Ciertos poderes políticos insisten en teledirigir los medios de comunicación para mayor gloria del gobernador de turno. La conculcación de la libertad de prensa, o lo que es lo mismo, la prohibición del ejercicio de la libertad de expresión supone una vulneración constitucional en los países democráticos y una acción habitual en los que no lo son.
La coacción o manipulación de la libertad informativa es buen termómetro para conocer el estado de salud de la democracia en un país.
El adoctrinamiento de la prensa es una constante en regímenes totalitarios y una tentación en el resto. Sólo la ética e integridad de los informantes y la perspicacia de los informados puede esquivar los primeros y reforzar en los segundos el apoyo legislativo y judicial.
Kim Jong II (anterior Presidente norcoreano y padre del actual Presidente) publicó un manual para periodistas: “El Gran Maestro de los Periodistas”. En el texto advierte que “el periodismo es tolerado sólo como una forma de enaltecer al Gobierno e incluye consejos a los reporteros tales como hacer fotografías “con alta conciencia patriótica” cuando se va a retratar al líder.
Sin embargo, la misión de los medios es la difusión de noticias de la forma más imparcial posible. Algo que a veces olvidan informadores mediáticos que pretenden crear opinión a partir de informaciones manipuladas o tendenciosas.
La vulneración del estado de derecho no es exclusiva de Corea del Norte.
Las presiones políticas y de grupos sociales sobre la prensa es frecuente. Se solicita y a veces hasta se exige, el apoyo de los medios en tal o cual causa. ¿Hemos olvidado los propios informadores que la labor de los medios es justamente diseminar la información de manera imparcial y no crear opinión?. Esta última ha de crearla el lector inteligente, a partir de los datos objetivos e imparciales que se le facilitan.
¿No será que los grupos que presionan intentan en realidad utilizar el prestigio ganado a pulso por la prensa para seducir a las masas hacia sus causas? A todos aquéllos que tengan intenciones de sentirse “Grandes Hermanos o Grandes Maestros” habrá que recordarles el sagrado derecho a la libertad de expresión o de prensa comprendido en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.
Apenas unas líneas escritas en 1776 dejan “fuera de juego” el pretencioso manual del dictador norcoreano que, mejor haría en proporcionar un bienestar real a su pueblo que pudiera ser contado desde la libertad al mundo, en lugar de dictar panfletos sobre cómo informar.