Estoy en el ascensor, tengo una cita de trabajo muy impor- tante, un proyecto que nos ha llevado meses de trabajo. La agencia de comunicación donde trabajo ha invertido tiempo y personal y hemos llegado exhaustos a la fecha final, pero con un proyecto de comunicación muy creativo y estratégi- co, realista y a la vanguardia. Estamos compitiendo con otras dos agencias, dos multinacionales de la comunicación, para mi gusto demasiado estandarizadas en el método de trabajo y con poca pasión; a nosotros la pasión nos sobra y hemos apostado por ella.
Mi jefe y otro compañero ya han llegado a la sede donde ha- remos la presentación, yo he tenido que ir a retirar la copia en color para nuestro (futuro) cliente y llego, como siempre, con el tiempo justo, justo. Me suena el teléfono cuando se están ce- rrando las puertas del ascensor. Es mi hermana, sabe que la re- unión es muy importante y me está dando ánimos. En el tercer piso, el ascensor se para y entra un hombre.
Hablando al teléfono con mi hermana le digo en tagalo: “Jopé, acaba de entrar en el ascensor un macizo alucinante” “Cállate y concéntrate en el trabajo” me riñe mi hermana que
está siempre con los pies bien anclados en tierra. “¡Ten cuidado no vaya a ser tu cliente!”
“Sí, seguro, mi cliente!” continúo yo “El big boss será un viejo decrépito con la baba en la boca”.
Llego a la sala de reuniones, somos tres contra siete y solo dos mujeres, ¡glup! La secretaria del jefazo se disculpa por su ausencia pero nos informa que estará siguiendo la reunión por videoconferencia desde su despacho y que, en cuanto pueda, vendrá a la reunión.
Mi jefe empieza la presentación. Es muy bueno, consigue involucrar a todos y entiende perfectamente cuando está per- diendo la atención de alguien, intervengo brevemente yo para explicar la parte de comunicación interna, nos hacen algunas preguntas y casi al final del encuentro aparece el big boss…
Y… ¿quién me encuentro delante? іel macizo del ascensor! Bueno, calma, no ha podido entender nada, de hecho casi ni me mira, yo empiezo a notar que mi axila derecha empieza a pro- ducir sudor. El jefazo nos agradece el óptimo trabajo que hemos realizado y nos comunica que en 24 horas tomará una decisión. Se levanta, yo empiezo a respirar de nuevo, después de haber estado siete minutos sin hacerlo pero, cuando está abriendo la puerta de cristal de la sala de reuniones, se da la vuelta me mira y me dice en TA GA LO:
“Me disculpo de nuevo por el retraso, me estaba limpiando la baba de la boca, de todas maneras, muchas gracias por lo de macizo”. Me sonríe o al menos no veo maldad en su mirada y se marcha. Yo me quedo como el iceberg que hundió el Tinatic: dura, fría e inmóvil.
la familia porque, para lo bueno y para lo malo, todo empieza en ella. mi padre.
Mi padre, José Manuel, militar y diplomático de carrera, de padre militar en una España castrense con los días contados, no soportaba la idea del final de la dictadura militar y cuando llegó la posibilidad de poder ir a un país despótico, con la ley marcial recién instaurada, contaba las horas para largarse. José Manuel era un hombre alto y delgadísimo, con finos bigotes, pei- nado siempre hacia atrás, perfectamente vestido y con ese tic de tocarse continuamente las manos e inspirar fuerte por la nariz.
Mi padre se marchó a Filipinas, con gran placer de mi madre, antes de que yo naciera, mi madre alargó su marcha casi tres años. En tres años no se vieron pero, en noviembre de 1975, mi padre volvió para los funerales de Estado y después de las Navidades partimos todos juntos, mi padre no quería que vivié- ramos en “un país de comunistas”
Con tres años llegué, junto con mi familia, a Filipinas. Vivía- mos en Manila, en una zona residencial de grandes casas junto a otros extranjeros, casi todos diplomáticos.
Mi padre se quejó siempre del calor y de la humedad pero yo adoraba el olor de la tierra después del temporal, el sonido de la lluvia y la calma puntual después de la lluvia.
Me acuerdo de que mis padres salían mucho e iban a fiestas, me acuerdo de ellos vestidos de gala, mi madre maravillosa, elegante, infeliz y temerosa de mi padre que mostraba, orgulloso de sí mismo, el potente control que ejercía sobre ella. Mi hermana y yo vivíamos en nuestra jaula de oro, en nuestra escuela americana, con la gente que trabajaba para nosotros, aprendimos con ellos tagalo, los criados vivían con sus fami- lias y siempre que mis padres estaban fuera corríamos a la cocina para escuchar las historias de espíritus que nos con- taba nuestra cocinera Imee.
Éramos felices, no teníamos pro- blemas y así pasamos 5 años. El tagalo ha sido, con el paso de los años, el idioma con el que siempre nos hemos comunicado mi hermana y yo.
