Ahora es más “moderno” llamar a un mentiroso de los de toda la vida, un “defensor de la posverdad”. Son tonterías de los que quieren pervertir no ya nuestro idioma sino nuestra cultura y de paso nuestra civilización. Nuestra comunidad es la gran apuesta de unos y de otros. Ellos lo saben pero, desafortunadamente los latinos, no. En lugar de sentarnos en las mesas de negociación y exigir que ganen nuestro apoyo, preferimos ir como el “pariente pobre” a ver qué nos quieren dar.
Es hora de darnos cuenta de los extraordinarios aportes de relevancia social, económica y política realizados por los latinos en los Estados Unidos (y en el mundo) y de la fuerza que éso supone para que nuestra comunidad sea tenida en cuenta.
Estamos en un momento histórico privilegiado en el que las comunidades afroamericana, musulmana y judía buscan nuestra amistad y ni siquiera nos damos cuenta. Muy al contrario, nos sentimos agradecidos de que quieran ser nuestros amigos (claro síntoma del complejo de inferioridad que padecemos y que se une al endémico “complejo de los ojos azules” frente a los anglosajones y norte-europeos) y nos creemos fervientemente las “posverdades” que nos cuentan.
Baste observar los movimientos a nivel nacional y local para comprobar que las comunidades que más fortalecimiento necesitan nos buscan. El problema es que lo hacen sin ofrecernos nada a cambio ¿o es que somos unos “entregados”?
Vayamos por un momento a España, enclave de culturas durante siglos. Uno de los pocos lugares en los que, debido a su situación estratégica han confluido y convivido un crisol de comunidades. Allí se conocen bien esas comunidades, en gran medida porque nosotros también somos ellos después de numerosas mezclas intelectuales y sanguíneas. Y en gran medida, esa presencia se palpa igualmente en la América Latina.
Baste como ejemplo decir que, el estado de Israel no fue creado por Naciones Unidas (como una vez más los libros de historia nos cuentan simplonamente) sino por la ayuda de visionarios y diplomáticos latinoamericanos como el brasileño Osvaldo de Sousa Aranha y Jorge Gracias Granados de Guatemala.
En 2018 el Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu y el Presidente Reuven Rivlin visitarán Latinoamérica en un viaje oficial. Esa misma Latinoamérica en la que, junto a las crecientes comunidades católicas, evangélicas y musulmanas, están las comunidades judías –especialmente en el cono Sur–.
Hasta la presidencia de Obama, históricamente Estados Unidos –demócrata y republicano– había apoyado al estado de Israel desde la época de Truman y las alianzas de los presidentes Johnson (demócrata de Texas) y Nixon (republicano de California).
A la cabeza de los pecados capitales está el de creer tener más poder y autoridad que Dios. No suele ser la soberbia o alguna de sus formas (vanagloria, jactancia, fausto, altanería, ambición, hipocresía, presunción, desobediencia y pertinacia) uno de los males más endémicos de nuestra comunidad latina –hay otros que tenemos mucho más arraigados–. Me refiero a la comunidad como grupo, si de individualidades hablamos, andan por ahí “ejemplares” insoportables.
Sin embargo, sí es algo muy arraigado en algunas de esas otras culturas de las que hablamos.
No dejemos que la soberbia de algunos, nos paralice a la hora de reclamar lo que es legítimamente nuestro: el derecho a ser respetados y tomados en cuenta, el derecho a ser parte de un proceso para una nación y un mundo mejor. Pero tampoco dejemos que la soberbia nos haga creernos los mejores, porque también somos la comunidad en la que el consumo de alcohol y sus consecuencias (inseguridad vial, adicción y violencia doméstica) andan demasiado arraigados.
No nos poseamos de soberbia, no creamos en “posverdades” pero tampoco nos acomplejemos como comunidad ante el resto. Seamos lo mejor que nuestra capacidad nos permita: mejores estudiantes, mejores trabajadores, mejores familias. Hagamos la excelencia, la marca de nuestra comunidad. Los graduados 2017, han puesto su granito de arena para que ello así sea. Ahora a continuar, queda un largo camino por delante.