Verdades falsas

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Pensilvania se está convirtiendo en “una colonia de extranjeros quienes… nunca adoptarán nuestra lengua y nuestra cultura, de la misma manera en que no adquirirán nuestra tez”. ¿Quién dijo ésto, el presidente Trump? No. Benjamin Franklin, acerca de los alemanes.

“Los chinos son inadmisibles” (Ley de Exclusión de los chinos de 1882).

“Los inmigrantes están disminuyendo la calidad de nuestra ciudadanía” Senador Cabot en 1905 refiriéndose a los irlandeses.

“Estados Unidos debe seguir siendo estadounidense”, presidente Coolidge al firmar la Ley de Inmigración de 1924 por la que se establecieron cuotas para el número de personas que entrasen según el país de origen (“la guerra” iba esta vez contra los italianos”.

“Todos los americanos… son molestados por el número de ilegales extranjeros que entran en nuestro país… Por éso nuestra administración se ha movido agresivamente para asegurar más nuestras fronteras, contratando un número record de nuevos oficiales fronterizos, para deportar por segunda vez tantos criminales extranjeros como nunca antes, para acabar con la contratación ilegal, para evitar que se los extranjeros ilegales se beneficien de las prestaciones sociales. En el presupuesto que presentaré intentaremos hacer más, acelerar la deportación de extranjeros ilegales que sean arrestados por crímenes, identificar mejor a los ilegales extranjeros en el lugar de trabajo…” (1995 Presidente Bill Clinton, Debate sobre el estado de la Unión).

Lo que está ocurriendo no es novedad. No por mucho repetir algo, es verdad, no por mucho que se diga que en Estados Unidos los emigrantes son bienvenidos es cierto. Nunca lo fue.

Lo que cambia entre unos presidentes y otros es la pose más que el fundamento. Si el presidente anterior se mostraba ante los medios como alguien abierto y dispuesto a promover una reforma migratoria, lo cierto es que cuando pudo hacerlo –primera parte de su mandato–, no lo hizo; y cuando dijo al final de su segundo término que “ahora sí”, entonces, no pudo. El de ahora ha avisado de sus propósitos.

El presidente anterior –igual que el anterior del anterior–sonreía a los inmigrantes, pero cuenta con el mayor número de deportados durante su mandato: tres millones de personas. El actual, el tiempo dirá.

Los inmigrantes, especialmente los indocumentados, tienen miedo. Aunque algunos no el suficiente, porque siguen sin declarar impuestos, no solicitan la tarjeta privilegiada de conducción, no aprenden inglés o no respetan las leyes (o todo al mismo tiempo). La excusa es “no vaya a ser que inmigración les localice”.

¿Verdaderamente creen que no estamos todos localizados? Al menos, cumpliendo todas las normas, la infracción administrativa respecto a la entrada ilegal en el país queda convertida en un grano de arena en la playa, una simple infracción administrativa y no un crimen. Pero aquéllos que insisten en conductas consideradas en este país criminales, tales como conducir ebrios apostando por un DUI seguro, maltrato a sus familias, no tributar o solicitar ayudas sociales aunque para conseguirlas deban mentir, por no mencionar, que los hay, los que han decidido vivir al margen de la ley, no pueden ampararse en el resto para conseguir el perdón.

¿Aman los Estados Unidos a los inmigrantes? No. Estados Unidos no ama a los inmigrantes: sólo permite la entrada de extranjeros en un número que no supere el 1% de su población total. Pero a Estados Unidos le encanta llamar suyos a aquéllos que son excelentes en cualquier actividad. Y esa es la auténtica verdad a la que debe agarrarse el hispano; a ser excelente en todo lo que emprenda ya sea hacer tortillas o leyes. Marcar la diferencia, sabiendo distinguir verdades y mentiras.