Un día de lluvia estábamos con mamá en el salón, ella leía una revista vieja que acababa de llegar de España, yo molestaba a mi hermana que también leía. Sin pensarlo dos veces pregunté a mi madre porque no habíamos tenido otros herma- nos o hermanas, mi madre me dijo “porque la cigüeña no ha pasado”. Dicho esto, le sugerí a mi madre que podríamos que- darnos con algún bebé de las criadas ya que cada vez que les visitaba la cigüeña no volvían a trabajar.
“Las criadas de casa” seguí diciendo “dicen que a ti no te llega la cigüeña porque papá no va a tu habitación, pero que
visita las otras habitaciones. ¿Por qué no le pides a papá que te visite a ti también?” Pregunté.
No hubo lágrimas, discusiones o gritos, solo maletas, órdenes y silencio. En dos días estábamos de vuelta en nuestra casa de Madrid las tres: mi madre, mi hermana y yo.
Obviamente mi madre sabia de las “visitas” de mi padre, pero la situación había ido más allá, ahora que lo sabían también sus hijas, así hubiera perdido el respeto por sí misma.
La vida continúa
Me lanzo como un rayo para ir a hablar con el jefazo y lo abordo casi a las puertas del ya famoso ascensor, la puerta se cierra y me golpea el brazo pero no siento nada, empiezo a ha- blar tartamudeando, esta vez en español e intento excusarme por mi comportamiento, por mis frases sexistas y vulgares, di- ciendo que el trabajo se ha hecho con mucha profesionalidad y le ruego, casi con las lágrimas en los ojos, que no juzgue la presentación de la agencia por mi comportamiento horrendo, le comunico que puedo abandonar el equipo si piensa dar un juicio negativo por mi comportamiento.
Estoy desesperada, sudo por todas partes y me gustaría estar en otro lugar del mundo, lejos de este maldito ascensor cuya puerta no para de golpearme el brazo.
Por fin la puerta se bloquea, ¡menos mal! Seguramente tendré el brazo roto en tres puntos diferentes.
El big boss se ha quedado callado todo el tiempo que ha du- rado mi monólogo pero ahora responde con mucha serenidad:
“Usted no ha hecho nada más que hacerme el día de lo más agradable, opino que vuestro trabajo sea netamente superior al que ha sido presentado por las otras agencias, además pensar que voy a trabajar con gente como usted me hace verlo todo más fácil”
Me gustaría preguntarle como “cojones” ha podido entender el tagalo (obviamente sin cojones) pero me saluda con un “nos vemos pronto” y noto que la puerta del ascensor se cierra dejan- do mi nariz a un centímetro de ella y vuelvo a la sala de reunio- nes donde intento saludar a todos de la mejor manera posible.
Se vuelve a empezar. Mi madre.
Mi madre, Julia, alma libre dentro de armadura, hecha por otros, fuera. También ella con una familia militar en casa, seis hermanos y poca atención. Se casó con dieciocho años y un día dio a luz a mi hermana, nueve meses y un día después de la boda y yo (sietemesina) nací nueve meses y un día después de mi hermana. Mujer delgada con ojos y cabello claro, una piel blanquísima y unos ojos verdes maravillosos
Mi madre tomo posesión con mucha felicidad de su nue- vo status. Empezó a sonreír y a canturrear por las mañanas mientras nos preparaba el desayuno. Tomó las riendas de su vida, una nueva vida que le gustó muchísimo. No tuvo ningu- na ayuda, ni moral ni económica, de mi padre ni de su propia familia que le dijeron:
“Una esposa tiene que permanecer al lado de su marido haga lo que haga”, además, mi madre tenía una vida fácil y cómoda cuernos más o cuernos menos.
A mi madre la asesoró una abogada de Madrid, y le pidió a mi padre que pusiera a nombre de mi hermana y mío, con usu- fructo a ella, el piso de Madrid. Mi padre, después de un tira y afloja infinito, aceptó, un día encontramos champagne en casa y mi madre nos explicó lo que estábamos celebrando.
“El piso es solo nuestro” nos dijo.
Mi madre no tenía dinero, pero su abogada se lo prestó para
dividir el piso, mi madre se las ingenió para hacer dos entradas
El mantra de hoy; CIERRA, CIERRA, CIERRA EL PICO.
independientes y construyó un mini apartamento con dos habi- taciones, un baño y una cocina americana, el apartamento lo alquilaba a estudiantes americanos a los cuales ofrecía la cena a cambio de lecciones de inglés para mi hermana y para mí.
La abogada convenció a mi madre para que estudiase dere- cho y con casi 30 años se licenció en derecho y empezó a tra- bajar como abogada de familia. El escándalo llegó a nuestra familia una vez más, el divorcio acababa de aprobarse en nues- tra recién nacida democracia y mí madre fue considerada una rebelde.
