Por Eduardo Párraga
¿Fatigado de la dureza del día a día? ¿Se siente perdido, confuso, herido por la vida? ¿Necesita huir de todo lo que le rodea? Quizá requiera de un buen retiro espiritual y los resorts de lujo “The White Lotus” disponen del enclave natural adecuado para este tipo de situaciones. El prestigioso y renombrado hotel que jamás deja indiferente le invita a alojarse en Tailandia, donde le proporcionará la experiencia adecuada para su dilema existencial. Recibirá, como es habitual, una atención impecable, y podrá potenciar su vida espiritual a través de técnicas ancestrales, terapias individualizadas, parajes frondosos, fauna local, misticismo… con el fin de lograr dejar atrás su mundanal angustia.
“The White Lotus”, una de las grandes y premiadas series de HBO, afronta, con fuerza, su tercera temporada, sin amedrentarse ante la presión de haber ofrecido una ejecución excelente en sus anteriores entregas. La galería de nuevos personajes excéntricos vuelve a ser muy interesante y, sobre todo, a ser bien recibida por el espectador con quien logra acoplarse, sin problemas, por tercera vez. Comenzar cada temporada con diferentes actores siempre conlleva un riesgo que Mike White, creador de la serie, sabe cómo sortear.
Y vaya si había peligro porque, tras ese final apoteósico del capítulo siete “Arrivederci” de la segunda temporada, mantener el mismo grado de destreza habrá sido complicado y estresante. “Do you know these gays?” o “Please, these gays, they’re trying to murder me!” posiblemente sean frases que ya formen parte de la historia de las series de televisión. Los clímax imprevistos y sorprendentes son plato estrella de la casa, pues tampoco podemos olvidar el desenlace de la primera entrega.
Tal exigencia no acaba ahí, pues Mike White ha revelado que ha sido una temporada difícil por ser más larga y contar con más personajes. A esto se suman la huelga de guionistas que se produjo en Hollywood y las trabas de filmación en Tailandia. Unas circunstancias que le provocaron la sensación de que no iba a poder lograrlo.
Pero la maquinaria de esta obra sigue bien engrasada y, a pesar de los obstáculos, White se mantiene victorioso, fiel a su estilo, sin piruetas innecesarias. Vuelve a ejercer de director y guionista y apuesta por otro conjunto de personajes disfuncionales que presentan un tipo de relación peculiar entre ellos (la forma de interactuar de los hermanos Ratliff, por ejemplo). Cada uno de los visitantes se encuentra, o bien marcado por un pasado traumático, o bien es víctima de algún tipo de ansiedad social. Esta última característica, propia de la serie, siempre aparece en alguno de los huéspedes del hotel. Mike White consideró que centrarse en conceptos de la religión budista y en la espiritualidad aportarían un enfoque nuevo. Además algunos de los conceptos religiosos permitían retratar el choque cultural de un turista occidental.
En cualquier caso, el presente siempre resulta amenazante. Ya he comentado en críticas anteriores sobre la antología que, de forma consciente o inconsciente, las personas que pululan por las estancias de “The White Lotus” no son capaces de disfrutar del espectacular enclave que les rodea e incluso de apreciarlo. Y he aquí, de nuevo, unos invitados que siguen esa tónica: adicción a benzodiacepinas para poder estar tranquilos… porque el viaje no es suficiente estímulo, ansias de venganza, confusión personal, inclinaciones sexuales ocultas… Por no mencionar, esa constante pugna entre lo que se aparenta y se esconde, otra constante de la serie.
Además, en esta tercera temporada, se sigue avanzando en un determinado misterio sin resolver de las intrigas anteriores, mediante los personajes de Belinda Lindsey (Natasha Rothwell) y Greg Hunt (Jon Gries) quienes actúan como hilos conductores de todas las entregas.

Como siempre apuntan las obras e ilustraciones de los créditos iniciales, la violencia se vuelve más amenazante a medida que transcurren las vacaciones. A propósito de esos créditos, Cristobal Tapia de Veer despliega su magia, una vez más, con un ‘main title theme’ que, del mismo modo que en la segunda temporada, logra quedarse grabado en la mente. Tras la tremenda “Renaissance” (que incluso contó con un remix para pistas de baile de DJ Tiësto), “Enlightenment” vuelve a embrujar, literalmente, con una música, cada vez con más capas y profundidad, que parece que no va a sugerir nada, hasta que es imposible quitársela de la cabeza. Increíble la habilidad magnética de este compositor.
En cuanto al argumento, Mike White deja constancia de su capacidad de dotar de naturalidad unos protagonistas tan extravagantes. No importa que haya muchas o pocas líneas de diálogo, siempre son certeras e incisivas. Los personajes se sienten bien construidos, no son ridiculizados o castigados en exceso. La sátira es sutil, sin caer en lo vulgar. Aparte, en esta ocasión, inserta varias tramas de suspense casi desde el principio.
Es una serie inteligente, divertida, aguda, sin temor en sus provocaciones. En otras manos, lo que se nos cuenta podría haber sido un absoluto aburrimiento, pero White sabe hacer frescas, chocantes las secuencias. Además, en su labor como director, domina el ritmo narrativo y juega muy bien con los nexos en común o las escenas parelelas. Los personajes desayunan, van de fiesta, realizan alguna actividad… al mismo tiempo, cada uno en su contexto, lo que genera transiciones dinámicas y agradables. Son pequeños grandes detalles que componen la idiosincrasia de la serie.
En el reparto aparecen rostros más o menos conocidos, sin abusar de intérpretes de renombre, lo que parece otra seña de identidad: Jason Isaacs, Carrie Coon, Parker Posey, Aimee Lou Wood, Patrick Schwarzenegger, Sam Nivola, Natasha Rothwell, Walton Goggins, Michelle Monaghan, Leslie Bibb…
Salir indemne de una estancia en “The White Lotus” parece formar parte de la experiencia ofrecida por estos hoteles, así que reserven energías para la siguiente aventura, aún de destino incierto, porque ya está confirmada una cuarta temporada, seguramente igual de impredecible.
