La bendición de ser peregrinos

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En su hermosa e inspiradora primera epístola el Apóstol Pedro les escribe a esos creyentes esparcidos en el territorio de Asia Menor, que debido a los sufrimientos y persecuciones constantes a los que estaban sometidos, debían ser alentados a sacar su vista de las circunstancias, recordándoles dos verdades maravillosas: que son peregrinos elegidos de Dios y que el mismo Trino Dios los ha elegido y santificado para que le sirvan a Él a través de la obediencia a Jesucristo.
La palabra peregrino viene de la palabra griega ‘paroikos’, que era un hombre que vivía en una tierra extraña pero que sus pensamientos estaba siempre puesto en su lugar de origen. A esta situación se le llamaba ‘paroikia’ y de esa palabra deriva ‘parroquia’. Por tanto, debemos andar y vivir en este mundo pasajero con nuestra mente puesta en nuestra ciudad, en los cielos, tal como nos dice Filipenses 3:20 “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.”
El teólogo William Barclay nos cuenta que hay un famoso dicho del Señor Jesús, que no está escrito en la Palabra pero que es bien oportuno para este caso, “El mundo es un puente, el hombre sabio pasará sobre él, pero no construirá su casa sobre el mismo.”
Si las iglesias del primer siglo, que vivían bajo el desprecio, la persecución, el sufrimiento y el acoso constante de una sociedad que los detestaba, debían ser recordadas de no construir su casa sobre el puente de la vida, ¿cuánto más nosotros no necesitamos este mensaje, cuando vivimos en una sociedad de libertad y facilidades?
Muchas veces quedamos tan envueltos en los afanes de esta vida, que llegamos a olvidar que es una vida transitoria, pasajera, y deberíamos evitar esta actitud mundana y recordarnos acerca de nuestro corto peregrinaje en esta tierra, alentándonos con la esperanza de nuestra casa celestial.
Cuando nos damos cuenta de que estamos en un peregrinar a nuestra mansión eterna con los pasajes completamente pagos por el amor, la misericordia de Dios y la sangre del Señor, como cristianos empezamos a ver todas las cosas en la luz de la eternidad. Vemos esta vida como un viaje hacia Dios. Es la comprensión de esta realidad que decide la importancia que le damos a cualquier asunto, dicta nuestra conducta, es la marca registrada de nuestra personalidad y el poder que nos mueve en nuestra vida.
Como cristianos debemos seriamente reconsiderar nuestro llamado, nunca arraigarnos a esta tierra pasajera y sentirnos a nosotros mismos como viajeros en esta sociedad, peregrinos hacia la morada celestial, todos los grandes problemas se volverán pequeños y podremos con una actitud más espiritual traerle gloria a Dios en nuestro caminar en la tierra, y como dice Efesios 2:10 caminaremos en las obras que Dios preparó desde antes de la fundación del mundo para que nosotros hagamos para su gloria.
¡Peregrinos del Señor, no construyan su casa sobre el puente y marchen hacia adelante para su honra y gloria!