Cuando a mi hermana la mandaron a casa con tres días de expulsión, mi madre decidió cambiarnos de colegio. Mi herma- na se dio de puñetazos con una compañera porque llamo zorra a mi madre, la compañera dijo que: “mi madre se acostaba con todos para ganar dinero destruyendo a las familias”. Mi madre fue a hablar con la Madre superiora para defender a su hija, pero fuimos declaradas personas non gratas. Las monjas en el colegio le dijeron que, a lo mejor, era el caso de cambiar de co- legio y así lo hicimos, con mucha serenidad y con la cabeza muy alta, yo, además, estaba encantada porque en el nuevo colegio no había que llevar uniforme
Mi jefe. Fulvio.
Estoy en la oficina dándome cabezazos en la mesa, mi jefe, Fulvio está que trina, le entiendo perfectamente. He repetido en el coche, de vuelta a la agencia, tres veces lo que había pasado y también la escena de las excusas, la primera escena fue deplorable, me ha dicho Fulvio (yo callada), la segunda escena, no coment.
Conocí a Fulvio cuando trabajaba en una gran compañía de telecomunicaciones, él era el responsable de la comunicación, enseguida tuvimos buen rollo. Fulvio es un italiano que se vino a España por motivos de trabajo, tiene mucho sentido del humor y nuestras batallas dialécticas irónicas y llenas de dobles senti- dos nos han hecho divertir muchísimo, hemos sabido apreciar- nos recíprocamente en nuestro trabajo y además yo con los gays me encuentro siempre muy a gusto.
Fulvio lleva siempre los puños de las camisas desabrochados y a mi está rebelión me gusta. Le tomo el pelo porque se está empezando a quedar calvo y él me dice que soy vieja y que no tengo edad para llevar minifalda. Lleva siempre gafas de ver de colores y cuando estás con él no puede
s estar triste. Nos reímos siempre muchísimo, hoy no…
Durante años nos perdimos de vista. Un día, por casualidad, nos encontramos en un bar (los dos con parejas sin futuro) y nos volvimos a “enamorar” profesionalmente hablando. Me propu- so trabajar con él, pero hoy seguramente se ha arrepentido.
Está encerrado en su despacho pero le vemos todos ya que las puertas y las paredes son de cristal, no podemos escapar. Yo toda- vía no me he quitado ni el abrigo, ni el bolso, estoy desesperada.
En la agencia somos doce personas, ahora estamos todos ca- llados e inmóviles, seguramente me están mirando mientras me doy los cabezazos contra la mesa. La hora de la comida pasa y nadie se mueve, solo la secretaria, Ana, continúa con su trabajo y contesta al teléfono, no se ha enterado muy bien de lo que ha asado pero no pregunta. Pasamos así cuatro horas, ya no me doy cabezazos pero el abrigo y el bolso están como siempre, tengo la cabeza apoyada en la mesa y no consigo moverme.
Oímos que suena el teléfono de Fulvio, más silencio, yo le- vanto la cabeza, se da la vuelta en su silla dándonos la espalda, habla durante 5 interminables minutos, no conseguimos escu- char nada, ni si quiera oír el tono de su voz. Acaba la conversa- ción, yo me doy cuenta de que no estoy respirando. Fulvio sale de su oficina transparente y dice:
“El trabajo es nuestro”
Respiro, sonrió y miro a los demás que están tan aliviados como yo. Fulvio se me acerca, me parece que me va a dar un tor- tazo pero me besa en la boca. Un beso de jefe gay, naturalmente.
“Ok, todos a comer” dice y tiene razón, son casi las cuatro y tenemos telarañas de araña en el estómago.
Durante la comida nos bebemos un total de 10 botellas en- tre blanco y tinto. Estoy medio castaña, agotada y además mis compañeros me han hecho repetir 9 veces las escenas del as- censor. Cada vez que las cuento, con una copa de vino más, me invento algo y escenifico un detalle obsceno.
Fulvio se troncha de la risa.
La secretaria con su voz angelical pregunta muerta de curiosidad, pero… ¿cómo es este big boss? Fulvio, mi compañero Mauro que había venido a la presentación y yo respondemos al unísono:
“Un macizo” Estamos borrachos y reímos todos como idiotas.
Fulvio con mucha alegría me dice que a uno de los dos le to- cará acostarse con él, te le regalo respondo yo. Pero siento una campanilla de alarma sonar en un lejano lugar de mi cerebro.
Mi hermana. Luisa.
Mi hermana se llama Luisa, físicamente somos iguales. Mo- renas, pelo liso y ojos oscuros, yo soy un poco más delgada que ella, las dos altas. Luisa se cuida cuando come, es vegetaria- na, bebe mucha agua y hace combinaciones con los alimentos, para mí todo eso es demasiado complicado.
