Por Ana María Ruimonte y Díaz de Lewine
www.ruimonte.us
Filadelfia, 07/10/2015. Opera Philadelphia. Academy of Music. Kimmel Center for the Performing Arts. Giuseppe Verdi, music. Francesco Maria Piave, libretto. Corrado Rovaris, director musical. Paul Curran, director de escena. Gary McCann, figurines. Paul Hackenmueller, luminotecnia. Elizabeth Braden, directora de coro. David Zimmerman, caracterización. Becki Smith, directora de escenario. Lisette Oropesa, Violetta Valéry. Alek Shrader, Alfredo Germont. Stephen Powell, Giorgio Germont. Daniel Mobbs, Baron Douphol. Roy Hage, Gastone. Jarrett Ott, Marchese D’Obigny. Katherine Pracht. Flora Bervoix. Andrew Bogard. Doctor Grenville. Rachel Sterrenberg. Annina. Daniel Taylor. Giuseppe. Garrett Obrycki. Messenger. Daniel Schwartz. Flora’s Servant.
Se abre el telón y se nos aparece iluminada nuestra Violetta sentada con un vestido morado y rodeada por personas en posición estática que comienzan a moverse con los cambios musicales de la obertura. Progresivamente se empieza a iluminar, distinguiéndose poco a poco personas y objetos de la habitación: Varias lámparas, una escalera central, rejería dorada y, a juego, las decoraciones de grandes muebles altos en las paredes del gran salón.
Con un nuevo cambio musical, se abre la gran puerta por donde entra la luz del sol, y todo aparece visible. Los invitados van entrando en la estancia. Todo es alegría festiva y elegancia alrededor.
Frases musicales, personas estáticas o en movimiento, e intensidad de luces están coordinadas perfectamente entre sí, para presentar al espectador los objetos, los personajes, la situación y la llegada de los invitados. Se nos contagia la felicidad con la gran actividad de la fiesta en la que se aman Violetta y Alfredo y son felices. En esta ópera, frecuentemente se pasa en breves momentos de la risa y la felicidad al dramatismo opuesto.
Según el director escénico, Paul Curran, “esta producción es creación única siempre a través de la interpretación. Se sitúa en 1950 en París porque en esencia esta historia es un escándalo sexual. Los años 50 y, en América, eran muy conservadores y ahí está el escándalo de Ingrid Bergman con Rossellini, por ejemplo, y el impacto mediático y social. Basta con ver los anuncios del momento para darse cuenta de la distancia entre los derechos adquiridos de la mujer y del hombre. Se observa la gran hipocresía del momento, y la protección de la familia, así como la mala reputación que suponía relacionarse con un prostituta de alta clase, la cual no es aceptada por los hombres. Todas las mujeres de esta interpretación son prostitutas. La escalera gigante y los hermosos paneles de madera labrada representan el lujo excesivo en el estilo de vida de Violetta. A medida que avanza la representación, el espacio va reduciéndose y vaciándose, pues ella vende sus pertenencias para poder sobrevivir con Alfredo”.
Magnífica la dirección musical de Corrado Rovaris con gran precisión y marcando muy bien los contrastes musicales a los que la Orquesta de Filadelfia, solistas y coro siguen a la perfección.
Lisette Oropesa como Violetta luce unas marcadas y bien resueltas agilidades, buen legato y excelente afinación, filados en piano a veces resueltos como un “falsette” de la voz, que aparece ligera. Falta un poco de giro en los agudos en piano de la cavatina “Follie, follie” que quedaban así un poquito “cortos”. Finalmente, lo resuelve muy bien, y es acogida por el público con bravos al final de su aria del primer acto.
Alek Shrader, como Alfredo, tiene una voz preciosa y muy interesante, es muy expresivo y nos muestra un legato excelente. Le escuchamos bien, pero la sensación es de que recoge en su voz, con un control del volumen que se nos aparece ligeramente excesivo. La sensación es de que todo correcto y adecuado pero que se extraña una voz algo más poderosa. Muy a menudo recordé a Alfredo Kraus en el Conservatorio de Madrid en el escenario hace ya muchos años cuando le dio una clase a un tenor de mi clase de canto. Canta esa frase de “Una furtiva lagrima”… y Krauss vino hacia el patio de butacas y caminó hacia el fondo… Regresó, subió de nuevo y le dijo, “ahora: Escúchame a mí”… Entonces, delante de todos nosotros cantó exactamente lo mismo pero su voz era inmensa, le duplicaba en volumen no dos veces, sino muchas más… “Mira, debes mejorar tu técnica de proyección de tu voz utilizando tu máscara, tus resonadores, pensar que no cantas en un sitio pequeño sino en un escenario, frente a una orquesta y tu voz debe llegar al último rincón del teatro. Al final, y solamente cantando en teatros lo podrás aprender”. Se ve que me afectó ver aquello, que fue extraordinario para todos los que estábamos presenciando aquello, pero sinceramente que la pasada noche durante esa Traviata, cada vez que el tenor intervenía, yo no cesaba de recordar aquel momento…”
El coro actúa y canta con gran energía y es muy comunicativo, especialmente en la escena de las gitanas “Noi siamo zingarelle venute da lontano” en que se presentan en un número graciosísimo y muy acertado con sus gafas de sol sesenteras y sus bailes al estilo de los 50 en Norteamérica, en una escena fabulosa y de lo más divertida.
En el segundo acto, el salón a tonos azules y fríos, y con cambios en la perspectiva, y los muebles se han trasladado a la parte de atrás, alejándose de nosotros y nos parecen de esta manera empequeñecidos. Cristales al fondo dejan ver un cielo azul en la distancia. Shrader canta su aria “Dell’universo immemore me credo quasi in ciel” en legato recogido y bellamente, mientras la orquesta le acompaña articulando. Al aparecer Stephen Powell, en el papel del padre, nos sorprende con una gran voz, a la vez dulce, cálida y expresiva. En algunos momentos, en sus agudos en piano hay alguna falta ligera de redondez, pero en general triunfa por su calidad vocal en volumen y estilo.
En el último acto, la cama se encuentra cercana al espectador, tonos grises en la escena, y lágrimas de amigos y sirvientes que contemplan como nuestra Violetta, en camisón blanco con manchas rojas “de sangre” y estupendamente caracterizada, sufre y agoniza. Lisette Oropesa lleva a cabo una bárbara interpretación tanto musical como escénica. Preciosos pianísimos, estupendo y etéreo su “tutto fini”, que interpreta tumbada en la cama. Finalmente, muere en los brazos de Alfredo intentando sobrevivir, con una especial alegría que plasma absolutamente en su frase final “O gioja” para después caer al suelo y fallecer.
El éxito es total y todos en pie aplauden al reparto. La función ha sido un éxito.