“La diversión del Duque en las Vegas: Rigoletto”

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Por Ana María Ruimonte y Díaz de Lewine

www.ruimonte.us

Nueva York, 28/10/2015. The Metropolitan Opera. Rigoletto. Música de Giuseppe Verdi y libreto de Francisco Maria Piave. Christine Jones, dirección escénica. Susan Hilferty, figurines. Kevin Adams, luminotecnia. Steven Hoggett, coreógrafo. George Gagnidze, Rigoletto. Olga Peretyatko, Gilda. Stephen Costello, El Duque. Jeff Mattsey, Marullo. Richard Troxell, Borsa. Katherine Whyte, Contesa Ceprano. David Crawford, Conde Ceprano. Stefan Szkafarowsky, Monterone. Stefan Kocán, Sparafucile. Maria Zifchak, Giovanna. Catherine MiEun Choi-Steckmeyer, paje. Earle Patriarco, Guardia. Katarina Leoson, Maddalena. Pablo Heras-Casado, director musical. Donald Palumbo, director del coro. Metropolitan Opera Orchestra, Chorus and Ballet.

Una historia compleja de seducción amorosa y de intento de rebelión frente a la aristocracia.

El amor puro, representado por Gilda, perdona a su infiel enamorado y, engrandecido por su sentimiento, se subleva frente al amor fraternal de Rigoletto, en un intento de superar la etapa de la adolescencia.

Rigoletto pronuncia la frase “El es delito, yo castigo”, y encarga a una prostituta y a un matón el asesinato del duque. Pero el amor lascivo de Maddalena se alía con el amor puro de Gilda en la búsqueda de la salvación del duque.

Es solamente el amor puro el que da su vida por él y, la pobre Gilda se sacrifica siendo asesinada en lugar del duque, por orden de su padre, Rigoletto, que busca el honor de su adorada hija a través de la venganza. Con la frase de Rigoletto “Ella es la víctima inocente de mi venganza”, todos nos estremecemos.

La recreación que es consecuencia de las desgracias que acontecen a los demás, y la naturaleza humana girando alrededor del interés económico, unido a la rabia, lujuria, engaños, asesinatos y otras maldades, permite que la aristocracia salga de nuevo victoriosa.

Basado en la novela de carácter proletario “Le Roi s’amuse” o “De cómo el rey se divierte” de Víctor Hugo, Verdi quiso incluir en sus personajes la naturaleza de las pasiones humanas, dotándoles de una dimensión psicológica y emocional. Una representación de lo que se considera estilo de drama Shakesperiano. En cuanto a la estructura musical, el propio Verdi expresó su deseo de un todo continuo y enlazado: “mi intención en Rigoletto es una serie de dúos, sin arias y finales, porque es así como yo lo percibo”…

Y exactamente, al final de la ópera, se nos queda un sabor de boca algo amargo y se produce la inquietud al espectador que Verdi buscaba.

Tiene lugar esta vez en Las Vegas en 1960. Se abre el telón y aparecen figuras inmóviles dentro del lascivo Bar Jackpot, repleto de luces de neón. Con el comienzo de la banda interna se inicia el movimiento en la escena. Al estilo de ambiente de cabaret, luces de colores verdes, azules y rojas, lo iluminan todo. Las paredes se mueven en ocasiones. Una estatua dorada de mujer desnuda o sofás con hombres dormidos tras una noche de orgía son más elementos visuales con connotaciones evidentes.

Rigoletto está obsesionado pues acaba de ser maldecido por un padre. El justifica su comportamiento pervertido con la frase “Soy el hombre que se burla, él mata”, refiriéndose al duque. Sin embargo, la maldición del padre le obsesiona durante toda la ópera y esta obsesión será la línea de acción del trama. ¿Cuál será su destino?

Olga Peretyatko actúa magníficamente, se vuelca en la escena comunicativamente, dentro de una preciosa ejecución musical de su personaje, Gilda. Fabuloso tanto escénica como musicalmente George Gagnidze como Rigoletto. Stephen Costello es un tenor joven con una bella voz, excelente línea musical, y muestra una buena actuación escénica, pero se extraña el agudo final del aria “La donna e mobile”. Bravo Stefan Kocán como Sparafucile, con una voz de primera categoría en calidad tímbrica que destaca por su gran volumen vocal. Bravísima la interpretación de Katarina Leoson como Maddalena. Excelente la dirección orquestal de nuestro joven director español Pablo Heras-Casado, que es calurosamente aclamado al final de la ópera junto con todo el reparto, por el público del Metropolitan.