“La bella melancolía”

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Las gotas de lluvia repiquetean en la ventana. Melodía uniforme y sosegada de una tarde de domingo. El escritor deja que la taza de té blanco repose humeante en la mesa mientras que se sienta en el sofá y cubre sus piernas extendidas con una fina manta. Los suaves calcetines de lana hechos por su madre desde el pueblo protegen sus pies y calientan su corazón. Hilos de amor incondicional trenzados por sabias manos resguardan del frío y, para no perderse, trazan con su costura el camino de vuelta al refugio familiar siempre que se necesite.

Con sus dedos largos, él juega despacio con las volutas de humo del té como si fuera un mago a punto de crear un hechizo de solsticio. Da un sorbo a la bebida. En breve estará a la temperatura adecuada. Coge una libreta de la mesa y la apoya en sus rodillas flexionadas. Huele las páginas como suele ser su costumbre. Aún mantienen el aroma característico de un libro nuevo. Sin duda, un gran regalo de una persona importante. Por un instante, recuerda con nostalgia a gente que ha salido de su vida, no con tristeza sino evocando agradables momentos compartidos. Acaricia los bordes artesanales de la libreta mientras piensa el inicio de su novela. La tinta del bolígrafo marcará la primera afluencia con el compás de esa lluvia relajante, luego vendrá el ordenador. El invierno no acecha, le gusta, hace crecer calidez en su interior. Y esa tarde señala el comienzo de una nueva historia en sus páginas en blanco. Una buena historia.