El “rechazo selectivo”

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Antes de que comenzase el primer fenómeno migratorio hacia lo que se llamó “el Nuevo Continente”, la superficie que hoy constituyen los Estados Unidos estaba poblada por indios nativos.

Una de esas innumerables tribus indias (la de los indios algonquinos), dió su nombre a Manhattan (Manna-hatta “lugar de innumerables alturas”). La isla fue para los futuros inmigrantes la puerta a un “Nuevo Mundo” de libertad, esperanza y fe en un futuro mejor: los Estados Unidos.
Las sucesivas oleadas de inmigrantes han ido viviendo el rechazo de los llegados inmediatamente antes, pero que ya se sentían “consolidados y miembros de pleno derecho” de este país.

Por tanto, la situación de negación hacia “los recién llegados” no es nueva. Lo que sí es una novedad es que en la actualidad ese rechazo sea “selectivo”.
En esa “selección” la peor parte se la ha llevado la comunidad hispana. Para algunos ciudadanos nacidos en este país -no así sus antepasados-, está de moda arremeter contra nuestra comunidad. Consideran que hay que desconfiar de ella, que todos sus integrantes son inmigrantes ilegales y que, han venido a quitar el trabajo a la gente nacida en este país.

Los medios de comunicación tenemos el deber moral de informar y aclarar, no de exacerbar los ánimos, tal y como se viene observando, por ejemplo, en famosos “talk-show” radiofónicos.

La Ley de Reforma Migratoria va a llegar. Debemos esperarla y evitar encrespamientos que sólo están acarreando muertes absurdas, tales como la de Sergio, un niño mexicano de apenas catorce años abatido en El Paso por agentes fronterizos o de Anastasio, un obrero con más de veinte años de estancia en los Estados Unidos y padre de cinco niños norteamericanos, abatido en la frontera al ser devuelto a México.

Poco importa que estado por estado de este país informe periódicamente de la riqueza generada por los inmigrantes, especialmente hispanos, y poco parece importar también que sean miembros de otras comunidades los que puedan ser ilegales, hostiles o hasta beligerantes con el espíritu y el sentir americanos.

Los que defienden leyes discriminatorias como las de Arizona, son los mismos que, cierran los ojos a barbaries y atropellos que causan personas que consideran “libres de toda sospecha”. Bien por ser ciudadanos, nacidos en su suelo o por pertenecer a minorías étnicas o religiosas cuya crítica no estaría exenta de la consiguiente demanda y tacha de racismo.

La grandeza de este país radica en aprender de sus errores y no repetirlos. No repitamos situaciones injustas amparándonos en razas o credos. Hagamos que los Estados Unidos sea “un lugar de infranqueables barreras y alturas” para todo aquel que quiera delinquir, o atentar contra sus semejantes y hagamos que sea una llanura para todo aquel que es respetuoso con las normas, el trabajo, la familia y tantos otros valores que identifican un país en el que excepto los descendientes directos y no mezclados de aquellos indios todos los demás somos hijos adoptivos.