Hay momentos clave en la vida en los cuales aparece una persona enigmática, pero encantadora, con una forma de ser intensa, difícil de resistir, capaz de hacer sentir a su enamorado más libre y seguro que nunca. Dicha persona maneja el arte y la alquimia de forma prodigiosa: un afinador de un instrumento oxidado u olvidado que devuelve al aparato su musicalidad perdida; una fuerza catalizadora que potencia las cualidades de su receptor y le agita moléculas inactivas.
Sea como fuere el resultado, breve o largo, bueno o malo, la huella que deja este tipo de gente es, a veces, indeleble. Son líneas eléctricas que generan un rastro de energía en sus conductores. Habrá momentos en los que se apagará o quedará latente, pero esa conectividad siempre permanecerá.
En el caso de Lea (Lily McInerny en su debut cinematográfico), este peculiar suceso tiene lugar en la adolescencia. Con diecisiete años, Lea es una chica que habita en su mundo propio, no tiene una buena relación con su madre ni encaja del todo con sus amigos. Una noche conoce por casualidad a Tom (Jonathan Tucker), un hombre mucho más mayor que ella, con una personalidad carismática que atrae irremediablemente a la joven. A medida que el vínculo entre ambos prospere será más difícil para Lea ser consciente de lo que está sucediendo en realidad.
“Palm Trees and Power Lines” (2022) es un film interesantísimo sobre la iniciación en experiencias, la intimidad y la facilidad para corromper que, además, posee dos grandes virtudes: por un lado, la forma de narrar la relación entre Lea y Tom aúna los dos puntos de vista de la pareja. El espectador percibe la historia de amor fascinante que Lea vive desde su perspectiva y, al mismo tiempo, comprende el peligro de esa unión abusiva y peligrosa. Poco a poco, de forma muy íntima y natural, presenciamos una serie de encuentros realmente bonitos entre ambos, pero adornados con un trazo raro casi imperceptible, con alguna conducta sinuosa disfrazada que no encaja, hasta que Lea hace de Tom toda su vida y el asunto toma un rumbo aterrador. Para Lea que se halla incómoda con la gente de su edad, encontrar a Tom supone salir de su refugio, sentirse, por fin, comprendida por alguien, tener libertad para mostrarse tal como es, sin miedo a ser juzgada. Supone, en definitiva, entrar en contacto con alguien adulto con quien le resulta más fácil conectar que con un adolescente. Tom, por su parte, con su portentosa capacidad para cautivar e incluso subyugar, sabe cómo llegar hasta la joven y hacerse indispensable para ella. Ofrece la resolución y seguridad que la chica necesita, al tiempo que la va aislando de todo lo demás. El guión hace de la malicia una historia de amor. La espontaneidad y la astucia se presentan fusionadas de forma que parezca difícil delimitarlas, al menos hasta que la estrategia del protagonista germina.
Por otro lado, su otra virtud, el arriesgado final de la película, que obviamente no desvelaré.
El recorrido del film de Jamie Dack se ha enfrentado a varios obstáculos hasta lograr estrenarse. Para empezar, encontró problemas de financiación y luego de distribución, pues las productoras tenían miedo de mostrar un tipo de historia tan difícil, además la firme decisión de la realizadora de dar el papel principal a Lily McInerny, una novata, no daba garantías suficientes para lograr un éxito. Asimismo, nadie se atrevía a interpretar el personaje de Tom, hasta que apareció Jonathan Tucker, un buen actor, poco aprovechado, que ya destacaba en 2001 en otro thriller independiente junto a Tilda Swinton, “The deep end”. Momentum Pictures se ofreció a respaldar la película, de hecho, fue la única que no pidió a la directora eliminar ninguna escena del montaje.
Finalmente, las decisiones fueron acertadas. Mejor Dirección en Sundance para Jamie Dack, cuatro nominaciones a los Independent Spirit Awards y acierto con la elección de los intérpretes quienes despliegan una gran afinidad entre ambos, McInervy se desenvuelve con soltura y Tucker está muy bien en su papel de seductor dominante y terrorífico.
En definitiva, “Palm Trees and Power Lines” es una película atrevida que se mueve por caminos inesperados; no necesita condenar abierta y constantemente a sus personajes lo que hace todo más temible; es intimista y observadora, de un ritmo sereno capaz de mantenerte interesado y expectante ante lo que puede suceder; todo un estudio etológico, que parece tocado por los descubrimientos de Konrad Lorenz, sobre el comportamiento y la fuerza de la impronta cuando se alcanza un periodo crítico.