(Contiene spoilers)
Oliver Quick (Barry Keoghan) es un estudiante solitario que trata de encajar como puede en la universidad de Oxford. Su atribulada vida cambiará por completo cuando conozca al aristócrata Felix Catton (Jacob Elordi) con quien, poco a poco, entabla una compleja relación que adquirirá matices extraños en el momento en que Felix invita a Oliver a pasar unos días junto a su familia en la mansión Saltburn.
Emerald Fennell dirige su segunda película tras su debut en 2020 con “Promising young woman”, que le valió un premio de la Academia a Mejor Guión Original. Aparte de su talento como directora hay que reconocer el mérito de Fennell por embarcarse en historias arriesgadas porque, gusten más o menos, sus obras son un conjunto de elementos poco convencionales. Como apunte, en su faceta quizá más desconocida de actriz ha interpretado a Camilla Parker Bowles en “The Crown” (2016-2023) junto al excelente Josh O’Connor (el príncipe Carlos más logrado de la serie).
“Saltburn” (2023) adentra al espectador en una especie de cuento gótico clásico. El film, por momentos, es una combinación entre una película de época y una película actual con planos muy bellos donde el mimetismo que se produce es muy sugerente: el primer encuentro con la familia de Felix, las conversaciones entre Oliver y Elspeth en el jardín, las cenas, el cumpleaños… Todo parece querer conjugar lo clásico y lo moderno, incluyendo su preciosa banda sonora a cargo de Anthony Willis, con proféticos acordes de Handel al comienzo de la película para presentar a Oliver. A eso hay que sumar una cuidada fotografía a cargo de Linus Sandgren que capta la luz natural a la perfección.
Visualmente, la cinta es magnética. Emerald Fennell sabe hacer irresistible la maldad, hasta el punto de que es imposible despegar la vista de este festín de perversiones. Asimismo es sucia en algunas secuencias y no en un sentido peyorativo, sino al contrario, porque todo, incluso lo más turbio o escabroso, se vuelve excitante, salvaje y sugerente en “Saltburn”. Además, la estética es deliberadamente anticuada desde los créditos iniciales, para jugar fuera del tiempo con algunos destellos de modernidad.
Por otro lado, Fennell ha explicado que decidió rodar en 4:3 para acentuar la intensidad de las escenas. Según la directora, es un formato idóneo para encuadrar el deseo, la obsesión o el encierro de los personajes, así como la mejor opción para convertir en un voyeur al espectador y causarle cierto malestar por estar tan cerca de ciertos momentos íntimos.
Por desgracia, la desacertada promoción de “Saltburn” solo se ha enfocado en trocear sus partes más sorprendentes en redes sociales. Una vez más, algunas revistas de cine se han empeñado en hacer a traición spoilers de la trama. Dado que es complicado adentrarse en la sinopsis sin desvelarla, invito amablemente al lector a que si no ha visto todavía la película, deje de leer a partir de aquí, disfrute de la experiencia y vuelva después a acompañarme si lo estima conveniente en este nuevo tramo de la crítica.
Y es que resulta difícil hablar de “Saltburn” sin hacer volar el argumento por los aires por dos razones: sus secuencias perturbadoras y la evolución del personaje de Oliver, digna de mención, porque es innegable que el pilar fundamental de la película es Barry Keoghan. La interpretación del actor es absolutamente espléndida, algo habitual en él (aún perduran los ecos de ese “There goes that dream” junto al río en “The banshees of Inisherin”, 2022), además de arriesgada (la escena final).
La transformación de Oliver Quick que compone es admirable: abarca ingenuidad, confusión, obsesión…, hasta llegar a la absoluta maldad. Todo ello sin dejar de ser encantador, porque Oliver resulta siempre extremadamente atractivo para el espectador incluso en los momentos más difíciles del fim. Keoghan desprende sexualidad y morbo en sus gestos, en su modo de hablar, en la intimidad que crea con el resto de actores… Así, escenas famosas como la de la bañera resultan auténticas, naturales y muy excitantes.
Desde que atraviesa el umbral de Saltburn, como si la mansión tuviera la capacidad de liberar los deseos más íntimos, Oliver cambia, desata toda su lujuria. Muy sutilmente irá mostrando su verdadero rostro en la casa (revelador ya, por ejemplo, su modo aparentemente inocente de pedir el desayuno). Keoghan compone con maestría la figura de un vampiro terrorífico que, una vez invitado a entrar en Saltburn, puede abusar de sus víctimas sin contemplaciones. Silencioso, imperceptible y sibilino, Oliver atemoriza y, convertido en dominante, se vuelve opresivamente necesario para casi todos.
Junto a Barry Keoghan destacan la frescura y mordacidad de Rosamund Pike (actriz que no suele decepcionar) dando vida a Elspeth Catton, Alison Oliver como Venetia Catton que termina llevándose escenas muy buenas junto a Keoghan (la potente acusación final) o Jacob Elordi, correcto en su papel de Felix Catton. Lástima que Paul Rhys esté tan desaprovechado; el enigmático mayordomo Duncan habría dado mucho juego.
Mucho se ha discutido también por la cuestión del género y mensaje de la película, difíciles de ubicar. ¿Se trata de una comedia o de un drama? ¿Pretende ser una burla, un ataque, un castigo a la clase alta? Hay una mofa soterrada, sin duda, pues los miembros de la familia Catton son retratados como personas simples, frías, hipócritas, sin carácter. Sin embargo, para quien esto escribe, “Saltburn” es principalmente un drama con toques de suspense y comedia. El propósito de Oliver Quick es adueñarse de la vida de esa mansión. El protagonista o bien corrompe ese entorno por placer, o bien pretende aspirar a ese nivel social. No obstante, cada espectador sacará sus propias conclusiones.
Quizá el problema para encontrar el tono de la cinta se deba a que “Saltburn” solo profundiza en Oliver Quick. Un mayor desarrollo psicológico de los Catton le habría venido muy bien a la historia, así como mostrar la dinámica de una mansión que de algún modo maquiavélico parece atrapar las mentes de sus habitantes. Asimismo, se debería haber potenciado más el rechazo social que siente Oliver, su aislamiento (por ejemplo, es muy intrigante y tenebroso el momento de cantarle el cumpleaños feliz a este en las escaleras, pero nadie recuerda su nombre. Un gran momento demasiado fugaz en pantalla.).
Con todo, estamos ante un muy buen film, de planteamiento interesante y osado, claramente influido por “The talented Mr. Ripley” (1999), sin llegar a esa profundidad íntima.
De momento, Emerald Fennell, Barry Keoghan y Rosamund Pike ya han sido nominados a varios galardones por su labor y una nominación a los premios de la Academia sería merecida, es más, Keoghan, al menos, debería tenerla asegurada. A día de hoy, este ha recibido nominaciones a Mejor Actor en los BAFTA y en los Globos de Oro, entre otros.
Lamentablemente, “Saltburn” ha contado con un estreno reducido en pocos países; al menos ya está disponible en Prime Video para disfrutarla. Tengan cuidado de no extraviarse demasiado en este cuento perverso con su mansión fascinante y temible (ubicada en la realidad en Northamptonshire, Inglaterra). Exploren los distintos aspectos de la obsesión por otra persona mientras deambulan por las estancias y déjense seducir por su diabólico villano que termina profanando todo y a todos. Siempre habrá un Saltburn y alguien que quiera asaltarlo para volver a convertirse en el habitante que contenía.