Por Eduardo Párraga
En 2002, Disney sorprendió al público con una película de animación atípica: presupuesto modesto, uso arriesgado de la técnica de acuarela en una apuesta por retornar al 2D tradicional, banda sonora con temas de Elvis Presley y un protagonista diferente, sin duda, de lo más gamberro y entrañable. Cabe destacar que desde “Dumbo” (1941) no se empleaba acuarela, por sus complicaciones si se daba una mala pincelada.
El resultado fue “Lilo & Stitch” (2002), una de las historias más originales que ha creado la compañía, sin importarle correr ciertos riesgos. Porque aunque el argumento gira en torno al concepto de su famoso “Ohana”, término hawaiano para referirse a la relevancia de la familia, incluso aquella que se forma con amigos o desconocidos, la película no temía describir otros asuntos. Entre ellos, el carácter asocial de Lilo, semejante al de Stitch, lo que provoca gags muy interesantes sobre sus excentricidades o su fase depresiva con guiños al “Período Azul” de Picasso, por ejemplo. Si a eso le suma la exposición de un hogar desestructurado con una hermana enfrentada a los servicios sociales, extraterrestres con tendencias gays/drags o que Stitch se describe como un inteligente Godzilla en miniatura, diseñado para destruir civilizaciones, se constata que estamos ante una producción alejada de la línea habitual de Disney. Digamos que si Stitch es el llamado Experimento 626, crear esta película de animación también fue todo un experimento para Disney. Incluso los divertidos trailers promocionales en los que Stitch se cuela en películas míticas de la compañía creando un buen revuelo, son una muestra más de la originalidad que emanaba de esta propuesta. Y lo más interesante es que lo hacía a través de la sencillez de los personajes, sin artificios aparatosos.
Dean DeBlois y Chris Sanders, directores y guionistas de la película, buscaban una historia íntima alejada de las últimas producciones estrenadas por el estudio para centrarse en un mensaje sobre distintos tipos de familias, integración, amistad entre extraños y opuestos, desarrollo de sentimientos o las posibilidades de nuestras elecciones. A partir de un libro de Sanders sin publicar se fueron introduciendo cambios que llevaron la historia hasta Hawái. Y, poco a poco, la obra fue tomando forma: nada de romances, ni escenas épicas ni seguir cánones establecidos. El propio Sanders pondría voz a Stitch, por sugerencia de DeBlois, porque siempre estaba creando los sonidos del personaje cada vez que presentaba las escenas de guión o llamaba por teléfono a otros compañeros.
La película de animación logró una recaudación global de más de 273 millones de dólares y mantuvo muy bien el tipo frente al “Minority Report” (2002) de Spielberg, ambas estrenadas a la vez.
Era cuestión de tiempo que Walt Disney Pictures, enfrascada desde hace unos años en adaptar sus películas míticas a acción real con mayor o menor acierto, desarrollara el correspondiente live action. Y así llega este Lilo & Stitch (2025), con actores de carne y hueso, dispuesto a compensar el fracaso de taquilla que ha supuesto “Snow White” (2025). En solo dos semanas de exhibición ya superaba los 600 millones a nivel mundial, enfrentada de nuevo, casualidades de la vida, a una película de Tom Cruise como en 2002, en este caso, “Mission: Impossible-The Final Reckoning” (2025).

La historia, rodada en Oahu, Hawái, sigue siendo la misma: el experimento 626/Stitch (Chris Sanders) escapa de su planeta para aterrizar en la Tierra donde se topará por azar con Lilo (Maia Kealoha), una niña solitaria que vive con su hermana Nani (Sidney Agudong).
Tia Carrere, Amy Hill y Jason Scott Lee, quienes pusieron voz en la película de animación a Nani, Hasagawa y Kawena, respectivamente, vuelven a aparecer en el live action con personajes diferentes. Carrere, por ejemplo, interpreta ahora a Mrs. Kekoa. Chris Sanders vuelve a prestar su voz a Stitch y Hannah Waddingham lo hace para la líder de la Federación Galáctica.
“Lilo & Stitch” (2025) va camino de ser uno de los mejores live action de Walt Disney Pictures, junto con Cinderella (2015) de Kenneth Branagh o “Beauty and the Beast” (2017). A pesar de una dirección un tanto plana, es una película respetuosa con su original, ágil, divertida, cuyo metraje pasa volando. Los actores están bien escogidos, mientras que Billy Magnussen y Zach Galifianakis se convierten en unos roba escenas con sus interpretaciones de los extraterrestres Pleakley y Jumba. Ambos crean una pareja con química, hacen un trabajo muy cómico y dejan con ganas de verlos más en pantalla. Por cierto, se ha generado una controversia sobre su elección. En el remake, con el fin de camuflarse, dichos extraterrestres se hacen pasar por humanos, mientras que en la película de animación se disfrazaban sin llegar a ser terrícolas. Por tanto, no veremos a Pleakley, enamorado de nuestro planeta, “oculto” bajo pelucas y vestidos, con guiños gays. Puede que esta decisión se deba al hecho de no abusar del CGI en la recreación de personajes y potenciar así el toque real, al tiempo que abarata costes de producción.

Personalmente, considero que el film de animación de 2002 tiene más magia y encanto, es más loco y osado si cabe, inspira ternura, posee mucho humor tipo cartoon y esas canciones de Elvis Presley (obviadas, por completo, en la nueva adaptación) le daban un empaque nostálgico distinto. No obstante, este es un muy buen remake, pues conserva toda la esencia y estructura del original sin afear o modificar. Los valores de “ohana” o amistad siguen bien presentes y los gags están bien insertados. También es un acierto que la adaptación en acción real siga su propio camino (prácticamente idéntico al de su antecesora) y tome sus decisiones, lo que conduce a que cada versión tenga su entidad propia, sin limitarse a copiar todo, para que ambas se complementen.
Encontramos pues algunas diferencias (una de las más sonadas es la ausencia del capitán Gantu), en cambio aquí se potencia la relación entre ambas hermanas, indagando en sus problemas familiares o se le dan más matices al personaje de Nani, por citar algunas.
¿Y qué decir de Stitch? Él sin duda es el alma de la fiesta, no solo un pegote digital hueco. Su aspecto en CGI luce muy realista. El pequeño monstruo se percibe auténtico, logra conmover, transmite emociones y afecto… y levanta más de una carcajada con sus ocurrencias. Su llegada a la Tierra, irrupción en boda incluida, o su momento en el coche junto a las hermanas son muy hilarantes. En definitiva, se gana al público desde los primeros minutos de proyección.
Lo dicho, uno de los mejores live action de Disney Pictures para disfrutarlo entre risas y creer en los valores del “Ohana”.