Por Alberto Avendaño
Las imágenes están frescas en la memoria de la mayor democracia del mundo: el Presidente Donald Trump se niega a saludar a la Presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, antes de comenzar el Discurso a la Nación. Pelosi rompe las páginas del discurso (también ante la nación).
[youtube height=”HEIGHT” width=”WIDTH”]se niega a saludar a la Presidenta de la Cámara de Representantes[/youtube]
Antes, el excandidato presidencial y senador, Mitt Romney, había dicho que sus convicciones religiosas y la ley de los hombres no le permitían absolver al Presidente en su juicio político ante el Senado. Después, el Presidente, en su comportamiento habitual, insultaría al senador.
[youtube height=”HEIGHT” width=”WIDTH”]rompe las páginas del discurso[/youtube]
Todo es tan complejo como triste. Y sé que los trolls de Trump y sus seguidores están alerta ante cualquier disidente. Estoy listo. Y sin pretender resolver la complejidad Trump, intentaré en estas líneas superar la tristeza o, al menos, no caer en la depresión. Y responder a alguna pregunta.
[youtube height=”HEIGHT” width=”WIDTH”]no le permitían absolver al Presidente[/youtube]
¿Por qué aguanta Trump? Porque se le ha permitido enturbiar las aguas de la democracia y él nada, como pez en el agua, en aguas contaminadas y tóxicas. Es experto en la verborrea táctica de la distracción (otros expertos de la historia reciente: los Nazis y los ejecutores soviéticos). Además, Trump viene del oscuro mundo de los negocios inmobiliarios en Nueva York y Nueva Jersey y ahí aprendió a manejar a sus aliados y enemigos como un buen Padrino. Resultado: su base de votantes fieles y su apoyo interno en el Partido Republicano se han convertido en una temible Guardia Pretoriana (aquel cuerpo de élite que protegía a los emperadores romanos).
¿Es Trump la postverdad? El ultimo cómputo verificable estima que el Presidente ha mentido 16 mil veces. La repetición de sus mentiras (sobre sus contrincantes políticos, sobre el medioambiente, la economía, la inmigración…) se han convertido en supuestas verdades. Trump es el triunfo del Performer. Para triunfar en la Reality-TV es preciso ser no inteligente, sino astuto. Por eso, cuando lo cazan con las manos en la masa ni pide perdón ni se defiende, ataca al que presenta pruebas y se proyecta como la víctima.
¿Abusa Trump del poder? La respuesta del escéptico sería ¿y quién no? ¿Acaso no es cierto que quienes detentan el poder son entrenados en la mentira? Otra respuesta apunta a que se debe aspirar a la perfección de los valores democráticos, a la transparencia, a la honestidad, aunque no se alcance. Y Trump aspira exactamente a todo lo contrario, lo justifica y muchos le aplauden la gracia. Una verdad: durante una conversación telefónica con el presidente de una potencia extranjera (Ucrania), Trump pidió/sugirió/animó a que ese país extranjero investigara a sus rivales políticos en Estados Unidos (Biden) y en la misma charla (grabada) quedó claro que, si esto no ocurría, podría peligrar la ayuda militar estadounidense que los ucranianos necesitan dada su tensa relación con la Rusia de Putin. Ese comportamiento merita, según la Constitución, un juicio político y la retirada de la presidencia. También justifica el impeachment (aunque la oposición política no lo argumentó) recibir dinero y/o regalos de líderes políticos extranjeros. Trump continúa usando el dinero público para alojar y recibir a mandatarios de otros paises en sus hoteles y sus centros privados. Pero ni eso, ni si paga impuestos, ni su inmoralidad o amoralidad parecen importar. ¿Un signo de los tiempos?
¿Trump la víctima? A pesar de todas las pruebas, en la era de las redes sociales y las mentiras institucionalizadas, Trump consigue proyectarse como víctima de una conspiración. Se puede decir que Trump maneja con la audacia de un corsario (un pirata legal al servicio del GOP y otros intereses privados) la urgencia y necesidades de los medios de comunicación con la maestría que solo un adolescente mental y filosófico sería capaz de ejecutar.
¿Trump el pecador, adalid cristiano? El Fiscal General, William Barr, se ha convertido en el escudo del cruzado Trump y su partido cierra filas. Barr, un católico que lleva años alertando de la guerra cultural en Estados Unidos (aborto, homosexuales, cristianismo en peligro) y ha dicho que aunque Trump no sea una persona “ortodoxa”, es un político que le funciona. En otras palabras, el fin justifica el medio (Trump). Y Mike Pompeo, el Secretario de Estado, quien muestra una biblia abierta en su despacho a quien le visita, reitera que el Presidente es su hombre y que lo que ha hecho responde solo a su falta de experiencia, nada que ver con honestidad, inmoralidad, o comportamiento anticonstitucional.
¿Trump el nuevo César? El líder del equipo legal de Trump, Alan Dershowitz, ha justificado el comportamiento del Presidente diciendo que si ha hecho algo que no está bien, eso no quiere decir que haya que destituirlo. A su vez, Barr siempre dijo que el país necesita un Presidente fuerte que pueda, incluso, puentear al Congreso para cumplir su voluntad. Siempre por el bien del país, claro. Lo que ocurre es que desde la era Nixon (aquel Presidente que cayó por mentir y cometer ilegalidades o crímenes) sabemos que se necesita una clara y equidistante división de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Y al absolver a Trump, el Senado crea un peligroso precedente y una perversa ecuación que anestesia principios como la honestidad y otros valores democráticos. Esta es la nueva tesis Made in USA: si el Presidente considera que lo que hace ayuda al país, puede quebrantar la ley y cometer cualquier crimen. Sabemos que absolver no es exonerar. Sabemos que vencer no es convencer. Pero hoy a uno le da la impresión de que la Oficina Oval se ha convertido en el trono del César. ¿Qué hacer? La respuesta no está en el viento, sino en las urnas.
“Alberto Avendaño ha ganado los principales premios del periodismo hispano de Estados Unidos. Cuenta con 3 Premios Emmy, trabajó para The Washington Post y ha sido Washington Bureau Chief para la NAHP”.