Por Eduardo Párraga
Nicole Kidman vuelve a sorprender con un personaje alejado de lo convencional, una característica propia de su filmografía. En su extensa carrera, la actriz no teme involucrarse en historias arriesgadas o en ponerse a las órdenes de directores audaces, con un tipo de cine muy personal y osado. Ha trabajado incluso con el legendario Stanley Kubrick.
Precisamente, “Babygirl” (2024) forma un díptico de temáticas semejantes con la excelente “Eyes Wide Shut” (1999), testamento de Kubrick, que versa sobre el poder de las fantasías sexuales, los celos y el misterio. Ambas películas comparten la importancia de la intimidad, además de las insidiosas tentaciones o incertidumbres que aprovechan cualquier resquicio para colarse y volverse obsesivas. También flota sobre sus fotogramas cierto aire refinado que recuerda a “Unfaihtful” (2002) de Adrian Lyne (Diane Lane sí logró optar al Oscar a Mejor Actriz por su gran trabajo en ese film, lástima que Kidman no lo haya conseguido).
Romy (Nicole Kidman) es una ejecutiva de alto nivel que lleva una vida de éxito laboral férreo y meticuloso. Su rutina, sus deseos y su matrimonio con Jacob (Antonio Banderas) serán contemplados y revisitados de otro modo cuando, inesperadamente, inicie una intensa relación sexual con Samuel (Harris Dickinson), un nuevo becario incorporado a la empresa.
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“Babygirl” es una película elegante que sabe mostrar la seducción de Romy y Jacob de una forma serena a base de conversaciones y encuentros que, poco a poco, van cambiando de matiz. Todo surge a través de frases cortas, diálogos casuales, pruebas, que encierran un interés creciente entre ambos. Los personajes, aparecen en primer o segundo plano, pendientes de buscar una mirada o señal en el otro, ávidos, intrigados. La relación entre ambos no es fácil ni ocurre de pronto, lo cual es un gran acierto. Una conquista que también es la de la directora con su espectador a quien cautiva y corteja con el devenir de este misterioso ‘affaire’. La película ofrece escenas muy atrevidas sin rozar el mal gusto. Ninguno de los personajes es retratado como mero objeto sexual y aunque se presentan momentos abiertamente eróticos no hay desnudos demasiado explícitos. Se trata de expresar algo más profundo o psicológico en los actos íntimos. Esto es mérito de la directora y guionista neerlandesa Halina Reijn, quien se preocupa por manifestar una excitación que huya del tópico y por mostrar una gran variedad de sentimientos en Romy: la confusión, la vulnerabilidad e incluso la humillación, el conflicto entre querer continuar y, al mismo tiempo, ser prudente. Por eso, aunque el espectador es un ‘voyeur’ de los juegos sexuales de los personajes asiste, a su vez, al autodescubrimiento de Romy e incluso de Samuel, a quien Halina también sabe describir asustado. El miedo a liberarse, a confiar, a aceptar deseos ocultos sin sentirse avegonzados, a dejarse llevar están presentes durante la obra en estos dos desconocidos. -“No quiero hacerte daño” -le dice varias veces Romy a Samuel, cuando en el fondo es ella misma quien teme salir herida. Sin embargo, el peligro de que todo se desmorone y terminar pensando solo en Samuel parece actuar de catalizador para la ejecutiva.
Mientras, la partitura escogida por el compositor Cristobal Tapia de Veer se acomoda a la aventura de los dos trabajadores con compases muy sensuales.
Nicole Kidman y Harris Dickinson logran hacer creíbles en pantalla sus arriesgadas escenas, lo que tiene mucho mérito porque las situaciones no se sienten forzadas, al contrario, todo alcanza un alto grado de verismo y autenticidad. Estupendos ambos en un astuto juego donde se intercambian con sutileza el poder en más de una ocasión. Su romance deja huella en el espectador con la sensación de una unión que puede perpetuarse en el tiempo, a pesar de los vaivenes. Y es que la impronta de Samuel va a permanecer en Romy y en la audiencia.
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Las interpretaciones son magníficas. Nicole Kidman ha sido alabada, una vez más, por este papel e incluso ganó la Copa Volpi a Mejor Actriz en el 81º Festival de Venecia. Por un tiempo, se consideró firme candidata a arrasar en la temporada de premios pero, misterios de los galardones, su candidatura se fue desinflando con el transcurso de los meses. También habría sido justo acordarse de nominar a la directora del film Halina Reijn por su estilosa forma narrativa, porque consigue que ninguna acción de los personajes caiga en el ridículo y por su apuesta por unir a una pareja de distintas edades. La diferencia de edad entre los protagonistas es un aspecto elegido deliberadamente por la directora y que la propia Reijn defendió y reivindicó en W Magazine con el fin de normalizarlo.
Harris Dickinson, por su parte, está arrebatador, morboso, muy seguro y firme ante Kidman. Tras trabajar con el controvertido director sueco Ruben Östlund y con Halina Reijn, este prometedor intérprete se encuentra ya inmerso en el futuro biopic de Sam Mendes sobre The Beatles, junto a Barry Keoghan, Paul Mescal y Charlie Rowe. En cuanto a Antonio Banderas, el actor español mantiene el tipo y se defiende muy bien en sus careos con Kidman.
“Babygirl” trata sobre encontrar la libertad y el sosiego al superar los miedos y aceptar, sin juicios, los deseos más escondidos. Para la guionista y cineasta, asumir, con plenitud, ciertas elementos ocultos es una forma de ganar poder y de que la persona se sienta más segura de sí misma. Halina Reijn ha confesado que escribió el guión tratando de plantear el dilema de si es posible amar todas las facetas de la personalidad, incluso las que pueden avergonzar. Nada es obstáculo en el juego de la atracción, ni siquiera la edad. Y todo ese arco evolutivo de Romy es expresado admirablemente por una soberbia Nicole Kidman, libre de temores en sus secuencias más difíciles, que sabe revelarse indecisa, aterrada, vulnerable, avergonzada, autoritaria o sexual en su camino a la emancipación.