Nuestra gran diferencia son las arrugas de la cara, ella tiene dos pequeñas y profundas en el labio superior y en medio de las cejas porque cuando piensa antes de contestar a una pregunta arruga los labios y la cejas, es su tic. Mis arrugas se encuen- tran al lado de los ojos porque me río mucho.
Luisa está centrada en hacer, en marcar sus objetivos, en los resultados, en formarse, en el éxito. Es disciplinada, está siempre al día de todo, siempre dispuesta a la acción, hace deporte 3 veces a la semana y está siempre en movimiento. Podría parecer aburrida a las personas que no ven su grandísimo corazón, su generosidad y su disponibilidad las 24 horas del día. Es la hermana y la amiga perfecta, seguramente nuestra situación familiar nos ha unido pero, una persona así de buena, se nace.
Luisa ha estudiado y vivido en Londres, después de acabar en Madrid la universidad, donde estudió “números” algo com- pletamente incomprensible para mí: estadística, matemáticas, formulas… se marchó a Londres a estudiar un MBA. Mi madre y yo estábamos súper orgullosas de ella, obtuvo una beca finan- ciada por una empresa privada, su expediente académico tenía dieces hasta en puntualidad o pasear por los pasillos, iestupen- da Luisa fantástica!
Lloré como una Magdalena (también mi madre, pero más dis- creta) cuando hizo el discurso de fin de carrera. Me llamó cre- tina después del discurso, pero yo soy así, mi ternura despertó el interés de un compañero de curso de Luisa, así que volví a casa con el rímel tan corrido que parecía el careto de Freddi Cruguel, y con un novio que me duro 3 días… creo.
Después del MBA a Luisa le llovieron las ofertas de trabajo en Londres donde se quedó, convencida de que volvería a Espa- ña. Lo tenía clarísimo, estudiar el máster y trabajar un máximo de 5 años para tener experiencia, Inglaterra no era su tierra. Luisa quería volver a España y quería estar con su familia por- que para bien o para mal estábamos muy unidas las tres.
Unas Navidades se presentó con John, un inglés físicamente D.O.C., de un blanco casi transparente, pero con una alegría más nuestra que británica. Se hizo una inmersión total de cultu- ra española y supo enseguida que también él pertenecía, junto con Luisa, a esta tierra. Locamente enamorado de Luisa, que casi le maltrataba, entendió en seguida su corazón y su sensi- bilidad. John es una persona maravillosa y sabe hacer de todo en casa: cambia grifos y enchufes, sabe usar el taladro y monta con facilidad los muebles de Ikea. Estamos todas enamoradas de John. John trabaja para salvar al mundo, en proyectos sos- tenibles y en la defensa de los animales que, como mi hermana, tampoco come. Lo que más me gusta de él es que después de quince años, John mira a mi hermana como si fuera la mujer más fascinante del mundo, la más bella, la más inteligente, está orgulloso de ella. Posee la mirada del amor puro, del amor único, del amor verdadero. Luisa es muy dura y no deja ver sus emociones (dice que soy yo la llorona de la familia) pero también ella le ama, le tiene muchísima estima y le respeta. No tienen niños, no han querido, seguramente un poco por culpa mía…
El cóctel de presentación. el big boss, I parte
Volvemos a la oficina, son las 19 y estoy castaña. Fulvio, de repente, se acuerda de que se le ha olvidado decirnos que al día siguiente, a las 18, habrá un cóctel en el hotel Ritz para pre- sentarnos a todo el equipo que trabajará con nosotros, estarán presentes también las personas que trabajan en América donde tienen la casa madre.
Anuncio que me voy a coger un día de permiso para “tra- bajos de restauración”, mis compañeros me contestan: “tienes razón” y yo respondo “ibastardos!”. En el baño, mientras me miro al espejo, vuelvo a pensar en mi respuesta y digo en voz alta “isinceros!”
El gran jefe se llama Michael Gasset, es mexicano, de ma- dre norteamericana (Nueva York) ha heredado una gran cadena de hoteles que se llama “Polis”, muy arraigada en Norteaméri- ca y en América Latina. En este momento, el señor Gasset ha comprado 5 hoteles de lujo en Europa y está construyendo 2 en Oriente: Abu-Dabi y Dubái.
Nosotros trabajaremos en la comunicación de los hoteles de Europa y Oriente, el señor Gasset fijará su residencia, de mo- mento, en Madrid, aunque viajará continuamente a Oriente para seguir las obras de los nuevos hoteles.
Michael Gasset no es muy alto, con tacones yo soy más alta que él, tiene las manos pequeñas, le estoy mirando mientras, en el cóctel, agarra una copa de vino blanco, yo le soy fiel al tinto, pero con calma. Ahora estamos hablando en grupo con Fulvio y dos americanos, Michael habla en inglés, yo no le escucho porque le estoy observando mientras pienso. Se ha vestido a la manera de sport de los americanos, es decir, se ha quitado la corbata, está moreno y le doy 50 años bien llevados, es guapo y objetivamente está macizo.
