-“Everybody’s changing and I don’t feel the same”-cantaban Keane en su canción “Everybody’s changing”, allá por 2004, y algo semejante parecen experimentar los habitantes de la isla de Inisherin, seres estancados, sin rumbo definido, sin capacidad de avanzar.
“The Banshees of Inisherin” (2022), escrita y dirigida por Martin McDonagh, cuenta la historia de Pádraic (Colin Farrell), quien contempla, desconcertado, cómo su mejor amigo Colm (Brendan Gleeson) decide, de forma inesperada, dejar de hablarle y poner fin a su amistad. El apoyo de su hermana Siobhán (Kerry Condon), junto con la espontánea alianza de su vecino Dominic (Barry Keoghan), serán determinantes para que Pádraic pueda entender lo que ocurre.
La película, que transita entre el drama y la comedia negra, enmarca la enemistad de estos dos hombres durante el inicio de los años 20, en plena guerra civil irlandesa, la cual se está librando en las costas cercanas a la ficticia isla de Inisherin, lugar donde habitan los personajes de esta historia. De hecho, la idea de Martin McDonagh era establecer un paralelismo, incluso alegoría, entre la contienda de dos personas en su propio entorno y el conflicto armado irlandés tan próximo a ellas.
“The Banshees of Inisherin” es un film que puede dejar una sensación tibia tras su visionado: la trama, a veces, es reiterativa y parece alargar una historia sencilla sin querer desarrollar mucho más sobre ella. Su aparente simplicidad quedaría justificada al estar narrada a modo de leyenda o fábula (incluso tenemos a una anciana con aspecto de bruja capaz de presagiar el destino de los lugareños), empleando pocos elementos y un estilo llano y sobrio. Asimismo, mezclar algunas acciones delirantes o metafóricas de los personajes con un argumento donde prima el naturalismo puede producir resultados dispares.
Sin embargo, la película deja su impronta, así que los sentimientos de Pádraic, Siobhán, Dominic y Colm terminan rondando en el espectador. Los personajes son vulnerables, tiernos, anhelan aspirar a algo más, pero se ven recluidos, solos, al abrigo de unos pocos libros, sus animales como compañeros vitales o un simple bar, sin posibilidad de avanzar, lo que les hace ser dolorosamente conscientes de sus propias limitaciones y les sume en una desesperación que impulsa a cometer actos absurdos. Todo ese conjunto termina calando suavemente y, como una lejana melodía, hace seguir pensando en la melancólica isla de Inisherin.
De momento, la Academia ha recompensado al film con nueve nominaciones a los Oscar. Desde que Colin Farrell ganara la Copa Volpi en el pasado festival de cine de Venecia no ha parado de acaparar premios a Mejor Actor, así que está bien posicionado para conseguir la dorada estatuilla, aunque Austin Butler en “Elvis” (2022) y Brendan Fraser en “The whale” (2022) no se lo van a poner nada fácil. Lo cierto es que Colin Farrell pertenece a ese grupo de buenos actores, un tanto rudos, capaces también de mostrarse vulnerables e indefensos si el papel lo requiere.
Kerry Condon, Brendan Gleeson y Barry Keoghan también están nominados en las categorías de rol secundario. Casualmente, en 2008, Farrell y Gleeson coincidieron en el debut como director de Martin McDonagh, “In Bruges”. También Farrell y Keoghan ya habían trabajado juntos antes en la enigmática “The killing of a sacred deer” (2017), del interesante cineasta Yorgos Lanthimos.
Y hablando de Barry Keoghan, para quien esto escribe, él se adueña de una de las escenas más bonitas e impactantes de la película: la que envuelve a Dominic declarándose a Siobhán. Keoghan está tremendo, incluso a nivel físico, aporta sensibilidad y compone una secuencia preciosa que se queda grabada. -”There goes that dream”-dice Dominic, con tristeza, en ese momento, sabedor de que en Inisherin, como en tantas otras islas ficticias, a veces, por más que se intente, algunas personas no viajarán al exterior y solo pueden vagar errantes e invariables, dueñas de su solitario mundo.