Los Premios Oscar: La acostumbrada ramplonería de Hollywood

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Bueno, aparte de la chabacana ceremonia de premiación, en que los maniáticos cinemáticos se vistieron de gala para felicitarse hasta más no poder, en tanto que los laureados se desembarazaban de los discursos más cursis imaginables (llamémoslos «discursis»), los comentaristas hispanos no se ponían de acuerdo sobre cómo pluralizar el nombre de la estatuilla. Por momentos nos endilgaban «Oscars», al estilo inglés, y acto seguido decían «Oscares», a manera presuntamente castellana.

Igual gracia nos hicieron cuando la ceremonia de la premiación discográfica, que dieron en llamar «Grammys». Conforme a ese patrón, según ya comentamos en otra ocasión, en el futuro no se hablará de los Premios Nobel, sino de «Premios Nobeles», los Planeta serán «Planetarios» y los Azorín serán sin duda «Azorines».

El humor estuvo infantil, ridículo y baladí, aspirando (casi) a igualar el nivel intelectual de la industria cinematográfica. El único momento de graciosa picardía lo dieron —espontáneamente, según afirmaron— las únicas representantes de la cultura hispana (bueno, aproximadamente), Jennifer López y Cameron Díaz, que mostraron a dúo sus encantos posteriores para deleite del público.

Apena que Hollywood no use el sistema que algunos asnos (perdón si se sienten aludidos) televisivos llaman de «boletas ausentes», ya que entonces, gracias a esa ausencia, los votos no podrían contarse.

Me limito a repetir lo que se ha dicho ya por presentadores de una cadena de «Poca Visión» al hablar de comicios políticos. Pregunta: ¿cómo se cuenta una boleta ausente? Y si la boleta está ausente, ¿se marca con una pluma imaginaria? Nada, una auténtica misión imposible. Y es que quien está ausente (de su distrito electoral) es el votante, y no la boleta. Conclusión: se trata del voto por correspondencia, y no de brujería electoral, aunque de eso también parece haber gran abundancia en el cine.

Menos mal que esta vez no ganaron solamente filmes caros y descomunales, sino los de menor presupuesto y mayor calidad, como «El Artista» (¡tenía que ser francesa!). Sin embargo, la genial película de Woody Allen, «Medianoche en París», no ganó sino un Oscar secundario (por el mejor guion), siendo una de las obras cinematográficas de más originalidad e ingenio de los últimos tiempos; seguramente pareció menos meritoria por no ser larga y aburrida. (Eso suele encantar a los cineacadémicos.) Pero Meryl Streep siguió su carrera ascendente en el firmamento, demostrando que la popularidad vale mucho más que la novedad de alguna estrella fugaz de luminosidad menos blanquecina.

Hollywood está presente —y pretende estar omnipresente— también en la política, con una orientación exageradamente zurda, que afortunadamente brilló por su ausencia en esta ocasión. (Milagrosamente, no apareció ninguna playera con la imagen de un conocido «héroe» revolucionario.)
La nota de verdadera diversión espectacular la dio la prodigiosa acrobacia del Cirque du Soleil, que estuvo demasiado breve (más tiempo para que se explayaran los multimillonarios magnates).

Observemos, para cerrar, que los comentaristas insistían en que los galardonados se «llevaban el premio a casa» —está de moda copiar el take home— como si no se lo pudieran simplemente «llevar» o «cargar con él» a donde mejor les pareciera.

En fin, que para los que vimos la ceremonia por el tubo bobo, la cinemaniática orgía hubiera quedado más apetecible si se hubiera reducido a la décima parte del tiempo, desahogándonos de la marea de la falsa humildad y las reverencias a cónyuges y familiares, que se deben dar íntimamente y no ante un público mundial a quien poco debieran interesarle los detalles personales de cada vida artística.

Hollywood: tus precios suben en proporción inversa a tu calidad productiva… ¡cuando debía ser al revés!