Mientras yo viajo por mis pensamientos, algo que hago con bastante frecuencia, noto que Fulvio me está hablando:
“Verdad que podrías ir, ¿verdad?
Yo, obviamente, digo que sí y sonrío, y es entonces cuando
oigo al señor Gasset diciendo:
“Habla con mi secretaria que te dará todos los detalles de las reuniones y los billetes de avión”
Mi sonrisa se congela. Espero que el grupo se disuelva y
le pregunto a Fulvio que ha pasado, Fulvio resopla pero está contento.
“Venga, venga, que la semana que viene vas a Nueva York a explicar tu proyecto de comunicación interna, Michael quiere presentarlo a la gente de recurso humanos y a la agencia de comunicación que trabaja con ellos, ¿no estás contenta?” Me pregunta.
Seguramente Fulvio se ha olvidado del miedo atroz que tengo a volar.
Yo misma, I parte
He amado siempre, mucho o poco, pero siempre a sabiendas de cuando era mucho y de cuando era poco, soy una mujer de extremos pero no porque los busco sino porque siempre me encuentran.
A la tierna edad de 42 años he tenido 2 maridos y tengo 3 hijos.
A mi primer marido, Pablo, mucho mayor que yo, le conocí cuando yo tenía 25 años, nos escapamos a Las Vegas y nos ca- samos delante de un tío vestido de Elvis. Pablo vivía en París, estaba divorciado de una francesa y tenía 3 hijos. Me quedé embarazada dos meses después de casarnos. Cuando se lo dije, la verdad que con un poco de miedo porque no me lo esperaba, me comunicó que su ex le había pedido una segunda oportuni- dad (obviamente por los niños) y que él había aceptado.
De la locura de amor de Las Vegas no había hablado con nadie, estaba esperando que nos instaláramos en París.
Pablo me había pedido que yo me fuera a vivir con él a París y yo, naturalmente, había aceptado. Tenía la intención de decir todo junto cuando ya hubiéramos encontrado casa y mi mudanza hubiera sido inminente…
Mi hermana venía el fin de semana a Madrid y yo, desde hacía 10 días, vomitaba el alma por doquier, estaba fatal.
El viernes por la noche, mientras cenábamos, solté todo, hablé de Pablo, de la boda y del embarazo. Todo en 5 minutos bueno, menos: 4:30. Cuatro minutos y medio para contar lo que tenía que ha- ber sido toda mi vida.
Mi madre me preguntó en seguida cómo estaba y yo, levan- tando la cabeza, dije:
”Ni siquiera lo sé”.
Mi hermana, que es muy de acción, me hacía mil preguntas:
si pensaba pedir el divorcio, la pensión para el niño, si iba a llamarle para aclarar mejor la situación, si había ido al ginecólogo… recuerdo que mi madre me cogió la mano y miró a Luisa para que se quedara callada.
Esa misma noche soñé con dos niñas que corrían en el par- que, yo las seguía también corriendo, preguntando: “pero ¿os gustan? ¿os gustan los nombres de Penélope y Casiopea? Son dos nombres griegos, como el mío, ¿os gustan?”
Así que con 26 años estaba divorciada (gracias mamá por tu trabajo) y con dos gemelas, viviendo en casa de mi madre. Los primeros tres meses fueron devastadores, daba vueltas por la casa con un flotador, para poder sentarme y con las tetas al aire dando el pecho a un bebé. Mi madre y mi hermana, que volvía de Londres todos los fines de semana, me salvaron, yo era el zombi del video de Michael Jackson.
Después de 4 meses, con la fecha de la vuelta al trabajo en tan solo dos semanas, y a sabiendas de que la vida iba a seguir adelante, suceda lo que suceda, sin ninguna piedad, retomé las riendas de mi vida.
Fue el espejo del ascensor el que me lo dijo. Yo estaba allí, bajando con la sillita de las gemelas para el paseíto del día cuando me reflejé en el, despeinada con una pinza de “Mari” en el pelo, ojeras y vestida con el chándal, ¡la reina del gla- mour! Las niñas dormían, eran maravillosas, no las había visto jamás así, eran bebés buenos, no daban problemas, eran her- mosas, eran mías. Empecé a llorar como nunca y a subir y a bajar con el ascensor desde el bajo al séptimo unas 10 veces, y volví a casa para prepararme a la vida.
Volví a trabajar. Le pedí a mi madre que me dejara vivir en el apartamento pagando un alquiler, obviamente me dijo sí y no. Sí, al apartamento, no, a pagar, en realidad me lo imaginaba, contraté una canguro (filipina) que cuidaba a las niñas cuando estaba trabajando. Me fui a la peluquería y me corté el pelo casi al cero, estaba diferente, parecía más adulta y se me veían muchísimo mis grandes ojos oscuros.
