No es la primera vez que valoro el trabajo de Sam Levinson, a quien considero un director realmente interesante tanto por su bellísimo estilo visual como por su captura de largos diálogos, sin obviar su preocupación y esmero a la hora de revelar o quizá, más convenientemente, desnudar intimidades dolorosas y confusas. Si desean saber más sobre su anterior obra, les invito a que lean sobre la maravillosa ‘Malcolm & Marie’ en este link: http://hoyendelaware.com/malcolm-marie-de-sam-levinson-o-el-sugestivo-influjo-de-una-discusion/
A la espera (injustificable) de nuevos proyectos, pues reitero que Levinson merece muchas más oportunidades, de momento, el regalo ofrecido por el cineasta es la subida eufórica y demás efectos placenteros que proporciona la autoadministración semanal de cada capítulo de su exitosa serie de HBO.
Se trata de un retrato durísimo de unos jóvenes inmersos en el mundo de las drogas o en diferentes problemas de identidad, que presenciamos fascinados, por un lado, por una brillante labor de dirección y fotografía que forma un sello estético muy representativo de la serie y que nunca deja de asombrarnos, y por otro, con gran inquietud, incluso incomodidad, porque la historia no duda en describir, sin titubeos, las dolorosas consecuencias de la adicción y todo lo que esta devasta a su paso. Es decir, que estas dos vertientes confluyen a la perfección y el estilo no enmascara el contenido.
Por medio del personaje de Rue (interpretado con gran acierto y valentía por Zendaya), quien la mayoría de las veces actúa de narrador omnisciente, la trama se va conformando de modo que todos los acontecimientos en los que se ven involucrados el resto de personas se conectan unos con otros. El escenario va cambiando y con este el punto de vista de lo que ocurre, sin que la solidez del argumento se resienta en lo más mínimo.
Personajes amorales o al límite, incapaces de encontrar sentido a su vida, irremediablemente al borde del precipicio en el que danzan, retando a la gravedad, o donde se agarran, aún con cierta esperanza de salvarse.
La adicción a las drogas, a través del descenso a los infiernos de Rue, es el hilo conductor y el gran tema principal sobre el que orbita la serie. Levinson nos sitúa en el interior de la cabeza de esta joven, tanto si está bajo los efectos de alguna sustancia como si no, y lo muestra entremezclando fantasía y realidad, variando la perspectiva de lo que se cuenta, saliendo de una narración para contar otra, utilizando el humor o rompiendo (muy puntualmente) la cuarta pared. A pesar de describir temas tan duros, la puesta en escena tiene magia, hipnotismo, cierto halo espiritual y, además, está acompasada por los grandes temas del cantautor Labrinth, con una música tan especial y exclusiva para la serie que ya es otra reconocible seña de identidad de ‘Euphoria’.
No obstante, como ya he mencionado, el impactante efectismo no se sobrepone al realismo de la situación (para muestra ese capítulo cinco de la segunda temporada, por ejemplo, donde el director abandona todo recurso visual para narrar de una forma áspera y desnuda), porque el cometido del creador es mostrar el proceso de dependencia en toda su crudeza. Y es que el propio Sam Levinson confesó recientemente que fue un adicto durante su adolescencia y que pasó hospitalizado o en rehabilitación gran parte de esa etapa. Por tanto, es más que evidente que los detalles en el guión estén cuidados al milímetro y no se quiera pasar por alto nada de lo que define el perfil de una personalidad adicta: la ambivalencia de querer consumir la droga, pero también desear dejarla, las mentiras y manipulaciones a los miembros de la familia, la dependencia física y psicológica, así como la sintomatología de la abstinencia, el círculo vicioso de la pérdida de control seguida del arrepentimiento, la ruptura, de modo violento incluso, de los vínculos sociales, la forma de eludir la asistencia a terapia… Así, progresivamente, el paso de la primera a la segunda temporada es cada vez más oscuro. Por otro lado, la serie tampoco escatima en mostrar escenas de violencia o sexualmente explícitas. Además, es relevante mencionar cómo el guión sabe ser abierto, atrevido y tolerante sin necesidad de forzar ningún elemento que obligue a mostrar corrección política a cada momento.
También merece ser destacada la labor de fotografía, que adopta múltiples facetas, por ejemplo, el uso de luz estilizada capaz de ofrecer realismo, conseguir el look de una instantánea, marcar una imagen más granulada…, o bien se inspira en distintas influencias, proporcionadas por fotógrafos contemporáneos como Nan Goldin, quien ha inspirado con su paleta de colores y la forma en que se acerca a las personas. Incluso hay homenajes a murales mexicanos.
Todo este conjunto hace recordar, asumiendo sus grandes diferencias con ‘Euphoria’, el ‘Requiem for a Dream’ (2000) de Darren Aronofski o la película de Roger Avary, ‘The Rules of Attraction’, (2002). Casualmente, ambas también combinan un argumento que presenta ciertas similitudes con un potente estilo visual.
En palabras de Zendaya (ganadora del Emmy a Mejor Actriz en Serie de Drama en la primera temporada), ‘Euphoria’ es ‘un proceso de empatía, de percibir el mundo con los ojos de otra persona y averiguar lo que siente’. Para Sam Levinson, se trata de ‘la búsqueda de perdón o redención’.
Unas declaraciones que dejan entrever la ansiada posibilidad de esperanza y de superación que siempre persigue el ser humano, quizá necesaria para atravesar el misterio del viaje.