Una Navidad con un bebé recién nacido, más un niño peque- ño, en casa de tus simpáticos suegros, en la casa más estrecha del mundo, con las escaleras más altas y más empinadas del universo, no es lo que se dice una dulce Navidad.
Una de las faenas más arduas cuando se tienen niños peque- ños es lograr salir de casa. Hay que desayunar, ducharse, vestir- se y hacer lo mismo con los niños; cuando, encima, estás en una casa que no es la tuya, incómoda y con una familia política que no te ayuda, se convierte todo en una aventura de Indiana Jones o de Bond, James Bond.
Primer paso: ¡levantarse! Yo me hago la dormida cuando oigo al bebé llorar pero no duro más de 30 segundos.
Segundo paso: ¡desayunos! Bebé en el brazo izquierdo y el derecho para ayudar al otro niño, mis suegros revolotean sin preguntar si necesito algo, marido a ducharse plácidamente.
Tercer paso: ¡salir de casa, primer capítulo! Marido se ofrece a salir con alguien y, puesto que se ofrece voluntariamente, vis- to en tiempo récord a mi hijo mayor con el bebé amarrado a la cintura modelo Rigoberta Menchú.
Cuarto paso: ¡prepararme yo! A las 10:30 entro con el capazo en el baño, lo apoyo en el bidé pero tengo que saltar por encima para poder abrir la mampara de la ducha. Vale, ni me planteo lavarme el pelo; el baño sin ventana está completamente lleno de vaho y la ducha se me obtura después de 30 segundos, me haré una coleta o moño con pinza: soy una “mari” total. Visto a mi reina como un auténtico bebé pijo.
Quinto paso: ¡salir de casa, segundo capítulo! Lanzo las rue- das a la calle, con el freno puesto, y engancho el capazo con un movimiento a lo tortuga Ninja. Estoy ya sudada y la pinza del pelo se me ha descolocado. Son las 11:30, a las 12:00 tengo que dar el pecho y no puedo ni siquiera tomarme un vino.
En Italia una mujer que da el pecho es solo una vaca lechera, si me vieran tomando un vino o una cerveza sin alcohol esta misma noche ardería en la hoguera de la plaza del pueblo, ¡viva la Navidad!
Tengo media hora para tomarme un cappuccino y comprarme el periódico. La reina se ha dormido, yo me siento en la cafe- tería y por primera vez en el día me siento un poco persona, me gustaría que se acercara alguien y hablar de una peli, de un libro, política internacional, pero… solo se acerca alguien para preguntarme cuanto tiempo tiene el bebé y si le doy el pecho… El tiempo se ha acabado hora de volver a casa, ¿a casa? ¡Ojalá fuera mi casa!
Sexto paso: ¡volver a casa! Entrar con el cochecito del bebé, cochecito con importante capazo porque, no teniendo camas en la cómoda casa de mis suegros y no pudiendo un bebé dormir de pie, teníamos que llevar el capazo. Para entrar en casa ten- go que desmontar el capazo, con bebé incorporado, dejarlo en el primer escalón, sostenerlo con una pierna y bloquear con la cadera la puerta, cerrar con los dientes las ruedas y con la mano izquierda recogerlas en la entrada de 50 centímetros de la casa. Mis axilas, definitivamente, huelen.
Estoy de baja maternal, a dos meses del nacimiento de mi rei- na, es invierno, hace frío, estoy incómoda y triste por no estar en Navidades con mi familia y más triste por estar en un pueblucho del sur de Italia. Una auténtica pesadilla.
Por la tarde mi familia política decide que hay que salir a ver el pesebre viviente aparcado por todo el pueblo, comento a mi marido que sería feliz en casa con mi novela, estoy enamorada de mi novela, es de misterio, es un misterio la trama porque ¡¡todavía no he conseguido empezarla!! Mi suegra hace como que se va y yo salgo de casa a ver el pesebre: pierdo siempre.
A la izquierda de la casa tenemos el primer paso de esta in- feliz procesión, deben haber declarado esta mierda patrimonio de la humanidad porque en la calle no cabe un alfiler, todos han salido a ver este pesebre viviente. Justo debajo de casa tenemos dos cabras y un pastor que, cuando se larga de coffee break, las cabras se dedican a pasear, a comer lo que pillan y a cagar ¡per- dón! a defecar por todo el pueblo.