Como ya no les daba el pecho a las niñas, un viernes por la noche quedé con mis amigas, que no me habían abandonado nunca y que estaban encantadas con mi nuevo look y con mis ganas de divertirme. Organizaron en seguida la marcha. Me vestí, desde hacía meses mi uniforme era el pijama y el chándal, me puse también los taconazos, los cuales fueron el verdadero pistoletazo de salida al mundo de las relaciones humanas. Volví a casa contenta, feliz, a 4 patas (creo que me bebí hasta los charcos) y sin zapatos…
Las niñas crecían bien y yo vivía serena y tranquila, continué viviendo con serenidad y fantasía, las niñas me ayudaban a quedarme en la tierra porque se ponían malas, tenía muchas responsabilidades y decisiones que tomar sola pero parecía que no había aprendido nada, así que vuelvo a equivocarme, a levantarme después de cada caída, a apasionarme con todo y a sorprenderme con cada experiencia de la vida; amo enamorar- me de las cosas y de las personas.
A Roberto, mi segundo marido le había conocido en la univer- sidad, fuimos siempre buenos amigos, manteníamos el contacto pero en mi época oscura y por mi culpa le había alejado.
Nos volvimos a ver en una reunión de la facultad 5 años después de la licenciatura y desde ese momento fuimos insepara- bles. Teníamos una buena base de amistad, lo cual hizo que todo fuera más simple. Roberto era una persona fácil, le pare- cía bien todo, era muy útil y estaba siempre dispuesto a la ac- ción: ¿qué te apetece hacer hoy? ¿te preparo una sorpresa para cenar? o ¿vamos a saludar a tu madre?… siempre así. Además, quería con locura a las gemelas y decía continuamente que se le parecían. Nos pasábamos la vida riendo…
La boda fue perfecta, pocos amigos, el sol apareció un día de febrero, éramos jóvenes y aprovechábamos cada minuto jun- tos amábamos simultáneamente todo lo que nos brindaba el presente.
Seis meses después de la boda me desperté una noche sudada, acababa de soñar un diluvio tremendo y después una calma os- cura. Roberto no me tranquilizó mucho cuando por la mañana cogió la moto, le dije:
“No vayas en moto que seguramente llueve” Pero me contestó:
“Cariño, estamos en julio, hace un sol maravilloso, hoy te preparo una barbacoa en la terraza de tu madre”
Roberto no volvió a casa, hubo lluvia, hubo caída, hubo mala suerte, el destino, la muerte…
El big boss, II parte: I love NY
Estamos en la sala VIP del aeropuerto de Barajas, yo he lle- gado 3 millones de horas antes declinando las invitaciones de la secretaria de Michael para coger el mismo transfer desde su oficina. Para mi, coger un avión es un ritual y tengo que respetar todas y cada una de las fases.
Estoy muy nerviosa, me sudan las manos y controlo el reloj cada 30 segundos para saber cuándo tengo que empezar con la operación dopaje. Llega Michael, me saluda y yo parto de cero a 100 kilómetros con el monólogo que había preparado casi sin dejarle ni que se siente.
“Escucha” comienzo “tengo un problema, tengo miedo a vo- lar, dentro de 17 minutos me tomaré unas gotas que, por des- gracia, no me duermen pero por lo menos me quitan el alien que tengo pegado en el estómago. El despegue es la fase más crítica, seguramente te haré preguntas absurdas como: ¿crees que estamos tomando la altura suficiente?, ¿han metido las rue- das? y otras chorradas… no te preocupes, con un poco de suerte (mucha) me pasa todo más o menos cuando se apagan las luces del cinturón de seguridad que yo no me desato nunca”
Michael me coge la mano y me dice:
“No te preocupes, no va a pasar nada, estate tranquila”
Y se va a la barra del bar de la sala VIP a pedir un café.
Yo me quedo sentada, acordándome del mantra de cerrar el
pico, pensando si ponerme el doble de gotas y preguntándome si el tal Michael es la reencarnación del mismísimo Nostradamus y por eso es por lo que está tan seguro de que no va a pasar nada.
Estamos sentados en el avión, yo comienzo con la respiración abdominal, aire dentro, barriga, fuera aire, fuera, barriga dentro, no me ayuda para nada pero, por lo menos, me distraigo, estoy con los ojos cerrados y cuando los abro veo que estamos entre las nubes. Las gotas empiezan a hacer su efecto y estoy mejor. Michael lee el periódico plácidamente y yo envidio su sereni- dad, le molesto con la pregunta que me ha estado sobrevolando el cerebro todos estos días.
“¿Cómo es que hablas tagalo?”
Cierra el periódico, parece como si me estuviera esperando, pero como si no hubiera querido disturbar mis fases de la ges- tión del miedo, respetando mi angustia pero preparado para mi petición de ayuda.
