Triunfaron los demonios

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Después de la tunda horrible que los republicanos le propinaron a los demócratas en las elecciones de medio término del pasado martes 2 de noviembre, me he quedado grogui. La perspectiva de que no habrá reforma migratoria y 11 millones de personas pasarán inexorablemente del actual limbo a la vereda de la deportación me carcome los huesos.

Yo, el optimista sin remedio, me he quedado desolado al reconocer que la ley de inmigración integral se esfumó y que lo mismo pasará con el sueño de la legalización de los estudiantes indocumentados. Me he quedado devastado al ver claramente con mis ojos cansados que no hay ningún rayo de luz al final del túnel.

Lo que habría podido ser una situación plena de parabienes en el umbral de la cosecha, con mayoría demócrata en las dos cámaras y un presidente amarrado por promesas que no cumplió, se pudrió.

El panorama es el infierno, pletórico de sanguijuelas y sabandijas. Finalmente, triunfó el mal sobre el bien. Así pasa cuando el pueblo traga entero y el responsable es él mismo, que no entiende, ni quiere entender las consecuencias, ni mucho menos avizorar el luctuoso futuro.

Esos que hipócritamente se acicalaron como patriotas, vistieron coloridos trajes independentistas, acomodaron en sus cabezas pelucas del estilo de los setenta del siglo XVIII, esos que se apropiaron del título de amotinados del té: ganaron.

Lo peor es que los votantes dejaron que ingresaran en sus hogares con su indumentaria de mansas ovejas y no les importó que lanzaran veneno por sus bocas pútridas. No les importó que dijeran mentiras. No les importó que inventaran verdades a medias. No les importó su oscura relación con el racismo y el odio. No les importó que volvieran añicos la transparencia. No les importó su inestabilidad e irresponsabilidad política.

Los electores justificaron todas las explicaciones de los satanes que demonizaron a los más inermes, a los indefendibles, a los acusados de la ilegalidad, a los convidados de piedra, a esos atados a múltiples falencias innegables, a los esposados por todas las desventajas.

El fantasma de la ley SB 1070 de Arizona multiplicada en varios estados se avecina como realidad, así como el torrente de medidas federales, estatales y locales contra los inmigrantes que viven en las sombras.

No obstante, los comicios dejaron como legado que el corazón prístino de los hispanos salvó al Partido Demócrata de la debacle total en California, Nevada y otros puntos del país.

En el condado de Mecklenburg, donde yo estoy radicado, en Carolina del Norte, seguramente el desglose de la votación arrojará que el sufragio latino contribuyó a que la Junta de Comisionados, el organismo local más poderoso, no cayera en manos de los antiinmigrantes más cerreros.

Lo que apena, lo que aflige, lo que acongoja, lo que abate es el porvenir magro, prodigo de lacerantes espinas y pedruscos afilados.

Aún así, mi ilusión la proyectó en Atlanta, Jerry González, secretario ejecutivo de la Asociación de Funcionarios Latinos Electos de Georgia (GALEO), teniendo como testigo a la periodista de CNN, Inés Ferré, durante un encuentro de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ).

González anticipó, que dadas las terribles circunstancias actuales, brotará un movimiento histórico y valeroso de derechos civiles de los latinos, que eventualmente le dará vuelta a la tortilla. Estoy seguro, en mi abrumador desconsuelo, que su profecía encarna un largo y escabroso trecho de sufrimiento y paciencia, pero que también es viable. Como me dijo en un día iluminado, una venerable mujer con su infinita sapienza: ¡Estamos vivos!

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