Un programa deportivo de Sudamérica, llamado El Aguante, se centra exclusivamente en los hinchas de fútbol de todo el continente. Su objetivo es mostrar la pasión que los aficionados muestran hacia sus respectivos amados colores. Para aquel que lo ve por primera vez le podrá parecer llamativo, interesante, curioso, algo que evidentemente el hincha merecía, como parte activa e importante que es del espectáculo. Verdaderamente, muestra en forma gráfica y sin vueltas quienes son y qué buscan aquellos que concurren a estos espectáculos.
La preocupación que me crea como amante y espectador del fútbol, es que genera aún más rivalidad entre la gente. Es moneda corriente ver a las multitudes insultando y cantando contra la parcialidad rival.
Personajes que en cámara y sin tapujo o vergüenza alguna, hacen ‘apología’ del uso de drogas, alcohol y violencia. Allí la vida humana toma el valor de una jugada fortuita a favor o en contra, un gol mal anulado puede ser el detonante de una batalla campal entre las barras, donde sexo, edad o condición social no entra en consideración a la hora de descargar la ciega violencia sobre el otro, que desafortunadamente se viste con los colores rivales.
Para los habitantes de este mundo, la pasión todo lo justifica. Y como condición para pertenecer al mismo: el uso del cerebro y el sentido común debe ser abolido. Para muchos de ellos, el fútbol se transforma en una religión y un ‘dios’ en sí mismo. Es tan triste ver a seres humanos capacitados por Dios para tener comunión los unos con los otros, hacer de sus vidas un dechado de sin sentidos, hombres que juran poner en el mismo lugar de su corazón al club que a su madre, al goleador de turno que a sus hijos, a la pasión de algo tan terrenal y efímero, como este bello juego, que al mismo y Poderoso Creador de nosotros y de todas las cosas.
Se vive mucho en los fueros del alma, olvidándose del mundo espiritual.
Si las cosas no se ponen en su perfecto orden, el brillo encandilador de una nueva copa o la irresistible necesidad de ganar un nuevo campeonato es puesto por encima del valor de las vidas mismas.
Cuando el orden de valores ha sido afectado o ya no existe, inexorablemente los resultados serán negativos.