Y es entonces cuando me habla de su canguro filipina, de las horas pasadas con ella junto con su hermana (4 años mayor que él) porque sus padres viajaban mucho. Me habla de cómo se conocieron sus padres en México: su madre iba a Cancún a la inauguración de uno de los hoteles de su padre, su madre se acababa de prometer y volvió a Nueva York sólo para dejar a su prometido y para devolver los regalos de bodas. Habla con mu- cha tranquilidad, me estoy relajando, será por él o porque me he pasado con las gotas, de todas maneras descubro que tiene una voz fascinante y escucho los cascabeles de los renos de Papá Noel sonar en mi cabeza ¿o es en mi corazón?
Me cuenta con mucha naturalidad que tiene una hija de 13 años, fruto de su primer matrimonio, su mujer murió de cáncer poco después del nacimiento de su hija. Descubro que existe una segunda mujer pero está divorciado, se quedó embarazada pero el hijo no era suyo.
“¿Cómo descubriste que no era tuyo?” Pregunto yo con curiosidad
Después de morir su primera mujer se hizo la vasectomía (eso pasa cuando preguntas lo que no debes) el problema es que la segunda mujer no lo sabía (glup) y preparó una cena sorpresa/ romántica/espectacular para dar la noticia.
Cuando su mujer le hizo abrir un paquete con su marco y su fotografía con la primera ecografía, él simplemente le dijo que no podía ser suyo sin dar ningún tipo de explicación.
La mujer le denunció pero, cuando se pidió la prueba del ADN, reculó de lo lindo sin un solo dólar.
“Madre mía” se me escapa “parece un capítulo del Falcon Crest o Dinasty”. Mi vida parece de lo más corriente.
Yo misma, II parte
Durante el verano del año en el que cumpliría 35 años, una compañera de trabajo y amiga, Concha, me propuso que la acompañara a la India donde su hermana pequeña, sordomuda de nacimiento, trabajaba en una ONG.
Con la muerte de Roberto algo en la manera de relacionarme o de comportarme frente a la vida había cambiado. Yo no que- ría, yo no me quería rendir pero un trozo de muerte vivía dentro de mí y lo sabía.
Una de las gemelas un día me dibujó un corazón coloreado todo de rojo menos el piquito de la parte inferior que lo coloreó de azul oscuro, “es tu corazón mamá” me dijo “abajo, abajo, se ha quedado dormido”. Había descrito perfectamente mi es- tado de ánimo.
Hablando con mi madre durante la cena le conté la propuesta de Concha, me dijo que no debería perder una oportunidad así, me dijo también que desde hacía mucho tiempo me comporta- ba como una persona normal. Hubiera querido contestar algo pero mi madre había clavado el dardo en el centro.
El plan era llegar a Nueva Delhi en avión y luego coger un vuelo interno a Hyderabad, este vuelo interno me hacía tener pesadillas por las noches. La ONG donde trabajaba la herma- na de Concha estaba en la región de Andhra Pradesh en el sureste del país, teníamos que visitar las 3 ciudades donde la ONG estaba presente. La verdad es que me fui bastante poco preparada, algo muy típico en mí y fue este el motivo por el cual el amor a primera vista por este país, por su gente, por su cultura y por sus ganas de vivir fue todavía más inesperado.
Volví de India sin maletas y con mi hijo Laín que, aunque te- nía 8 años parecía menor por lo desnutrido que estaba.
Laín, huérfano con el labio leporino, estaba esperando una donación o un médico voluntario de visita para operarlo. Su madre se había muerto dando a luz en un parto complicado en casa y él se había salvado por los pelos, un milagro, el padre, viéndole deformado, lo había abandonado.
Parecía que Laín hubiera pertenecido siempre a mi fami- lia, mi madre se ocupó de toda la parte burocrática, primero, para la acogida y, después, para la adopción. Luisa encontró el mejor cirujano para operarle y pagó todos los gastos junto con su marido.
Con Laín llego el fútbol a nuestra casa, John estaba como loco, encontró a alguien que lo escuchaba con interés hablar de fútbol, nos convertimos todos al Barça y al Manchester Uni- ted. Laín, uniformado siempre delante de la televisión en todas los partidos de Champions. Ahora tengo una cultura futbolera fantástica y puedo comentar tranquilamente las ligas europeas; pero lo mejor de todo fue descubrir a mi verdadero amor plató- nico: Pep Guardiola. ¿Dónde había estado escondido este pe- dazo de tío? Hace unos años, en una final Manchester United/Barça tuvimos que decidir a quién animar, ya que los dos equi- pos de nuestro corazón se enfrentaban, yo Guardiolista always and forever. Viéndole al día siguiente en la televisión con cami- sa blanca y vaqueros en medio del campo decidí amarle solo y exclusivamente.
la declaración, la parte final.
