Por Ana María Díaz de Lewine
Metropolitan Opera de Nueva York
Sábado, 7 de febrero de 2014, 8.00 a 11.15 pm
Valery Gergiev con gran autoridad y sabiduría musical, es capaz absolutamente de obtener de todos, orquesta, solistas y coro, lo mejor de cada uno de ellos para conseguir unas interpreta-ciones excelentes de ambas óperas.
Iolanta es una obra de amor espiritual, religioso y carnal, de la búsqueda de la verdad y de la luz, y de las distintas etapas de la cura. Primeramente, mediante un reconocimiento de la ver-dad y de la realidad física, que nunca se puede esconder, por parte de su padre protector y las personas que la rodean, y por parte de Iolanta frente a su imposibilidad de ver la luz o distinguir los colores.
Se pone de manifiesto lo que ella siente pues al desconocer la luz y la vista, cree que los ojos son solamente para llorar y manifestar el sufrimiento y la tristeza.
Por fin, su enamorado Vaudémont que, desafiando las normas establecidas, habla con ella pa-ra descubrir la verdad a través de rosas blancas y rojas, le explica en un precioso dúo lo que es la luz, y que es ”la maravilla de la creación”.
Ella, tras descubrir estos misterios, confiesa con gran felicidad, que para ver la gracia de Dios y para honrarle no necesita la luz, sino la gloria y la bondad.
Sólamente con el amor, la compasión, la piedad y la misericordia, la dulce Iolanta, con la ayu-da de un doctor que viene de España, puede por fin, ver. Todos muestran la alegría y felicidad con un inmenso final con coro y orquesta y solistas cantando un magnífico “Gloria”.
Anna Nebretko, en Iolanta, con su voz absolutamente maravillosa, de gran técnica y precioso color, hace lucimiento de un canto homogéneo, poderoso, tierno, y unido a una excelente inter-pretación escénica, se muestra dulce y maravillosa.
Piotr Beczala hace alarde de una matización en sus dinámicas, en algunas ocasiones reco-giendo sus agudos en piano, y en otras, mostrándose magnífico y generoso vocalmente.
Magnífica voz y emisión la de Ilya Bannik como el rey René. Excelente se muestra Aleksei Mar-kov.
El castillo de Barbazul es una ópera a dos voces, Judith y Barbazul.
Ella: “Estoy aquí porque te amo. Abre las puertas”.
El: “Te daré tres llaves más. Abre las puertas pero sin preguntar”.
Trata de la seducción, el enamoramiento, la duda, la confianza, la desconfianza y la locura que conduce al asesinato. Al principio interesados y después casi angustiosamente, ascendemos junto con los personajes piso por piso, y abrimos puerta por puerta, donde las paredes del cas-tillo se dice que sienten, callan, lloran o sangran, para acabar en una terraza que es como un Edén donde se encuentra una tumba con una mujer. Tratamos de comprender que para él es-tas mujeres permanecen vivas. Ella se desliza y danza como sonámbula junto a las demás, permaneciendo ya allí para siempre. El abraza a su esposa semienterrada y quieta mientras solloza. Es la vida en la muerte eterna, se trata un trastorno mental y un poco nos deja el sabor de boca de lo que puede ser sentir una crisis de angustia.
Opera a dos voces con efectos multimedia de sonido y proyecciones de video en tres dimen-siones con momentos de oscuridad y silencio y, a continuación luminosos.
Un decorado a distintas alturas y espacios rectangulares, representado por un ascensor, una habitación, unas ventanas, o una terraza ajardinada. Fantástica la escenografía creación de Bartek Macias, Mark Grey y la dirección escénica de Piotr Gruszcynski.
Excelente la interpretación y la voz redonda y fabulosa de Nadja Michael y expresivo y magnífico se muestra Mikhail Petrenko.