Cachita y otros “culpables”

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Junto con Mª Jesús, Cachita fue mi muñeca más querida.

Las demás niñas sólo veían en Cachita su color ébano. Pero para mí, ella era el símbolo de la amistad. Cachita me fue entregada por su dueña, otra niña de mi edad, antes de partir a Estados Unidos. Fueron años en que el tránsito en España de familias cubanas era habitual. Llegaban casi sin nada, excepto sus ilusiones. En sus casas, se respiraba la nostalgia de lo que se dejó atrás y la esperanza en el futuro. Mi amiga y el poeta Richard Blanco pertenecen a esas familias que supieron sobreponerse a la adversidad y salir triunfantes en una tierra extraña que ya han hecho suya.

Al igual que mi amiga, yo también regalé pertenencias muy queridas para venir a este país y así gran parte de mi biblioteca, heredada, donada o adquirida, tuvo diferentes destinos. Entre los volúmenes que contenía, los ejemplares de las obras de Mario Vargas Llosa, uno de mis autores favoritos. Ni perder a Cachita supuso olvidar el recuerdo de los amigos que partían, ni perder los “Vargas Llosa” borrar los recuerdos de su autor.

Cuando ni tan siquiera lo imaginaba, algunos de esos ejemplares “perdidos” en Madrid, han vuelto a mí, engrandecidos con la dedicatoria de su autor y su presencia en la Universidad de Delaware, que me permitió evocar con él algunos de los buenos momentos compartidos en una ciudad tan mágica.

Si Blanco es “culpable” de que yo recordara tardes infantiles en Madrid con los hijos del exilio cubano o sobremesas juveniles ante un cafecito cubano en el Versalles; Vargas Llosa lo es, de hacerme asumir riesgos que me hicieron salir de mi “esfera de comodidad” y trasladarme a lugares y circunstancias tan inesperadas como gratificantes.

La tercera de mi lista de “culpables” es la filóloga, profesora y amiga Marisa Zamorano quien presentó recientemente uno de sus libros. Zamorano es responsable de abrirme la puerta a un mundo nuevo, que me permitió descubrir a Duras o Le Clézio, personas que, aunque rodeadas por paisajes diferentes de los de Blanco están unidas a él por el trasfondo de no ser ciudadanos de ningún lugar o serlo de todas partes. También a ella le debo, entre otras muchas cosas, poder acceder a la fuente “Flaubertiana”, subyacente en la obra de Vargas Llosa.

Paradójicamente las diferencias igualan de alguna manera a los “distintos”, pero a la vez les dan una identidad única e irrepetible. Cachita era “diferente” para ojos ajenos por su inusual color, para mí era tan sólo, al igual que la nórdica Mª Jesús, mi otra muñeca especial y favorita.

Los círculos se van cerrando y hay momentos tan memorables que por sí solos justifican la vida. En menos de diez días, he tenido el privilegio de saborear tres de esos instantes que me han transportado a un mundo en el que espionaje, wikileaks e implementaciones infructuosas de leyes de seguro médico quedan relegadas a un segundo plano, ante la presencia y el recuerdo de personas tan diferentes, tan iguales, pero sobre todo tan especiales y favoritas en mi vida.