Por Alberto Avendaño
Hay cinco tipos de votantes de Trump:
- El militante republicano disciplinado y que vota por el candidato aunque la bandera del partido la enarbole un rinoceronte (con todo respeto para esa especie en peligro de extinción, claro).
- El votante que se beneficia financieramente de la presencia de Trump en la Casa Blanca (sin contar a esos familiares que, sin haber sido elegidos por nadie, ejercen puestos de representación oficial al mejor estilo de una República Bananera o de un país sumergido en una suerte de realismo mágico anglosajón).
- El votante cristiano fundamentalista que está dispuesto a apoyar al diablo siempre que ese ángel caído les asegure que va a derogar las leyes que protegen la salud reproductiva de las mujeres (aborto, contracepción y educación sexual) y que se acabe con las leyes que protegen a la comunidad LGTB.
- El militante neonazi que acude a eventos trumpistas con banderas y emblemas de una de las ideologías más criminales en la historia de occidente y que representa la antítesis de los valores estadounidenses. Habría que recordarle al trumpismo que Estados Unidos se convirtió en una potencia global al intervenir en Europa y derrotar a lo que representan esos señores de las cruces gamadas o esvásticas. Trump se resiste a rechazarlos.
- También hay votantes de Trump que son “buena gente”, claro.
Gracias al fenómeno Trump, hoy en Estados Unidos se diría que ser conservador y ser del partido republicano son dos cosas distintas. La deserción de prominentes republicanos del trumpismo y su apoyo a la candidatura demócrata, Biden-Harris, parece corroborar esa idea.
Pase lo que pase en el supermartes de noviembre, y a pesar de que en 2016 Trump perdió el voto popular, la tensión política estadounidense evidencia la crisis (por desconfianza o desencanto) de la democracia liberal, de ese sistema de convivencia que pretende ofrecer equidad y esperanza para las personas. Cuando la vida no es fácil y Washington parece un lugar lejano al que no le importas, muchos votantes están dispuestos a abrirle los brazos a quien les miente, les revalida sus quejas y les echa leña al fuego de su resentimiento. Así nace el rinoceronte Trump que, lejos de extinguirse, se propaga; no como un fantasma que recorre Estados Unidos, sino como llamas sobre hierba seca galopando las llanuras del sur y saltando con toda normalidad a Europa. Esa es la otra pandemia de Trump. El virus que se ha instalado en la Casa Blanca.
A la luz de esos 60 millones de votantes que ya han acudido a las urnas, noviembre puede ser un año para recordar en cuanto a participación ciudadana. Los estadounidenses parecen reaccionar, intuyendo tal vez la fragilidad de su democracia. Sin embargo, los demócratas no deberían confiarse. Trump ganó su ventaja hace cuatro años porque movilizó de manera extraordinaria a los votantes del listado que he citado al principio. Y muchos de los votantes que se habían volcado con Obama, no salieron a votar por Clinton. Pero, me aseguran mis fuentes demócratas, el tándem Biden-Harris ha reactivado a ese electorado y está ganando entre los indecisos e independientes. Veremos.