“Estoy espesa”

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Estoy espesa, acabo de volver de mis vacaciones de Navidad y… en dos semanas se me ha olvidado hasta cual es la llave del portal y cual es la de casa. No reconozco a mis compañeros de trabajo, el técnico informático está sentado en mi mesa porque de mi password no que ni rastro en mi cerebro, si hago un movimiento rápido con la cabeza me mareo y me da la risa floja cada vez que me acuerdo de alguna anécdota graciosa de estas vacaciones y han sido tantas las cosas divertidas que me han pasado.

Ayer no tuve fuerzas para deshacer las maletas y estuve sentada en mi sofá con abrigo bufanda y guantes mirando al espacio interestelar que pensaba estaba dibujado en la pared del salón durante casi una hora y media con las llaves en la mano y sin soltar el bolso.

El espectáculo de mi casa era desolador, persianas cerradas, oscuridad, frio, las dos patatas y las dos cebollas que había dejado en casa tenían raíces y cuernitos de tres metros. Todo muy triste.

Mi cabeza decía:

“¡Venga tía levántate ya!”

Todo un esfuerzo. Me engañé a mí misma con este mantra:

“Deshaz las maletas, duchita, chándal y como premio unas palomitas y unas aceitunitas que traes en la maleta”.

Dos horas y tres cuartos más tarde me convencí. Arrastrarme hasta mi habitación, 10 minutos. Abrir la maleta 20 minutos (antes tuve que buscar la combinación). Ok orden maleta, ok orden alimentos, ok duchita, ok chándal, ok palomitas delante de la televisión que me premia con un viejo capítulo de Donwton Abbey que miro hasta que se me acaba el “pienso” y entro en un sueño profundo del cual me despierto dos horas después.

¡Genial! Son las 9 de la noche y seguro que ya me he desvelado. No estoy espesa… estoy lo siguiente. ¡Tengo ganas de volver a casa!

Y es que en cuanto siento las ruedas del avión tocando suelo de mi tierra, mi suelo me transformo y en mi fuero interno sé que pertenezco a ese lugar y me olvido o me obligo a olvidar que por desgracia no vivo aquí. Sonrío y todo me parece maravilloso, a lo mejor porque sé que voy a encontrar un taxi en la puerta, o porque en casa me esperan con la comida preparada, o porque luego me bajaré a la playa (si es verano) y saludaré a mis amigas o (si es invierno) me echaré una de esas siestas que hacen época y de las que te despiertas como si hubieras pasado la tarde en un centro de belleza.

La cosa es que cuando me despierto tengo la piel relajada y estoy descansada, y sobre todo emocionada porque me voy de cenita con amigos y porque voy a saborear un buen blanco y porque seguramente me tomaré una sopita de pescado excepcional de esas que solo las saben hacer aquí y todo esto mirando al mar…

Pero como de momento me toca vivir en el extranjero tengo que organizarme un plan para no perder vida contando los días que me quedan para volver a mi tierra. Así que en esta especie de euforia cansina he decidido que me quiero divertir y aprovechar el tiempo que me queda aquí, quiero disfrutar y quiero alegría.

P.D.: han pasado 3 días y aunque no para de llover estoy mejor y con mil ideas en mi cabeza.