LA VIDA ES UNA SORPRESA (II parte)

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En cuanto me senté en el coche después de los saludos y presentaciones, que con John fueron gruñidos y con Ana como un piar de un polluelo perdido, me puse a mensajear con Natalia para que fuera preparando un baño de agua muy caliente para Ana que seguramente lo necesitaba.

Me interrumpió un eructo ensordecedor y asqueroso de John, todos nos quedamos de piedra. La madre susurró algo seguramente poco convincente ya que en pocos segundos llegó otro aún más ruidoso que a mí me revolvió las tripas del asco.

Mis tripas no acabaron de asquearse porque Manuel paró el coche con un frenazo que le sirvió para que le pitaran durante cinco minutos, en la cuneta para sacar bruscamente a John del coche.

“Mira niñato, no sé qué mosca te ha picado ni que problemas tienes, pero en mi coche” enfatizando mi coche con su dedo en el pecho del chico “no se hacen esas guarradas, si lo vuelves a hacer te dejo aquí tirado y no me importa que seas el sobrino del mismísimo rey de España”
James y Ana se quedaron en el coche, Ana lloraba en voz baja, James no sabía que hacer. Yo salí del coche preocupada por Manuel, si al chico se le ocurría atacar a Manuel, sin duda le iba a tumbar.
“Y otra cosa niñato, ten más respeto por tu madre, si has sido tú el culpable de que ande por la vida como un fantasma. Se te tendría que caer la cara de vergüenza.”

John se subió al coche, todos estábamos súper tensos, si hubiera continuado con el comportamiento de cerdo, el viaje habría acabado mal, muy mal.

Calma chicha durante el resto del viaje, en casa ya tenían todos instrucciones, lo primero una tila para Manuel, Antonia se encargaría de prepararla. Natalia se tenía que ocupar de John, James de asimilar la situación y yo del fantasma de Ana, como bien había dicho Manuel.

Dejé a Manuel con la tila, a la cual se apuntó también James, Antonia en la cocina controlando la situación y con su trabajo. Subimos a las habitaciones, Natalia habló con John que parecía más tranquilo con su compañía, y yo me dediqué a Ana.

Tuve que bañar el cuerpo de Ana, el alma andaba por ahí perdida, puse todo la que tenía en la maleta a lavar, pedí prestado un pijama a Natalia y la bajé a comer. Entre James y yo tuvimos que nutrir a ese pajarillo que se dejaba cuidar, mientras tanto Natalia nos pidió permiso para salir con John para enseñarle la ciudad. No me gustó nada la idea, pero me calmé cuando supe que les llevaba Manuel en coche. Miré a Manuel e intenté hablar con él, pero sentenció:
“Dejamos el Faro para lo último, y si se porta mal…”

“¡Jopé Manuel, sí que eres bruto!”

Así que me dediqué en cuerpo y alma a salvar eso… el cuerpo y el alma de Ana”
Lo que me partió el corazón de verdad fue ver a James llorar mientras daba de comer a su hermana. Le dije a Ana que le había quitado los ansiolíticos, para intentar desintoxicar su cuerpo y aprovechar la estancia en Santander para coger fuerzas.

Comió toda la comida y cuando vio que le gustaba hizo una especie de sonrisa y siguió comiendo sola mirando al mar. James me dijo que su hermana era una mujer fuerte y que verla en ese estado era devastador, nunca se hubiera imaginado que estuviera así de mal.

Comió como si no hubiera un mañana y eso nos dio esperanza, también dio las gracias a Antonia que le dio un abrazo de oso con dos besos sonoros diciendo:
“Vas a irte de aquí sana y guapa”

La acompañé a la cama y durmió catorce horas seguidas, después de las primeras ocho horas entrábamos cada dos horas para ver si seguía respirando.

Lo del “niño” fue otra historia, Manuel no le tuvo que dar ningún otro toque. Además, tuvo la idea genial de llevarle el fin de semana a su casa para que le ayudara en el huerto. El Huerto de Manuel, con mayúscula, fue mano de santo.

Manuel le tuvo trabajando de sol a sol. Tanto le explotó que su mujer, Julia, me llamó preocupada diciendo que:
“Va a matar al chico”

Mientras que Manuel decía “Tiene que soltar veneno”

Y no sabemos lo que soltaría el niño, pero lo cierto es que después de dos días volvió como la seda, emocionado por haber ordeñado a una vaca, haber tocado la tierra, haber visto gusanos o haber plantado puerros, pero… lo que más le había llamado la atención es que había estado dos días sin WiFi.

Estaba tan emocionado de la vida, que cuando James anunció que tenía que ir a Londres dos días por trabajo su sobrino le preguntó si podía ir el también, James me miró y yo le dije que sí con la cabeza.

En los dos días que estuvimos “las chicas” y Manuel en casa nos dedicamos a Ana, ya se vestía, se duchaba y comía sola, andaba por las mañanas con Natalia, comía como un lobo y fuimos juntas a la peluquería y al centro para que se comprara ropa.

Cuando nuestros “chicos” volvieron de Londres y fuimos a buscarlos al aeropuerto fue como un déjà vu pero mejor, había dos personas que no tenían que ver con las que habíamos recogido la semana anterior.

John fue delante con Manuel porque quería contarle todo lo que había visto y porque quería tener noticias del huerto. James me miró y me dijo en voz muy baja casi moviendo solo los labios:
“Gracias”

Organizamos una mini fiesta en casa cuando volvimos, y decidimos que teníamos que hacer algo todos juntos, una excursión, un viaje, algo divertido y a la vez de contenido.

La idea la tuvo Manuel que nos animó a hacer unas etapas del Camino de Santiago.
En seguida tuvimos una baja, Antonia dijo que ella no estaba para “Caminos de Santiago” y además tampoco se podía quedar la casa sola. Manuel iría de coche escoba y de vez en cuando volviendo para que Antonia no estuviera del todo sola y para traernos comida. Como si hubieran muerto muchos peregrinos en el siglo XXI por inanición.

Natalia en cambio nos sorprendió con su baja, quería aprovechar para ver a sus padres en el pueblo.

Obviamente no podíamos decir nada, seguro que las minivacaciones le sentarían fenomenal.

Así que me puse manos a la obra para organizar la logística, las reservas de hoteles y sobre todo para ver las etapas que queríamos hacer.

¡Santiago tiembla que ahí vamos!