Roma I love you

0
514

La ciudad de Roma es famosa porque, si llueve más de dos horas seguidas, se inunda todo, el tráfico se colapsa, los medios de transporte no funcionan y ¡¡¡sucede un caos!!!

La última vez que llovió mucho en Roma llegué con los pan- talones empapados, a pesar de que aparqué el coche a 2 metros del portal de la oficina. No teniendo pantalones de recambio y no queriendo mojar la silla, que es de tela, me bajé los pantalo- nes y me senté en ropa interior con los pantalones a media asta. Estaba sola en la oficina y, conociendo la ciudad, imaginé que estaría por lo menos un par de horas sola en la oficina, era el día de mi santo, así que mi madre me llamó a la oficina y hablando con ella no oí la puerta y me encontré a mi compañero delante de mí y yo ¡¡¡literalmente en bragas!!!

Hoy, por ejemplo, he podido gozar de otra de las numero- sas situaciones de caos en la ciudad, la huelga de transportes públicos, una vez al mes, mínimo, sucede. Yo me muevo casi siempre en coche pero hoy tenia citas de trabajo y decidí utilizar el transporte público. En transporte público me moví ¡si! Pero, ¡¡¡en taxi!!!

Pero, empecemos desde la primera hora de la mañana, como estoy sin blanca, me preparé la comida en un tuper para no gastarme 3 euros en un bocadillo, lo cerré muy bien y lo metí en una bolsa de plástico, con nudo incluido, en mi bolso súper fashion de tela. Acompañé a mi hija al colegio andando, iba yo muy mona con taconazo, ya que tenía que ver a gente. Me colgué la mochila de la niña al cuello, cual vaca lechera. Pe- saba como un muerto y, ya en la puerta del colegio, era más mujer del Neardental que del Erectus. Antes de coger el bus o, mejor, el NO bus, porque había huelga (pero yo todavía no me había enterado) fui a Correos a recoger una certificada que me había llegado.

Las oficinas de correos en Italia son otro capítulo aparte, no hay día que vaya que no intervenga la policía o los carabinieri porque quieren linchar a alguien y hoy, desde luego, no ha sido la excepción. Llegué 20 minutos antes de que abrieran y, como en la frutería de toda la vida, la pregunta de marras:

“¿Quién es el último?”

“Servidora”

“Gracias”

Y, ponte en la fila de pie, abren con 7 minutos de retraso, deseis ventanillas hay solo dos personas trabajando y los números del aparatito no funcionan. Nos ponemos en fila india pero ver- sión el de atrás me viola y yo violo al de delante. Un señor grita:

“¡¡¡Quiero que salga el director!!!”

Y se monta el pollo, durante la discusión, la llamada a la poli- cía and so on, llega mi turno, saludo a mi violador de atrás y voy a la ventanilla. ¡Qué alegría! un paquete desde Madrid de mi mejor amiga: Belén. Lo meto como puedo en mi bolso fa- shion de tela, sin darme cuenta de que, por la fuerza ejercida, he girado el tuper con las lentejas. Desde allí me voy, contenta como Caperucita roja, a la parada del autobús donde un grupo bastante numeroso espera. Nada anormal, en Roma hay siempre colas y se espera perpetuamente. Pasa un bus “fuera de servi- cio”, pasa el segundo y el tercero “fuera de servicio”. No me había tomado todavía el segundo café, pero me desperté cuando oí a la señora de al lado que maldecía Roma y sus huelgas.
¡Ops! ¡Huelga! El “me cago en la leche” parece ser lenguaje universal, porque todos asienten con la cabeza en un coro co- lectivo, mi espíritu de liderazgo es indiscutible. Acto seguido, me voy andando con los tacones, el paquete y las lentejas. Cojo un tranvía que me acerca al banco, voy caminando a mi segunda cita y maldigo la hora en la que se me ocurrió calzarme los tacones.

“Un chandarrrr y unas zapatillas, mi reino por un chandarr- rr y unas zapatillas” Y… bombilla en mi súper bolso de Mary Popins: me acuerdo de que tengo las chancletas del yoga donde tenía programado ir después del trabajo. Mi look era de total geisha: medias marrones y chanclas de color verde flúor (que es como se llama ahora el verde pito) y zapatos en la mano, porque el bolso ya no daba más de sí, como auténtica Yoko Ono y, ante la sorpresa de la gente, me encamino a mi próximo destino.

No tengo energía para preocuparme de lo que piensa la gente porque estoy concentrada en el esfuerzo que tengo que hacer para agarrar la chancla con las garras de los pies, porque se me resbala continuamente y tengo que concentrarme en no hacer “a-chili pu a pu a pu” y perder las chancletas.

A mi tercera cita me voy en taxi y me quedo atascada en una manifestación no autorizada de estudiantes en la zona Universi- taria. Antes de que nos quemen dentro del taxi, pago y me largo con los tacones en las manos y con las chanclas. Me compongo como puedo y llego a mi última cita de la mañana. Me cambio delante de la atónita persona que me estaba esperando que, muy educadamente, me dice:

“Señora, algo le gotea del bolso”

¡¡¡Las lentejas!!!