Italia es una civilización muy, pero que muy desarrollada. Al llegar al portal de Belén (donde hay estrellas, sol y luna) nece- sito un gin tonic o un té con pastas si me tengo que adaptar a la situación. Mis dos ositos se portan muy bien, son una maravilla: la reina duerme, al rey le gustan todas estas cosas. El niño Jesús es un bebé, ¡¡¡baby sitter gratis!!! ¡¡¡Qué morro!!! Seguro que la madre es la que ha organizado todo este chiringuito para irse de parranda o a hacer las compras de Navidad, idea genial, el año que viene les traigo vestidos de pastores y les aparco aquí un par de horas.
Se vuelve a casa ¡¡¡aleluya!!! Hay que preparar la cena de Navidad ¡¡¡horror!!! Estoy tan triste que me cepillo una copa de blanco de un trago, mi suegros, horrorizados, lanzan una mirada asesina a mi marido que, cuando intento ponerme la segunda, me quita la copa que sustituye por un vaso de agua. Mi Navidad se acabó. Mi regalo … un anillo con brillantes para apaciguar mi triste vida, lo venderé en cuanto me separe para pagar los dos meses de depósito del pisito de alquiler cuando me largue con los niños. Gracias.
Duermo, mañana será otro día, seguramente mejor…
Cuando tienes niños no existen sábados ni domingos, los ni- ños se despiertan y punto y tampoco saben que ¡¡el día de Na- vidad puedes despertarte a la hora que quieras!! Y volvemos a empezar de nuevo, hoy tenemos sorpresa porque es Navidad, cuando salimos de casa un animal, seguramente de la edad del jurásico ha dejado tal boñiga que nos imposibilita salir de casa, sobre todo a mí, con la sillita de la reina que nunca se peina. My husband con un salto atlético ¡alejop! evita la mierda, con perdón, mi hijo, ayudado por el padre alejop se resbala y se cae dentro de la inmensa CA – GA – DA ante los atónitos ojos de todos nosotros, más los viandantes. El padre de la criatura sostiene que no puede llegar tarde a misa, mi hijo llorando, más que nada de vergüenza, no sabe que hacer… una vez más su- perwoman al ataque.
Aparco como puedo a la reina en el salón, subiendo de 4 en 4 los escalones, me quito el abrigo, mi axila trabaja de lo lindo, recojo mi hijo del suelo y lo meto tal cual en la ducha del baño de los “barriguitas” después de la ducha del niño, el mini baño sin ventana parece más una pocilga que un baño y el olor … vamos que, seguramente, Coco Chanel no se inspiró en esto ni para hacer el número 5… ni el número 4.
La lavadora de mi suegra es como el servidor informático de mi oficina: no se puede tocar, así que lavo todo, todo, a mano. Mi hijo en bolas con la toalla en el salón y yo recogiendo el baño. Una vez la situación está bajo control, llegan todos, la hipocresía vence, no preguntan nada, son felices porque la si- tuación se ha resuelto. Y sobre todo porque yo he limpiado toda la mierda. Bueno si, mi suegra llama al servicio de urgencias del ciudadano para pedir que venga alguien a retirar, retirar, retirar … no le viene la palabra a la pobre suegra, que es muy fina, entonces, yo que estoy que muerdo digo MIERDA, corazón, a retirar la MIERDA.
Mi first gentelman por supuesto se enfada conmigo, soy muy vulgar y, además, como es Navidad, la cosa es aún más grave. Mi reino por un vermut y unas aceitunas rellenas…
Acaban los días en el infierno de Dante y por fin nos vamos al paraíso en la tierra: Santander.
Llegar a Santander fue maravilloso, fue una sorpresa para mis padres porque no nos esperaban. Aterrizamos el 27 de diciembre, eran las primeras Navidades de ni niña Costanza, mi padre había estado fastidiado con las piernas, así que fue una inyec- ción de vida para todos, una paliza para mi madre que vio la casa invadida, pero yo lo agradecí, bastante necesitaba familia y hogar.
Me quedé unos días más en Santander con mi cachorrita y nos dábamos unos paseos muy románticos y solitarios por el Sardinero todas las mañanas donde yo le contaba lo feliz que era y lo bien que me lo solía pasar en Santander con mis amigas o cuando iba al colegio. Le contaba lo guapa y buena que era y lo mucho que me gustaba estar con ella.
Pasamos unas vacaciones estupendas. Bienvenida Costanza.