qué apuntar, cómo, cuándo y porqué. Una cosa fundamental: solo se apuntan las penetraciones.

“Dato esencial” pensé, y también pensé en confesarme en Castrojeriz o en hacer algún tipo de penitencia.

Así que, entrando en el pueblo, arrastré literalmente a la americana a la iglesia de Nuestra Señora del Manzano para lavarle la boca (y otras partes del cuerpo) con agua bendita. Rugió un poco cuando le dije que había que escuchar la misa pero, cuando el guía de la iglesia se sentó delante nuestro, dejó de quejarse para empezar a ronronear como una gata en busca de caricias. Conclusión, mientras yo visitaba la iglesia, Amanda organizaba una fiesta en casa del guía, Leopoldo, con sus amigos. ¿Hay vida en Castrojeriz? Sí, y mucha.

No quiero dar muchos detalles pero… al día siguiente:
1. Empezamos a caminar a las 11.30
2. Desayunamos con paracetamol
3. Vomité e hice pis detrás de un arbusto
4. Bebimos solo agua
5. Amanda no habló
6. Tardamos en terminar la etapa más de seis horas…

Resacón en Las Vegas pero esta vez resacón en Frómista. A la hora de la cena, cuando nuestros estómagos estaban ya apaciguados con nuestro cuerpo y con el Santo Apóstol, empezamos a intentar acordarnos de lo que había pasado. La hoja Excel de Amanda había añadido nombres y datos, la mía también… Las camas de nuestros hoteles estaban intactas y, por no habernos despertado antes de las ocho, nos había tocado cargar la mochila. Castigo divino.

Esa noche dormimos diez horas seguidas y la última etapa, Frómista Carrión de los Condes, ya no la imaginaba sin mi amiga americana.

Obviamente seguimos hablando de sexo, para Amanda era una parte fundamental de su vida ya que no entendía la vida si esa emoción, sin esa tensión y sin esa carga de energía. Yo tenía la piel como un recién nacido y el pelo que daba gusto, a ver si va a tener razón mi Amanda.

En Carrión de los Condes, visitamos las iglesias que mostraban la exposición Lux dedicada a la Virgen María, muy interesante, y comimos en el Hotel Real Monasterio de San Zoilo y, como iba a ser nuestra despedida, nos quisimos dar un homenaje. Nos cambiamos como pudimos en el baño para estar decentes y comer relajadas. Cuando ya estábamos sentadas, llegaron tres comensales (hombres en edad de merecer y con buena pinta) Yo ya supe que nuestra mesa se iba a ampliar a cinco, pero ¿cuál fue el castigo divino para Amanda?, eran tres sacerdotes… Aunque, pensándolo bien, a lo mejor le daba hasta morbo o, siendo peregrina, creía tener derecho a bula Papal, lo cierto fue que la comida estuvo de lo más agradable. Como no hablaban inglés y yo traducía, hice caso omiso a las preguntas de Amanda sobre masturbaciones, relaciones homosexuales y como vivir sin sexo. Me limité a la gastronomía, al tiempo y a las violaciones de las hijas del Cid.

Amanda me ha acompañado a la parada del autobús, nos hemos despedido con cariño, me ha dicho que me va a echar de menos, yo también a ella. Han sido muy intensos estos cuatro días.

Amanda ha acabado El Camino y viene a Santander a pasar unos días antes de volver a Estados Unidos, me ha dicho que su hoja Excel ya no tiene más espacio y que está encantada con que nos volvamos a ver.

¡Hombres de Santander, echaos a temblar!