Nueva York fue una experiencia fabulosa, llegamos sanos y salvos, aterrizaje perfecto, días llenos de reuniones hablando en inglés, así que todo más agotador. El proyecto que presen- té de comunicación interna, basado en la individualidad de los empleados y no en la estandarización de criterios que se usaba en América, gustó mucho porque abría paso a poder mejorar la productividad con costes mucho más bajos, el viaje fue un rotundo éxito.
El proyecto me lo había inventado yo, así que me sentía bas- tante tranquila a la hora de exponerlo y cuando contestaba a las preguntas que me hacían. Los americanos son directos y con- cretos, de esta manera me facilitaban el trabajo.
El viernes a la hora de la comida habíamos acabado todas las re- uniones, así que no entendí porque me habían reservado un billete de vuelta para el domingo por la noche. No había visto a Michael en todo el día, por lo que me dirigí a su despacho para despedirme, no sabiendo si quedarme dos días en Nueva York a hacer un poco de turismo o cambiar el billete para volverme antes a Madrid.
Me asomé a su despacho y durante un rato hablamos de traba- jo, me sorprendí cuando, casi interrumpiendo lo que estábamos diciendo, me preguntó que iba a hacer el fin de semana, le con- testé que seguramente iba a cambiar el billete para volver antes a Madrid.
“No lo hagas” me dijo “Me gustaría presentarte a mi hija” Vaaaaaaaale, contesté sin saber bien lo que significaba.
“Te recojo dentro de 2 horas en el hotel, tenemos que coger un avión, pero no te preocupes que está todo bajo control”.
“Ahhh… Nostradamus ataca de nuevo”
Pero si yo tengo que coger un avión necesito todo tipo de deta- lles así que empecé a hacer preguntas como una ametralladora: es un vuelo regular, cuántas horas vamos a volar, desde qué aeropuerto, a qué hora es el vuelo, sentía que mi angustia crecía con el pasar de los segundos, Michael se levantó y me dijo: “re- lájate, no te tomes ni siquiera las gotas, será perfecto”
Así que dos minutos después estaba haciendo la maleta depri- sa, llorando y con un ataque de pánico, respira, respira, respira. Llegó el coche de Michael con él dentro, yo parecía a un corde- ro a punto de ser degollado en el matadero, él, que sonreía, me tomó la mano y yo no dije nada.
“Punta Cana” comenzó a hablar “mi hija vive allí, el vuelo será de 3 horas, iremos con un avión privado. El piloto y el copi- loto tienen 17.000 y 13.000 horas de vuelo, respectivamente, y trabajan conmigo desde hace 10 años. El tiempo meteorológico es estable y no encontraremos ninguna perturbación, el aero- puerto de llegada es internacional y de todas maneras puedes hablar con el piloto para que te sientas más tranquila.”
“Gracias” susurré “perdona si tengo que quedar siempre como una idiota cuando subo en un avión, pero es que volar me angustia” “También cuando subes en los ascensores” y aquí no pudimos contener la risa, tenía toda la razón.
El piloto y el copiloto eran dos personas educadísimas y grandes profesionales, les hice, desde luego, mil preguntas, sobre todo respecto a la estabilidad del avión, que me parecía un poco pequeño como para hacer el viaje.
Llegamos a Punta Cana, un auténtico paraíso, el tiempo mara- villoso, yo con medias y botas, empecé a sudar en seguida. En su casa nos dio la bienvenida su hija con collares de flores al estilo hawaiano.
Marta, la hija de Michael, tiene el síndrome de down, es una niña maravillosa, me prestó su ropa, me quedaba pequeña y estaba ridícula con la camiseta de Hello Kity pero, sincera- mente mejor de lo que tengo en mi maleta. Me di un chapuzón en el mar a tres metros de la casa con un traje de baño de Bob esponja. Marta es especial, hemos hablado de todo. Michael solo nos miraba.
La cena fue muy divertida. Marta y yo en competición con- tando chistes de niños y hablando de las series de televisión y de cantantes. Nos reímos mucho, cenamos fuera y vi a Michael relajado, parecíamos casi, casi, una familia, ¡ups! ¡campanas de alarma!
Después de cenar, cuando Marta se marchó a dormir, Michael habló conmigo.
“Te he encontrado y yo sé que eres tú. Tú seguramente tienes tiempos diferentes y sé también que nuestros tiempos podrían no encontrarse nunca… Estoy locamente enamorado de ti, yo lo sé, tú todavía no me amas, lo sé, pero no me importa; sé que te he encontrado y que el amor dentro de ti existe; si me tuviera que morir ahora me sentiría lleno y afortunado. Mi trabajo es amarte, no el tuyo. Tú puedes decidir lo que quieras, pero quiero que sepas que te amo y que te amaré siempre.
Me gustaría compartir mi vida contigo.
La vida es maravillosa porque nos da siempre sorpresas, cambios de dirección, dones, pensé para mi.